miércoles, 30 de diciembre de 2009

Gordos/as

Se veía venir porque la situación se agravaba día a día: los gordos se han puesto en marcha y anuncian la guerra contra su discriminación, a favor pues del respeto a los kilos, a las altivas y desafiantes panzas y a los aspectos orondos, frutos del yantar entregado y del reposo practicado con abnegación y convicción. Ha sido en la ciudad americana de San Francisco donde el Ayuntamiento ha tomado ya las primeras medidas de protección del gordo/a como respuesta a un anuncio de un gimnasio/a que, para ganar clientes, amenazaba con el siguiente eslogan: "cuando vengan los extraterrestres, se comerán primero a los gordos". Una ciudad, como la aludida de América, proclive a creerse las especies más pintorescas, había de caer necesariamente en esta mentecatez de desprecio a los gordos, tan propia de papanatas.

No pasa una semana sin que nos salga un nuevo colectivo (como ahora se dice) de marginados, una nueva minoría a socorrer, la sociedad toda se acabará convirtiendo en una suma de pobres minorías en la que será imposible advertir dónde está la mayoría, y sin embargo, el gordo, mayoría verdadera y océano en que convergen ríos de estímulos positivos, sufre cada día la segregación más despiadada cuando no se convierte en objeto de crueles burlas, de irónicas puyas alusivas a su conformación holgada o a las hechuras de su buche. El único gordo bien visto en la sociedad moderna es el gordo de Navidad. Muchos puestos de trabajo están vedados a quienes desplacen un buen volumen y los reclamos de la moda están protagonizados invariablemente por caballeros esbeltos y damitas anoréxicas, escurridas y como escupidas, a las que dan ganas de comprarles uno de esos bocadillos de chorizo que se instalan directamente en las caderas, ese lugar excelso del pecado, boya de la lascivia, rompiente del regusto, artimaña, filigrana, fogarada de mil calores, forjadura de los mejores anhelos.

Olvidamos que, como escribía Fernández Flórez, más allá de los cien kilos no hay maldad, de la misma forma que no existen elementos patógenos más allá de los mil metros de altura o de los cien grados de calor. Edgar Neville, que era un feculento de solemnidad, túrgido como un templario, aseguraba que para saber si gozaba de una erección debía mirarse en un espejo pues que su epigastrio se alzaba en el camino de su visión como una barrera butirosa, fofa pero insolente. Entre los escritores quien está flaco y gasta formas espiritadas es que no vende.

Rossini a buen seguro no hubiera podido escribir "La Italiana en Argel" o "la Cenicienta" y, sobre todo, no hubiera podido inventar los canelones que llevan orgullosamente su nombre si no hubiera sido un hombrón con gloriosa enjundia de mantecas. Don Salustiano Olózaga, que fue uno de nuestros políticos más ingeniosos y que mejores fracasos cosechó en su época (lo cual dice mucho a favor de su éxito en la historia), dirigía la "Sociedad de amigos de la Cuchara" que es fácil imaginar no estaría compuesta por remilgados consumidores de acelgas, la comunión del tísico. Y así tantos otros.

En la actualidad los únicos artistas que se han tomado en serio los kilos y los han hecho objeto de su mimo son el pintor Botero cuyas ufanas creaciones pueblan calles y plazas adornándolas con sus destellos de satisfactoria pringue y la escritora Carmen Gómez Ojea que saca muchas gordas en sus novelas y cuyo "granate de amarilis" es un justo homenaje a las mujeres pingües y una exhortación a que abandonen complejos y pamplinas. ¿Hay algún poeta que haya dedicado una buena composición al gordo? Pues si no lo hay, es urgente convocar unos juegos florales con el gordo como protagonista.

El gordo representa la circularidad y lo circular es, en la mitología, el símbolo de la eternidad ya que no conoce ni el principio ni el fin y el círculo vicioso es un sofisma estupendo, lleno de atractivos y hechizos. Loa pues al gordo y al círculo mágico de esa banda de seda que ciñe su cintura.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Turrón


La exquisitez del turrón se comprueba si pensamos que nos permite sobrellevar hasta una reunión familiar.

domingo, 27 de diciembre de 2009

La democracia escoltada

(Ayer, sábado 26, publicó el periódico El Mundo este artículo mío).


La legislatura avanza entre trompicones y sobresaltos, enredada en asuntos diversos. Animados por la mejor intención, hay quienes despliegan una habilidad caliente para inventar problemas que llevan a cocinar desaguisados mayúsculos. A la vista de lo que ha ocurrido a día de hoy, no está mal la cosecha de año y medio de desvelos parlamentarios. Sin embargo, hay algo de lo que apenas se habla y, si se hace, es siempre en voz baja o en un imperceptible balbuceo.

Me refiero a ese objeto dormido, solitario, que vaga como un gorrioncillo perdido por los pasillos del edificio constitucional y que llamamos «reforma de la ley electoral». Han pasado muchos años desde que se diseñó el sistema actualmente vigente, por lo que el buen criterio impone revisarlo y ponerlo a punto agradeciéndole educadamente sus virtuosos servicios. Porque es un hecho que, tras las elecciones de 2008, fue tan clamoroso el dislate resultante del reparto de escaños (hubo dos partidos que, con el mismo número de votos, obtuvieron seis y un escaño respectivamente) que el propio Gobierno encargó al Consejo de Estado la elaboración de un dictamen que permitiera afrontar este problema de manera sólida y, al mismo tiempo, respetuosa del orden constitucional. Hace ya largo tiempo que este dictamen ha sido evacuado con la solvencia esperable, como hace ya largo tiempo que se encuentra constituida una Subcomisión parlamentaria a la que se encargó abordar este asunto.

Las noticias más benevolentes dicen que la tal Subcomisión duerme un sueño envuelto en espesura de silencios. Según me cuentan, a veces, una voz velada la requiere y, entonces, animosa, abre un ojo, se despereza, se yergue incluso, hasta que de nuevo alguna pócima, administrada por un malandrín o follón, la sepulta en su abismo. Y allí, a ese arcano, se lleva sus secretos, especialmente el que podría despertar a nuestra democracia.

Pues sépase que es la nuestra una democracia dormida y, como luego se verá, escoltada. Una democracia que, acunada por la nana de la derecha y la izquierda, parece haber encontrado postura en una siesta profunda, en una de aquellas siestas antiguas, de oración, pijama y orinal. Siesta peligrosa porque no es intervalo, la pausa imprescindible para tomar fuerzas, sino que tiene todas las trazas de convertirse en un descanso prolongado y pegajoso como légamo oscuro.

Buscar una fórmula para despabilar a la durmiente Subcomisión debería ser tarea urgente de los demócratas. Porque la democracia es un sistema delicado, frágil, que como tal exige cuidados y desvelos, la vigilia de sus seres queridos y cercanos. Para que no desfallezca, para que conserve su lozanía y no se agriete, ni quede a la intemperie, menos en las garras de sus enemigos. Porque no existe sistema alternativo que nos garantice una vida pacífica y de entendimiento mutuo, la democracia ha de estar provista de antenas sensibles que sepan captar aquello que en la sociedad -cuyos destinos rige- bulle y se mueve. La democracia, como ser vivo, ha de absorber los nutrientes que le permitan regenerar sin desmayo su cuerpo, abrillantarlo, tensar sus alas y, al tiempo, conjurar sus zozobras y acallar los gritos de muerte helada de sus demonios. La democracia necesita la mano audaz de la energía, la flauta de la imaginación, el bullicio en sus intimidades de la sangre hirviente de la virtud cívica.

Una democracia rígida, que no admite variaciones en su seno, se acaba convirtiendo en una democracia orgánica, yerta en sus eternidades y en la inalterabilidad de sus principios gloriosos e inamovibles. O en una de esas democracias tramposas que han instaurado donde han podido los comunistas, esos grandes secuestradores precisamente de la democracia y de las libertades a lo largo de todo el siglo XX.

La democracia no puede ser una estatua a contemplar, la piedra cincelada de una vez por todas por la mano del artista. Por el contrario, la democracia ha de saber alargar su cuello para ver las extensiones en las que cuaja el porvenir; ha de llevar en sus entretelas el gusto por la renovación de la vida en libertad. Debemos dejarnos acompañar por ella como la sombra que refleja el ansia implacable de justicia.

Si todo esto es así, es evidente que una democracia no puede caminar escoltada por dos gendarmes que, además, siempre son los mismos. Porque esto lleva a que el espectador se canse, se hastíe y le vuelva la espalda. La democracia es a veces comedia, a veces drama, siempre un poco de teatro. Y es tal condición la que obliga a renovar los decorados, el vestuario y los artistas. Para evitar el vacío de la sala mayormente.

Este peligro del vacío, es decir, de la abstención, se ha hecho visible en España en muchas ocasiones, a veces memorables, la más clamorosa de las cuales fue el referéndum del Estatuto de Cataluña, una necesidad angustiosa de un pueblo que él mismo ignoraba padecer. Y las sucesivas consultas electorales muestran en estos últimos años cómo el votante se retrae, se aleja de la urna al sentirse ajeno al sistema, desentendido de su suerte. Otra cosa es que en la valoración de los resultados se olviden esos miles y miles de votos en blanco que expresan la conciencia negra de la democracia, o no se cuente a quienes se quedaron en casa oyendo a Mozart o se fueron a tomar unas gambas a esa playa donde las brisas nos desvelan su magnífico enigma de fragancias.
En la República Federal Alemana se ha podido detectar este mismo fenómeno en las últimas elecciones legislativas celebradas el pasado mes de septiembre. Se han publicado allí varios libros que contienen una especie de juicio crítico al sistema democrático hecho por los médicos del cuerpo social. Uno de ellos hizo bastante ruido: su autor es un periodista vinculado a Der Spiegel llamado Gabor Steingart que ha llamado a la democracia alemana «la democracia robada» (Die gestohlene Demokratie, Piper, 2009). Este hombre propició una campaña bastante activa en favor del abstencionismo electoral que -como digo- desató una nada desdeñable polémica con participación de muchos ciudadanos en el debate (en parte estas voces se hallan recogidas en el mismo libro).

Hay en él un análisis demoledor de las formaciones políticas que se disputan los escaños en aquel país, como lo hay respecto del sistema electoral al que descalifica por propiciar la partitocracia, es decir, el predominio de unos partidos que no saben contraer su acción y su presencia a los ámbitos que la Constitución les acota, sino que se desparraman por todos los intersticios de la vida social, sofocándola y contaminándola con sus enredos y sectarismos.

Leyendo su alegato, fundado y con buena asistencia de argumentos históricos extraídos de la experiencia de Weimar, yo pensaba en qué diría este hombre si conociera la realidad electoral española, donde es imposible en decenas de circunscripciones que salga elegido un diputado que no pertenezca a los partidos que escoltan nuestra democracia. Pues en Alemania, aun con la ley electoral criticada, se pasó del dúo de demócratas cristianos y socialdemócratas al terceto (con los liberales), después al cuarteto (los verdes) y hoy al quinteto, al incorporarse «la izquierda» (Die Linke), «el partido más joven que tiene en su seno el mayor número de jubilados», como divertidamente anota Steingart.

Nada de esto es posible en los pagos hispanos, cercenada de raíz como está toda posibilidad de enriquecimiento de nuestro hemiciclo por causa de una ley perversa que tiene el desparpajo de prescindir de la voz de millones de ciudadanos, es decir, de tirar literalmente su voto a la basura cuando éste no se ha dirigido en la dirección correcta. Instaurar una auténtica pluralidad de opciones, dando a cada papeleta de voto el valor que merece el ser humano que la selecciona, es ya una tarea urgente si se quiere librar a nuestra democracia de la asfixiante protección de sus escoltas.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Más nieve

¿Y si la nieve no fuera más que la caspa de los ángeles?

jueves, 17 de diciembre de 2009

Nieve





La nieve

lloraba

carámbanos de frío

domingo, 13 de diciembre de 2009

España: sostenible e inconfundible

Proliferan las bromitas sobre la economía sostenible, cuando es asunto serio y de muchos quilates intelectuales. Un municipio cercano al mío se ha declarado sostenible, es decir, y, según doña María Moliner, susceptible de ser mantenido. ¿Qué objeción se puede poner a este adjetivo? Es bien correcto, porque, en efecto, los dineros de los contribuyentes lo mantienen, sin ellos no habría municipio, ni alcalde digno de tal nombre, ni casas consistoriales, que son las que albergan la Administración municipal, no las de mala nota, como algún rijoso apresurado pudiera creer. Las universidades públicas -muchísimas en número y en cargos académicos- pugnan por ser y parecer sostenibles, y todas, por supuesto, lo son: como que están mantenidas por los frutos de la recaudación obligatoria de alcabalas y pechos que desgarran los bolsillos de todos los paganos. Es más, muchos de nosotros somos sostenibles, pues vivimos gracias al Erario público, que nos procura una mantenencia más que digna y sólida. Y así sucesivamente...

España, pues, es sostenible. Y su economía, también. Pero es que hay más, hurgando en el sufijo «-ible» y prendiéndolos -para que no se nos desbaraten- en un imperdible, podemos decir que España es ininteligible, porque todos los días se suceden acontecimientos que nadie puede entender, y eso le da también una dimensión inconfudible en el (des) concierto de las naciones: de las naciones que tienen Estado, de las pobres naciones que no tienen un Estado que llevarse a su bandera, de los Estados sin nación, y de las naciones de naciones, y no sigo porque me parece que me estoy liando, es decir, me estoy haciendo incomprensible.

España es, además, indefinible, puesto que resulta difícil someterla a cánones conocidos o de prosapia contrastada. Si no lo fuera, ¿cómo podríamos estar los españoles todos los días preguntándonos por nuestro ser, nuestro yo, nuestra alma intransferible y nuestra mismidad corpórea?, ¿cómo estaríamos debatiendo, antes de ducharnos por las mañanas, si somos vascos, gascones, moros, monegascos o fenicios?, ¿cómo andaríamos a la búsqueda penosa de un idioma para podernos entender, descubierto el hecho lacerante de que carecemos de él?, ¿de qué servirían tantos y tan diversos estatutos de Autonomía, cuajados todos ellos de exposiciones de motivos, artículos, disposiciones y preceptos horribles y suprimibles?

España es, encima, lector paciente, repartible. Justamente en ello -en su reparto- están los hunos y los otros, tirando de su piel desde las cuatro esquinas cardinales para quedarse con sus fragmentos y comérselos solos con esa avidez que ponen muchos mamíferos con el producto de sus cacerías. Y esto convierte también a España en digerible, en un ligero producto comestible y bebible. A poco que siga cociendo este país en la gran olla de la improvisación quedará listo para el gran banquete, aunque para entonces ya no será reconocible. Pero no importa, ya que esto a muchos ciudadanos les parece plausible.

España es, en fin, no lo olvidemos, incorregible. De nada valen los gruesos tomos en que está contenida la Historia de Menéndez Pidal ni los de Lafuente antiguos o los modernos de Artola ni tantos otros esfuerzos por descifrar nuestro pasado como a diario se culminan. España repite, con insistencia de comida mal especiada o de ajo mal administrado, unos y los mismos errores, de manera machacona, sin aprender casi nada del testimonio de sus muertos, que se convierten, entre tanta algarabía y sectarismo, en seres inaudibles.

Por todo lo dicho España es, y así se puede proclamar en leyes ilegibles: sostenible, discutible, perdible... Menos mal que se mantiene bonancible y, gracias a ello, redimible.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Molinos


El molino de viento mueve sus aspas porque, en rigor, es un castillo abandonado que dice adiós a los guerreros

lunes, 7 de diciembre de 2009

La memoria gastronómica

Es hora de proclamar la defensa de la memoria gastronómica. Y con urgencia. Se impone buscar ya, sin más dilaciones, en los viejos arcones, en las buhardillas de las casas antiguas, en los aparadores jubilados de los desvanes, las recetas de nuestras abuelas que yacen allí a la espera del soplo amigo y efusivo que las honre como se merecen después de años y años de olvido, de incuria, de deshonor ... Recuperar la memoria gastronómica es un acto de justicia, tardío si se quiere, pero imprescindible para volver a estar en paz con nosotros mismos y poder mirar en nuestras intimidades sin avergonzarnos, con esa cabeza erguida y altiva que gasta quien nada tiene que ocultar.

Yo -aun desde mi poquedad provinciana- convoco a los españoles a esta labor patriótica, a este desescombro histórico, a este remover de restos que ha de ser una empresa nacional que a todos nos una y que a todos nos galvanice. Y, si no se atiende este llamamiento mío, si por pereza o por ignorancia acerca de lo que nos jugamos, continuamos indiferentes a este desafío de la historia, entonces habrán de ser las autoridades de todos los gobiernos quienes actúen de manera coactiva. Y, si por desventura tampoco lo hicieran, que venga el legislador, que entre en el escenario el Parlamento para aprobar una ley de recuperación de la memoria gastronómica con su Exposición de motivos, sus decenas de artículos y sus disposiciones derogatorias, transitorias, manducatorias y contradictorias.

Y, si tenemos la osadía de dar la espalda a la ley o de hacerle un descortés corte de mangas o esta acabara durmiendo el pegajoso sueño del Boletín, entonces será irremediablemente el juez el convocado: sí, el juez de instrucción para que diligencie la causa criminal que abra el proceso penal. A ver entonces quien es el guapo que se le resiste.

Porque resulta que, en la época de las identidades y de la España plural, se nos quiere imponer la uniformidad gastronómica, la uniformidad de hamburguesas y pizzas en multinacionales de los asuntos de boca, de la “bucólica” que se decía en el Siglo de Oro. No y no.

Los signos que ya conocemos son inquietantes: en todas las ciudades se multiplican los burgers, los macdonalds, las pizzerías, y lo que es peor, la juventud, esperanza de la sociedad, se vuelca en ellos, y en ellos se alimenta mancillando el honor gastronómico patrio, que es el mejor fundado de cuantos honores existen. Jóvenes briosos de fornidos hombros y muchachas de adorables pechos, os exhorto: ¡enarbolad un botillo y acorralad al happy meal! Porque ¿cómo se atreve a competir uno de esas bazofias rociadas de ketchup con nuestros callos? ¿es que una blancuzca salchicha con mostaza puede sustituir a un montadito de lomo, a unos mejillones al vapor? ¿Nadie ve la locura?

Y todo es porque tenemos enterradas y sin dar cristiana sepultura, en la fosa común del olvido, las recetas de nuestras abuelas y de nuestras madres que glorificaron figones y fogones. Pues ¿qué decir de los dulces sobrenaturales de las monjas? Mesarme los cabellos o lanzarme al río Bernesga con una piedra al cuello es lo que me pide el cuerpo cuando veo en el mostrador de una cafetería esos bollos insustanciales, que encima aparecen metidos en un condón, para más humillación de todos: de nosotros, de los bollos y del condón.

Yo os digo que, si nos aplicamos a desenterrar recetas, encontraremos sin dificultad las de esos dulces de almendra que llevaban en su superficie dibujos de azúcar que reproducían el acueducto de Segovia o los frisos de la Alhambra. Pues ¿qué de las hojuelas, pestiños, mostachones, bizcotelas que dieron ánimos a nuestros antepasados para las hazañas a las que debemos nuestro ser?

O daremos con la del pollo que se llama “en pebre”: se asa en parrilla, frotado con manteca, zumo de limón y ajos. En la cazuela o marmita se pone perejil, pimienta, sal, laurel, el jugo del asado, aceite y agua caliente para que hierva. Después se vierten en la salsa ocho o diez yemas de huevo, se baten para espesarlas y se deja hervir todo otro poco. Adorable el pollo, memorable el guiso.

Sépase que la pérdida de la memoria gastronómica nos lleva al escorbuto y al deterioro del semen. O lo que es peor: al sushi y a las comidas orientales pues empezamos con los chinos pero hoy son también los vietnamitas, los tailandeses y los coreanos quienes protagonizan una invasión implacable que es la avanzadilla de otra más amenazadora. ¿Quien no piensa que lo que hoy son inofensivos rollos de primavera y arroces tres delicias no serán mañana obuses y misiles cuerpo a tierra?

España debe sin más demora recuperar la dignidad defendiéndose ante el peligro de la desmemoria gastronómica. ¡Todos al desván de la abuela con el pico y la pala!

lunes, 30 de noviembre de 2009

Catedráticos por silencio

Los ha habido por oposición, por concurso de traslado, por méritos sobresalientes -Marañón lo fue sin haber pasado pruebas específicas- pero el supremo invento, rigurosamente contemporáneo, es el catedrático por silencio.

Sepa el lector no avezado en el laberinto universitario que ya no existen las oposiciones públicas al cuerpo de catedráticos de universidad. Aquellas en las que un candidato se presentaba ante un tribunal de especialistas y, en unos cuantos ejercicios o pruebas, trataba de demostrar sus habilidades y de ocultar sus carencias. Luego obtenía la plaza o se marchaba contrito, en función de su calidad pero también, nadie puede negarlo, de los cambalaches de las escuelas y de los grupos en que se descompone la tribu universitaria (en rigor, las tribus universitarias del mundo entero, éramos muy poco originales). Todo aquello tenía muchos inconvenientes pero su ventaja consistía en que se hacía cara al respetable, “coram populo” que decíamos en el Lacio: enjuagues, sí, pero, al menos en el gremio correspondiente, todos se enteraban de que se había consumado un atropello a la razón o a la dignidad científica.

Ahora, la postmodernidad en la que vivimos, pletórica de excelencias, aptitudes, sensaciones y emociones pedagógicas finas, ha ideado un sistema en virtud del cual el candidato se limita a enviar su curriculum a una comisión que, integrada por no especialistas, “acredita” al interesado como catedrático que luego es nombrado por una Universidad, aquella en la que está. Pues sépase que la movilidad -tan cacareada- ha desaparecido entre los profesores quienes hoy tienen la misma posibilidad de salir de la Universidad que le ha acogido desde estudiante que la que tendría el doncel de Sigüenza si quisiera tomar unos vinos por los alrededores de la catedral, por estirar un poco las piernas mayormente.

El mecanismo nadie me negará que es original, una revelación del legislador actual, tan ingenioso él. Hasta ahora se había mantenido en los términos de su pintoresquismo hasta que de pronto se ha colado en su aplicación práctica el invento del silencio administrativo. Porque, si quien ha presentado su curriculum al comité que le juzga -compuesto, insisto, por no especialistas-, advierte que no obtiene contestación en el plazo previsto, su solicitud se entiende estimada por silencio positivo. La siesta de unos comisionados o el extravío de un expediente convierte a un señor/a en catedrático de esto/a o aquello/a.

No me negarán el supremo hallazgo. Acaso por lo exótico del asunto se han desatado las críticas entre los universitarios y más de una carcajada se ha oído en las sagradas bóvedas de claustros y aulas. Los carcas de siempre han clamado: ¡catedráticos por silencio positivo! Lo último que nos quedaba por ver.

Sin embargo, acaso porque ahora estoy fuera de mi oficio natural, pienso que el descubrimiento es magnífico y que lejos de ser objeto de burlas, debe ser imitado y generalizado. ¿Qué tal para cubrir una plaza de cirujano jefe del servicio de cardiología de un hospital de campanillas? ¿Y para el de físico encargado de un Observatorio Astronómico o Vulcanológico? ¿O para el de general al mando de una unidad muy acorazada?

La Iglesia, que es pionera en la historia del diseño de la selección del personal, podría nombrar así a sus cardenales u obispos. Se ahorraría intrigas y el manejo de dagas con mañas florentinas.

¿Quién decía que la Universidad se ha empobrecido o que no investiga? Ahí está a la vista de todos cómo, con la música callada del silencio, ha hecho su mejor contribución al I+D+I.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Pechos y retroactividad

Estamos los ciudadanos de esta modernidad fulgurante dispuestos a todo y ya muy entrenados a ver mentiras detrás de cada discurso y detrás de cada rueda de prensa. Nos hemos hecho difidentes, recelamos del político, del tendero, del vecino, del colega, convencidos como estamos todos de que se hallan dispuestos a meternos de matute su particular mercancía averiada. Esta es la realidad y de ella se sigue que el mundo es un grandísimo embeleco y no hay asunto, como se lee en el Quijote, que no se halle mezclado “con la maldad, el embuste o la bellaquería”.

Aceptar todo esto es una cosa y otra aceptar algo tan terrible como lo siguiente: que el pecho de Marilyn Monroe tenía truco. Así, como suena. Esta dura afirmación no es una patraña ni un señuelo para captar lectores. Porque, suprema prueba documental, en una exposición de casi trescientas fotografías, en las que se incluyen varias con la actriz in puribus, se demuestra que su exuberancia no era un derroche de la madre Naturaleza sino fruto de la industria o la manufactura. Rellenos en el sostén, aros ortopédicos y otras muestras de prestidigitación lograban una apariencia ilusoria, como de encantamiento, a la que contribuía asimismo la imaginación y el calentón que cada cual echaba al asunto. Marilyn pues no tenía esas tetas abundosas, pletóricas, tetas de ofrenda, auténticos exvotos religiosos, que bien merecían un salmo o el mismísimo canto gregoriano, y de las que tanto se escribió y habló en el pasado. No: Marilyn tenía más bien tetitas manejables y terciadas, semejantes a palomitas asustadizas, a gorrioncillos prestos a emprender un vuelo temeroso. No eran pues el gran tronco que echa raíces por el resto del cuerpo al que fortifican, ni el ancla que utilizan las mujeres para evitar ser arrastrada por los vientos, ni la gran pieza de mármol que está esperando la mano cinceladora y atrevida del artista. Eran, gran decepción, frutitas del bosque, fina confitería, cierto, pero incapaces de satisfacer hambrunas sólidas y las secreciones más exigentes de la virilidad. Calmaban, entretenían, pero no saciaban.

Y yo, que tantas veces me dormí en mi juventud pensando en esas cucurbitáceas, ahora no puedo dar crédito a las fotos. Fotos desconsideradas porque todo lo aclaran sin que hubiera para ello necesidad alguna, con la peor de las intenciones. Porque, de verdad ¿a quién dañaba que siguiéramos viviendo en esa creencia, al fin de cuentas tan inocente? ¿no es suficiente desvelarnos la verdadera identidad de los reyes magos, del papá Noel y del ratoncito Pérez? ¿no bastaba con la cigüeña y su vuelo desde París? ¿era de verdad preciso desnudar a Marilyn para vestir nuestros sueños con el manto del desencanto?

Porque hoy es natural que no nos creamos nada de lo que vemos o tocamos pues sabemos que existe la rinoplastia, la otoplastia, la blefaroplastia, el microinjerto, el lifting, el botox y la liposucción. Aludo a mi propio ejemplo: yo recibo a diario, en mi correo electrónico, propuestas muy sugerentes para alargarme el pene sin que, por cierto, haya llegado a saber nunca cómo se tiene constancia en los abismos de Internet de la magnitud de mis credenciales. Es decir que todo esto hoy no tiene importancia y ya estamos al cabo de la calle de que un pezón puede no ser sino un garbanzo recubierto y con pretensiones, y que al palpar un muslo nos podemos tropezar, no con la entereza de su altivez, sino con una cánula de liposucción. Sabemos que existe el “surgiholic”, es decir, el adicto a las operaciones de estética, como también que se celebran los llamados “botox party”, reunión de amigos con cirujano dispuesto a estirar, acortar, succionar, modelar y tensar.

Pero a Marilyn le atribuíamos la condición de prodigio, de pecado mortal en estado puro, sin paliativos teológicos, de barranco donde se desploman los vicios, de cielo al que ascienden todas las lujurias. Por eso, para hacer menos amargo el trago, propongo a las autoridades que no otorguen al maldito descubrimiento actual efectos retroactivos.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Cementerios

Ya existen varios cementerios virtuales que pueden visitarse en la Red ("paz eterna", "el árbol de la vida", "in memory of..." cada uno de ellos con sus respectivas direcciones llenas de uves dobles, puntos y rayas) en los que descansan nuestros allegados de forma virtual, es decir, según una conformación tácita o ficticia, de mentirijillas. Si estos cementerios prosperaran, nos ahorraríamos acudir a los cementerios verdaderos que son suburbiales y macilentos, habitados por los "heraldos negros" de César Vallejo, y nos limitaríamos a poner, con ayuda del ordenador, unas flores en una página web, unas flores virtuales, sin olor, sin sabor, sin poesía, sin luz, sin soles, sin lunas, pura degradación, ahora ya irreversible, de las flores de plástico o de papel.

Quizás los cementerios españoles se merezcan este trato aflictivo y destructor porque son espacios sin estética alguna, fríos en su insolencia marmórea, desnudos cual cristos crucificados, pero yo recuerdo los cementerios de algunas viejas ciudades europeas como apacibles jardines de un verdor espeso y húmedo, en los que acogedores árboles montan, en el uniforme de sus negros troncos, la guardia de los muertos, como si fueran amigos solícitos y, en el crepúsculo, mandan a sus melancólicas hojas gotear una lágrima de respeto. En esos lugares hay una inmensa paz solo turbada acaso por el murmullo de unas palabras que se pronuncian en cuchicheo por miedo a que lleguen a los oidos de los difuntos. ¿Llegará también a ellos la moda ficticia de la virtualidad?

Nosotros venimos de una cultura funeraria sólida y maciza, de los cuadros de Valdés Leal y del fusilamiento del contrario, también de lo que aprendimos en la literatura del XIX, en el romanticismo que es una "invitación al viaje" como tantas veces se ha escrito, al viaje hacia la muerte, hacia el suicidio que nos libera de la angostura cotidiana y nos hace entrar en el infinito, otro anhelo del romántico que rompe así los límites en que gustaba encerrarse el mundo clásico, un viaje que tenía como destino el Destino, escrito con mayúscula como si fuera el nombre propio de un pariente cercano, y a través de Él en el sentido último de la Muerte, gran jugarreta.

Lo bien que debió de pasarlo Nicasio Álvarez de Cienfuegos escribiendo aquellas expresiones feroces como "sepulcro voraz", "entrañas cóncavas", "sangrientas lágrimas"... Y no digamos Rico y Amat con lo de "me agrada un cementerio / de muertos bien relleno/ manando sangre y cieno/ que impida el respirar...". A este hombre, un cementerio virtual de los que ahora se proponen le parecería una cursilada insuperable, censurable amaneramiento de cadáveres sin la dignidad exigible a los fiambres.

Nuestra misma gastronomía está hecha de muerte prematura, de infanticidios, así el tierno corderito, el cerdo en pañales. Por algún sitio da cuenta Pío Baroja de una poesía dedicada a uno de los criminales del Huerto del Francés que decía "soy el terrible Muñoz/ el asesino feroz/ que nunca se encuentra inerme/ y soy capaz de comerme/ cadáveres con arroz". A lo que contestó don Pío: "eso no tiene ningún mérito y menos para un valenciano porque cadáveres con arroz es lo que constituye una paella".

O sea que a nosotros nos va la muerte y del humor negro hemos hecho una filigrana y así cuando le dijeron a Valle Inclán que había muerto Blasco Ibañez, contestó don Ramón: "lo hace solo para darse importancia". El sepulturero es además un personaje bien literario "de tétrica mirada/ con mano despiadada" que decía también el citado Rico y Amat y los epitafios son gloria pura y acerca de ellos será necesario escribir algún día despacio.

De manera que preveo un fracaso en España de esta modalidad de adulteración de la muerte no solo porque "al fin y al cabo el hombre se ha hecho labrando su esperanza sorda en urnas y pirámides" como enseñó Dionisio Ridruejo, sino porque la muerte es hermana del Sueño y fue soñando precisamente como Quevedo escribió la obra satírica más despiadada que se conoce en nuestra literatura.

Muerte, sueño, sátira: España.

miércoles, 4 de noviembre de 2009




Triste destino el de las plumas de ave: sirvieron para escribir y hoy son relleno de edredones.

sábado, 31 de octubre de 2009

¿Es el hombre una gallina?

Disponer de los medios de comunicación, de la palabra escrita, de los libros, de las editoriales, de los laboratorios y demás exageraciones de la civilización nos otorga a los humanos una superioridad enorme en el trasiego de los seres vivientes del planeta. Cuando tanto se habla de ecología y de los cuidados al ecosistema, nadie en rigor se preocupa por los animales en lo que más les puede interesar, a saber, la posibilidad de acceder a los bienes de la cultura, a expresarse en los periódicos, a abrir un telediario o a llenar un suplemento cultural. Ahí está el verdadero desafío y ahí estaría el verdadero apoyo, que la Sociedad protectora solo se dedica a los aspectos melifluos y periféricos del asunto.

Ha ocurrido ya otras veces pero hace pocos días se ha vuelto a insultar a unos animalitos ante la indiferencia general y, encima, en época prenavideña, cuando debería reinar tan solo el envío almibarado de felicitaciones. Muchos habrán leído la noticia: las gallinas son idénticas a las personas en el sesenta por ciento de sus genes. ¡Y un huevo! dirán las gallinas que de huevos saben un rato, más que cualquiera de nosotros, tan gallitos como nos creemos.

¡Eso no me lo dice usted en la calle, fuera del corral! ha exclamado una gallina altanera y desafiante, que no en balde es conocedora de los vericuetos del genoma “Gallus gallus”, distinción parecida a la de tener un antepasado que se batió en las Navas de Tolosa. Porque en verdad ¿qué han hecho las gallinas para merecer ser comparadas con el hombre? La crueldad de la especie humana demuestra aquí sus peores maneras. Esos animalitos se han conformado a lo largo de la historia con estar en la cazuela y cocerse en pepitoria o servir de escolta al arroz para dar a luz una paella de chuparse los dedos, sin molestar a nadie, proporcionándonos no más que motivos de contento.

En torno a un pollo se traban amistades, se corteja, se dialoga y hasta se puede cosechar el fruto de un consenso fecundo. Un amigo mío, en un restaurante, se enamoró admirando en una vecina de mesa la forma cómo trinchaba un pollo, cómo agarraba sus partes sabrosas con el tenedor y cómo se las comía. Aportaba al trance aquella mujer distinguida litúrgica fastuosidad y, al tiempo, arrobada por la satisfacción, se le encendían las mejillas, iluminadas como un corazón henchido de monedas de oro. Al terminar con el último muslo, le sonaban todos los cascabeles interiores. Hoy lleva treinta y dos años y tres horas casado con ella, felices aún como gallina y gallo en consonancia.

Con un pollo se hacen mil exquisiteces, a mí me gustan los llamados “en pebre” de los que da la receta la condesa de Pardo Bazán:





se asan en parrilla, frotados con manteca, zumo de limón y ajos. En la cazuela o marmita se pone perejil, pimienta, sal, laurel, el jugo del asado, aceite y agua caliente para que hierva. Después se vierten en la salsa ocho o diez yemas de huevo (otro servicio de estas educadas aves), se baten para espesarlas y se dejan hervir otro poco. Adorable el pollo, memorable el guiso.

Si todo esto es así, si no hay caldo digno de este nombre que no haya conocido íntimamente a una gallina o a un pollo en sazón ¿qué necesidad hay de agraviar a estos seres comparándoles con el hombre? ¿Alguien se imagina la sopa hecha con menudillos de farmacéutico? ¿Se atrevería algún ser razonable a encargar una paella con muslos de catedrático de provincias? A nadie en su sano juicio y, sin embargo, ahí están las entrañables aves aguantando que se les atribuya deformidades tan gruesas como la de su identidad con los hombres. ¡Nada menos que con el hombre! Aquél del que dijo Hobbes que era un lobo y algo sabría del asunto el ilustre pensador, padre del pensamiento moderno. ¿Algún filósofo, a lo largo de la Historia, ha dicho de una gallina que es “loba” para otra gallina? Nunca porque no sería filósofo sino botarate.

Vuelvo al comienzo: todo esto se debe a que las aves no disponen de laboratorios para hacer experimentos con los investigadores ni de periódicos. Pido para ellas, por caridad y por amor a los pollos con tomate, un canal de televisión. Y espero que, pese a su bondad, se venguen cuanto antes.

sábado, 24 de octubre de 2009

¿Está usted blindado?

Andamos todos blindados o en trance de ser blindados. En tiempos pasados de mayor comedimiento se reservaba la idea del blindaje a las cautelas tomadas para la protección de vehículos expuestos a los peligros del fuego enemigo o a la bomba de un terrorista. O se solía blindar el aparato genital femenino por medio del cinturón de castidad cuando el varón marchaba a las Cruzadas a rescatar el Santo Grial y temía que su empeño heroico acabara siendo utilizado por algún rijoso para degustar la fruta prohibida. Y se blindaron las cajas fuertes para que Jardiel pudiera escribir “los ladrones somos gente honrada”.

Se ha usado también el blindaje para definir aquellos contratos de directivos que deseaban refugiarse de las excentricidades del mercado.

Hoy, la novedad radica en que se blindan ideas abstractas.

Como otras desgracias de este país, todo empezó cuando se inventaron las competencias blindadas de algunas comunidades autónomas. Un político que no disponga de competencias blindadas es un político sin perspectivas, apto para la feria de un pueblo en sequía, pero para poco más. “Yo tengo blindada la competencia de pesca subacuática de la lubina” y “yo la de semillas de remolacha para ensalada” son conversaciones que se oyen en las conferencias de presidentes. Se establece así una pugna -sana e imaginativa- entre próceres lo que conduce al mayor bienestar de la ciudadanía.

Una competencia blindada es además un magnífico argumento para pedir una subvención al Estado o una línea de financiación extraordinaria, lo que siempre alivia las malas digestiones y las pesadillas.

Aunque la idea es abstracta, hay que decir que las competencias blindadas no vinieron solas sino que son una de las consecuencias producidas por la existencia previa de presidentes blindados, es decir, de aquellos que duran décadas en el usufructo de su poder. Fueron ellos quienes, dándole vueltas al magín y reflexionando sobre su situación inamovible y pétrea, dieron con esta invención magnífica. Y así la conjunción de presidente eterno más competencia blindada da como resultado una estructura política sólida, imbatible y progresista.

Ahora se han blindado las ocurrencias de una Diputación dándole el pomposo nombre de leyes. Alarmados andan quienes están empachados de Montesquieu y de Rousseau e incluso de Aristóteles -y esto último ya son ganas-. Pero a mí me parece de lo más original y de lo más acertado porque tales autores son antiguallas y porque no solo hemos hecho avanzar la teoría política y constitucional -que buena falta le hacía- sino que además ha servido para aprobar los presupuestos generales del Estado del año próximo que se hallaban sesteando en los escaños de sus señorías sin trazas de despertarse ni de hacer nada de provecho. Tratándose por tanto de un objetivo patriótico ¿alguien se puede oponer? Me parece que tan solo un desalmado de manual o los enemigos declarados de la paz y del progreso.

Únicamente falta ya que en España blindemos el buen gusto. O esos sueños nuestros cada vez más helados e invisibles.

jueves, 22 de octubre de 2009

De vacas

No me explico por qué no se inmuta la vaca cuando nos ve en pantalones vaqueros.

martes, 20 de octubre de 2009

Pues otra guinda

El hombre sólo percibe su felicidad si la contrasta con las desgracias del vecino. Por eso no le perdona sus alegrías.

domingo, 18 de octubre de 2009

Otra guinda

Sólo a fuerza de contener su pluma pudo aquella celebridad mantener su prestigio.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Una guinda

El alemán es un idioma que debe hablarse
con acompañamiento de órgano; el francés de violines, y el español de castañuelas.

domingo, 11 de octubre de 2009

¿Cómo fornicaba Bertolt Brecht?

Bertolt Brecht fornicaba con los pantalones puestos, ligeramente caídos para permitir los manejos adecuados y no enredarse, pero puestos. Tampoco se desprendía de los calcetines y, a veces, incluso los zapatos acompañaban el despliegue de su fogosidad. Zapatos con las marcas del barro del Berlín de la postguerra y de las inmediaciones de su teatro, justo al lado del Muro.

Su fogosidad tenía una vigencia corta. Hombre pues de urgencias, exigidas quizás por el paso de un acto a otro de la pieza teatral. Deseoso, además, de hacer cuanto antes el mutis. En cuanto culminaba el contacto, se subía los pantalones, se ponía la gorra, daba las gracias cortésmente, prometía repetir, y se marchaba, todo pues en un alarde de economía de medios y gastos. Sin importarle lo más mínimo dejar “una sensación de decepción y todas las preguntas abiertas”, como él mismo dice en un momento de su obra “la buena persona de Sezuan”.

Algunas de sus relaciones eran estables pero también cambiaba con frecuencia de amiga, dichosas por haber compartido lecho con el genio. Así son a veces los grandes creadores. Este verano pasado, en Berlín, me he hecho una foto junto a la estatua de Brecht que el Ayuntamiento ha puesto delante del famoso “Ensemble”,y, cuando posaba, me acordaba de sus intimidades y de sus generosos esfuerzos por poner su semilla al alcance del mayor número posible de admiradoras aunque fuera a toda velocidad.

Estos conocimientos relacionados con la lírica son muy útiles y de importancia porque contribuyen a hacerse una idea cabal de los personajes que definen una época. Mientras escribo estas líneas me estoy imaginando la cara de quien se estará preguntando: ¿y cómo sabe este Sosa tales enigmas? La contestación es fácil: leyendo a algunos sabios. Entre ellos, al gran crítico literario Marcel Reich - Ranicki (84 años en estos momentos, un volcán intelectual todavía), conocedor como nadie de la literatura en lengua alemana, quien, en un libro de entrevistas, desvela estas cuestiones y otras muchas del más subido interés. Lo hace sin esfuerzo, pues como él mismo dice, “sobre Brecht sabemos lo que es imposible saber de cualquier otro escritor y ello porque sus amantes lo han contado todo con detalle”. Entre ellas, la actriz Käthe Reichel, que dedicó un libro a sus relaciones con el autor de la “ópera de tres cuartos”.

Bertolt Brecht, pues, un hombre corriente, con innegables limitaciones en el trance supremo. Por eso quizás, en su “vida de Galileo”, dejó escrito “desgraciado el país, que necesita héroes”. Él no lo era, se desahogaba de manera poco lucida y, sin embargo, ello no le impedía conservar intactos su optimismo y su lucidez creadora.

En España a Brecht se le ha asociado con el comunismo pero él iba bastante por libre. Cuando murió Stalin, los escritores de la época se desvivieron por componer loas, manchándose así para la eternidad; él lo hizo, pero de manera deliberadamente breve y poco comprometida. No le interesó el marxismo, no sirvió al comunismo sino que se sirvió de él, odiaba a Stalin (como persona honorable que era, Brecht, no Stalin) y, si acabó en el Berlín de la DDR, fue porque, cuando volvió a Europa expulsado de América, no le dieron el trato a que él aspiraba, ni en Austria, ni en Suiza, ni en Munich (era bávaro, había nacido en Augsburg). Se ocupó solo de su literatura, con una determinación y una exhaustividad ejemplares. Y es que los genios -es preciso que quienes no lo somos lo asimilemos de una vez y no caigamos en simplezas- no son de nadie porque están dispuestos siempre a la infidelidad, a escapar tras una fábula, a correr como una liebre por los campos del espíritu tras una historia o una leyenda, chasqueándonos, dejándonos a sus admiradores, como vulgarmente se dice, con un palmo de narices.

Así Bertolt Brecht, el hombre moroso en la creación, el hombre de las urgencias sexuales.

sábado, 10 de octubre de 2009

La chuleta

Hasta hace poco lo utilizaban solo los presentadores de la televisión que se ayudaban de un aparato a distancia para leer las noticias. Le llaman teleprompter. En inglés, que es el idioma mandón. La semana pasada me extraviaron la maleta en un aeropuerto y me dieron para pasar la noche un “kit”. Hace poco me hubieran dado un neceser y hace más tiempo se hubieran disculpado por no poderme ofrecer una señora. Hemos cambiado el galicismo por el anglicismo: muestra idiomática del triunfo del imperio americano sobre la decadente Europa.

La novedad, respecto del teleprompter, es su paso de los periodistas a los políticos que ahora pronuncian sus discursos con el aparatito enfrente. La primera vez que lo advertí fue la tarde en la que Obama habló en Berlín. Cenábamos en casa del sociólogo Ignacio Sotelo y le escuchábamos por la televisión. Me sorprendió lo trabado de su arenga. Pero mi sorpresa fue mayor cuando al día siguiente me entero por los periódicos que se había limitado a leer. Me pareció una estafa, una estafa discursiva pero estafa al cabo. Con posterioridad me han explicado que el método está haciendo furor entre sus colegas.

Cierto es que de esta forma se aligera la actividad del gran tribuno quien ya disponía del “negro” para escribir y, ahora, del teleprompter para leer. Así ya se puede: imposible concebir más facilidades en el ejercicio de una profesión. No me extraña que en la Universidad existan jóvenes profesores que no aciertan a dar una clase sin la ayuda de un aparato conocido como powerpoint o de unas membranas llamadas transparencias que hasta ahora eran picardías de jovencita seductora y ahora son las chuletas de quien ni se sabe la lección ni es capaz de exponer sus conocimientos con claridad.

Así van cambiando los tiempos, se me dirá. Y es cierto pero la verdad es que no consigo imaginar a Castelar aquel día de abril de 1868 cuando se discutía en las Cortes el proyecto de lo que sería la Constitución de 1869 y él defendía la libertad religiosa leyendo en un teleprompter su famoso final: "¡Grande es Dios en el Sinaí (con todo su poder). Pero más grande es el Dios del Calvario, el del perdón, ...que predicaba la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres!". Ni me imagino a Unamuno o a Ortega en las Cortes republicanas asistidos por el aparatejo para enhebrar sus magníficos discursos, ahítos de razonamientos, maldades y hasta improperios. O las famosas oraciones “en campo abierto” de Azaña con los ojos miopes de don Manuel fijos en un lejano teleprompter sostenido por un pariente alcalaíno.

El uso de estos trucos para hablar en público mueve un poco a la risa y se presta a cachondeo. Pero tiene un lado menos humorístico ya que tales prácticas hunden sus raíces en algo que debería preocuparnos: las escasa consistencia de quienes ocupan las tribunas políticas relevantes en los foros más campanudos. Pues es evidente que quien tiene ideas maduras, ideas que son producto de reflexiones y de lecturas, y, sobre todo, quien cree en ellas, quien las ha asimilado y hecho suyas ¿cómo es posible que sea incapaz de expresarlas sin esta añagaza, propia del colegial que improvisa o se ha aprendido cuatro datos de memoria para hacer frente a un examen ocasional?

Esto es lo inquietante de la chuleta electrónica. Y lo que nos debe hacer mirar con desconfianza a quien se sirve de ella.

Malos tiempos en verdad para la oratoria, viaticada por ignorantes cósmicos, listillos de ocasión y confiteros de tópicos. Sepultada, ay, entre transparencias, powerpoints y teleprompters. Así nos va.

jueves, 8 de octubre de 2009

e insisto

Se nota lo que hemos perdido cuando pensamos que el glorioso yelmo del caballero se ha quedado en ridículo casco de motorista.

martes, 6 de octubre de 2009

Otra guinda

La mudanza de los tiempos se constata cuando pensamos que nuestros abuelos llevaron macferlán, nuestros padres, abrigo, nosotros, trenka y nuestros hijos, plumífero.

domingo, 4 de octubre de 2009

Crisis financiera: soluciones con sustancia

Por fin desde Italia, de donde proceden tantas noticias rocambolescas en los últimos tiempos, nos llegan la razón y el buen sentido. Y es que en el sistema bancario de aquél país se ha decidido aceptar el queso parmesano como garantía de crédito. En efecto, un banco ofrece préstamos por un plazo de veinticuatro meses, que es el tiempo que tarda uno de esos benditos quesos en “añejarse”, y da a los productores hasta el 80% del valor del producto según los precios del mercado.

No se toman a broma el queso parmesano en Italia, una exquisitez que viene de la Edad Media, allá en el siglo XIII, que es cuando se empieza a producir. Cada pieza suele pensar más de treinta kilos y es marcada con un número de serie con el fin de que pueda ser buscada si es robada por algún desaprensivo, que los hay, pues los carabinieri detuvieron hace poco a los componentes de una banda en el momento en que se disponían a rallar una de esas ruedas magníficas, astuta operación con la que se hubiera perdido su rastro. Y es que el parmesano rallado, al tener un valor alto, sirve también para las fechorías.

¿Es preciso subrayar la importancia de esta práctica bancaria y más en el momento de crisis económica y financiera en la que nos hallamos? Sabemos que varios bancos de campanillas se han desplomado, incluso en los USA, porque han creado unos “productos” que no han funcionado y han llevado a la ruina a millones de familias. Se llaman obligaciones convertibles, bonos negociables, obligaciones subordinadas, swaps, warrants, títulos basura, bonos estructurados, bonos amortizados indiciados, bonos inversos ...

¿Alguien creía que con estos nombres, con estas enrevesadas denominaciones, se podía ir a alguna parte? ¿No estaba cantado el desplome del sistema? A mí, lo único que me extraña es que haya tardado tanto tiempo. Porque desde la época en que un crédito era un crédito y un monte de piedad era el sitio donde se empeñaba la máquina de coser, han pasado años que -ahora lo vemos- han sido aprovechados para dedicarlos al enredo financiero y a un embrollo tergiversador de importante factura. Estas son las consecuencias de haber creado las facultades de ciencias económicas, que sustituyeron a las escuelas de comercio, más comedidas en sus pretensiones y por tanto más fiables.

Siempre hemos dicho que carecer de sensibilidad literaria y acuñar términos apestosos nos lleva a consecuencias apocalípticas. Si tuviéramos presente que el lenguaje cuidado, la prosa tersa y la sintaxis impoluta son los fundamentos de un pensamiento ordenado y de una acción responsable no incurriríamos en estos gigantescos desaguisados. De un “bono inverso” no puede seguirse más que un estropicio y un “swap” debería contentarse con ser una inocente bebida refrescante. Al querernos hacer los listos es cuando todo se desconcierta.

De manera que volvamos a los usos tradicionales y tengamos como medida de las cosas serias a los productos de la buena cocina. Los italianos nos transmiten la enseñanza del queso parmesano, nosotros por nuestra parte ¡tenemos tanto que aportar! Ese aceite de oliva que es como una copla perfumada, ese jamón, violín macizo, esos besugos a los que quisiéramos felicitar siempre las navidades, esos garbanzos que son las cuentas de un rosario pleno de eternidades, esos dulces de las monjas rellenos de bendiciones papales ... estos son los únicos títulos que deberían ser aceptados en el tráfico de un sistema bancario ordenado. ¿Alguien piensa que pueden de verdad hablarse como iguales un warrant y una ristra de chorizos? Un poco de seriedad, señores financieros.

jueves, 1 de octubre de 2009

Dos guindas



- Los primeros compases de todo concierto son las toses de los asistentes.


- Lucecitas del horizonte, ganzúas que quereis robar en el templo de la oscuridad.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Barroso y el Sacro Imperio Romano Germánico

Ayer publicó El Mundo este artículo mío (o aquí) sobre el que me gustaría leer vuestra opinión.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Ante las elecciones alemanas

Hace un par de domingos tuve ocasión de seguir en el segundo canal de la televisión alemana el debate de hora y media entre la actual Canciller (la señora Merkel) y el Vicecanciller y Ministro de Asuntos exteriores (señor Steinmeier) sometidos ambos a las preguntas de cuatro periodistas muy conocidos. Fue un auténtico encaje de bolillos porque debían destacar sus discrepancias cuando lo cierto es que llevan cuatro años sentados codo con codo en el Gobierno federal. Por eso nada más empezar, uno de los entrevistadores preguntó si aquello, en lugar de un “duelo”, no sería un “dueto”. Luego ví que la prensa daba como ganador al ministro. No fue esa mi percepción, creo que ambos estuvieron bien, sobre todo si se tiene en cuenta la peculiaridad de la situación. La señora Merkel ha ganado mucho en el ejercicio del poder y ha dejado desautorizados a quienes, en su etapa de jefa de la oposición, la llamaban despectivamente “Merkelita” (o “Merkelina”, en asturiano). ¿De qué hablaron? De economía, de impuestos (quieren bajarlos), de empleo, de prestaciones sanitarias... De las cosas de comer. Para un español como yo, fue un alivio advertir que no pretenden “profundizar en el autogobierno” ni amenazan con un referéndum sobre la autodeterminación, ni descalifican al Tribunal Constitucional, ni quieren blindar competencias, ni hacen pactos bilaterales de financiación ... Un bálsamo, en verdad, un consuelo notable.

En las elecciones al Bundestag que se celebran este domingo, las papeletas de los votantes tienen dos casillas: una para el llamado primer voto y otra para el segundo. El primer voto es un voto personal, dado a un candidato en uno de los casi trescientos distritos uninominales. El segundo voto se otorga a una lista de partido en cada Land. El candidato que logra la mayoría en los distritos uninominales es elegido y dispone de un “mandato directo”. Sin embargo el segundo voto determina cuántos representantes de cada partido serán enviados al Bundestag. En toda la República se contabilizan estos segundos votos y únicamente los que obtienen más del cinco por ciento a nivel nacional o, alternativamente, los que tienen tres miembros electos directamente en distritos uninominales, son tomados en consideración para la distribución de los escaños de lista.

Existen, no obstante, algunas correcciones. El número de escaños ganados directamente por un partido en los distritos uninominales de un Land son restados del número total de escaños atribuidos a su lista de partido. Los escaños restantes son asignados a la lista cerrada del partido. Si un partido ganara más escaños “directos” en un Land que el número de escaños que le han sido asignados por medio de segundos votos, el partido se queda con estos asientos adicionales (mandatos “excedentes”, Überhangmandate). En tal caso, el total de escaños en el Bundestag se incrementa temporalmente, esta es la razón por la cual este número es variable.

En estos momentos existe en la prensa alemana un vivo debate en torno a tales mandatos adicionales: los de la izquierda comunista temen que se pueda formar un gobierno de coalición de la democracia cristiana con los liberales gracias a ellos. Hay que decir que, en general, existe la intención de reformar el sistema, especialmente desde que el Tribunal Constitucional planteara hace ahora un año dudas acerca de la constitucionalidad de estos escaños.

Se ve que, con el primer voto, el ciudadano alemán elige a “su” parlamentario de distrito; con el segundo, contribuye al reparto de escaños entre los partidos. Un sistema este que, en términos generales, rige asimismo para constituir los Parlamentos de los Länder. Este domingo, por cierto, se eligen también los de Brandenburg y Schleswig-Holstein.

Hay que tener en cuenta que, junto al Bundestag, existe, para las tareas de producción legislativa, la Cámara territorial o Bundesrat, en la que toman asiento los Länder, de acuerdo con la estructura federal. Pero conviene saber que los alemanes no eligen a sus miembros pues el Bundesrat está compuesto por representantes de los gobiernos de los Länder (no de sus parlamentos) siendo la población la que determina el quantum de su representación, aunque con beneficio de los pequeños territorios (Baviera -doce millones de habitantes- dispone de seis votos, máximo existente, mientras que Bremen -no llega al millón- o el Sarre -pasa ligeramente del millón- cuentan con tres).

Los partidos políticos alemanes son los cristiano-demócratas, con su variante bávara social-cristiana; el social-demócrata; los liberales; los verdes y, ahora también, la “izquierda” que recoge a mucho exmilitante del partido comunista de la antigua DDR. Apunta también su presencia en el parlamento el partido “pirata” que se ocupa del uso de Internet y los derechos de autor en la red. En la historia de la República Federal ha habido dos partidos fuera de la ley: en 1952 se prohibió la reconstrucción del nacionalsocialismo, y en 1956 le tocó el turno al partido comunista. Un intento del gobierno alemán dirigido a declarar inconstitucional al partido “nazionalista” (NPD) fracasó en el Tribunal Constitucional pues fallaron las pruebas al actuar de forma descoordinada y un poco chapucera los servicios de “protección de la Constitución” de la Federación y de los Länder.

La confesión y la práctica religiosa juegan un papel de cierta relevancia en las elecciones, siendo los católicos los que mayoritariamente nutren las filas de los votantes de la democracia cristiana (pero un 25% de personas que se declaran “agnósticos” votan también por esta formación). Respecto de los protestantes, según datos de 2002, si el 36% vota cristiano-demócrata, el 44% lo hace a favor de los social-demócratas.

Llama la atención, visto desde España, la capacidad de la democracia alemana para ir poco a poco asimilando nuevas alternativas políticas. La vieja dualidad cristiano-demócrata y socialista fue rota por los liberales que formarían con ellos varias coaliciones. Después irrumpieron los verdes (también gobernantes hasta hace poco), y ahora los ex-comunistas e incluso este nuevo y singular partido que es el “pirata”. Gracias al sistema electoral, los votos a los partidos pequeños no se pierden (como ocurre entre nosotros) y por eso el elector puede, con su papeleta, enriquecer el espectro parlamentario.

En los momentos en que ultimo este artículo, todas las hipótesis están abiertas. Claros vencedores serán los seguidores de la señora Merkel pero el misterio se centra en las coaliciones que se puedan formar: hasta hace unos días la entrada del partido liberal en un gobierno de la actual canciller era muy probable, hoy sin embargo veo por las encuestas que esta fórmula “se tambalea”. Frente a lo que es habitual en la política española, añadamos que allí la coalición de los socialistas con los comunistas no se contempla ni remotamente como normal. Los primeros la rechazan de forma abierta.

Parece en fin que el tiempo en la jornada electoral será bueno, con ese sol tibio otoñal que, cuando luce en Alemania, es como un ser majestuoso que repartiera su limosna de blandos estímulos espirituales.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Una nueva guinda

No os dejéis engañar: quien nos hace escuchar música ambiental nos torturaría de manera más bárbara, si pudiera.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Tribunal Constitucional

Asombro causa la descalificación del Tribunal Constitucional en boca de personajes políticos. Estamos jugando con fuego. Adelanto que no soy ningún entusiasta de los Tribunales constitucionales. El control de la constitucionalidad de las leyes lo resolvieron los americanos a partir de la sentencia famosa Marbury v. Madison sin tanta alharaca. Pero aquí en Europa nació Kelsen que fue un gran jurista y una gran persona pero que nos enredó, a base de dogmatismos exagerados, en la idea de los Tribunales constitucionales que, por cierto, no era suya, sino de G. Jellinek, aunque éste la había concebido con fines distintos. El caso es que tenemos nuestro Tribunal Constitucional como tuvimos nuestro Tribunal de Garantías constitucionales en la República, una calamidad política y una desgracia técnica, como creo haber demostrado en un reciente libro (“Juristas en la Segunda República”, Marcial Pons, 2009). Por tanto, si existe el Tribunal en nuestra Constitución se impone respetar sus decisiones como se impone respetar, en lo personal y profesional, a sus magistrados. Anunciar ex ante que resulta indiferente para la acción política lo que decida el Tribunal y hacerlo desde una tribuna pública e investido de la autoridad que otorga la Constitución misma es un peligro para la democracia, un sistema muy frágil que, por lo mismo, exige que todos los actores en él presentes crean en sus postulados básicos y los defiendan. ¿Qué diríamos si un general usara un micrófono para decir que le importan un pito las órdenes que reciba del Gobierno o lo que acuerde la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo?

viernes, 11 de septiembre de 2009

Peligro una vaca

(Hoy se publica en La Nueva España esta Sosería que puede ser de interés para mis amigos del blog)



Acabáramos, ahora resulta que también las vacas son las responsables malignas del cambio climático. ¿Las vacas? ¿Qué hacen las pobres vacas, aparte de mirar compungidas el paso del tren como en el cuento de Clarín? Pues hacen algo cuya importancia ahora se advierte: las vacas eructan y se tiran pedos. Las veíamos apacibles, mugiendo, dándole a la hierba, con sus caras de sueño nunca saciado, con sus cuernos de mentirijilla, sus cencerros que recuerdan al sacristán que va llamando a los fieles a la misa, es decir, las veíamos como seres inofensivos, limitados a darnos leche para crecer y carne para holgarnos, y ahora resulta que albergaban en sus entrañas un secreto pérfido que desequilibra al planeta: sus pedos y sus eructos.

Los ha descubierto Paul Mc Cartney, que antes cantaba con los «Beatles» y ahora se dedica a espiar a las vacas en sus aspectos más íntimos, aquellos que jamás debieron airearse (y nunca mejor empleada la expresión ya que de aires hablamos).

¿Qué propone? Rebajar el consumo: no comamos carne de vaca porque así la cabaña ganadera acabará reduciéndose y con ella el número de esos pedos que tanto desconcierto crean en el clima. De la leche habrá que tomarla condensada pues no provoca alteraciones en el bioclima.

Es cierto que si las vacas con sus pedos causan tanto mal hay que enfrentarse a ellas y como es difícil convencerlas de que no eructen, porque se las habla y siguen dándole a la hierba sin hacer el más mínimo caso, pues acabemos con ellas en su mismidad vacuna: muerta la vaca se acabó el eructo vacuno.

Al llegar a esta conclusión me he quedado tranquilo y empecé a pensar en un programa de exterminio de las vacas. Desde el Parlamento europeo alguna propuesta habrá que hacer. Pero, cuando ya estaba tejiendo soluciones concretas, me he dado en cavilar lo siguiente: y si después de las vacas se nos pone a los humanos en el punto de mira. ¿Quién nos dice que McCartney no nos va a perseguir en nuestros momentos de más plácido desahogo?

En algunas regiones españolas, allá donde se consumen buenas legumbres, les fabes, los verdines, los garbanzos, las judías pintas... ¿cómo se oculta que también contribuyen a la formación de gases de efecto invernadero y a la destrucción del planeta?

En cuanto el «beatle» se entere, girará visita de inspección a estas zonas y se apostará tras los consumidores de una fabada o de un plato de garbanzos con bacalao y en cuanto el favorecido por la dicha gastronómica empiece a liberar aires lo atrapará y la más cruel denuncia se abatirá sobre él porque está poniendo en peligro la vida en la Tierra. ¿Alguien podrá explicarle a ese comisario que una vida sin pedos y sin eructos será una vida limpia pero no es vida?

¿Qué hacer? Pues acabar con los hombres o al menos ir reduciendo su número poco a poco. Hasta que la Tierra, el planeta entero, esté despoblado pero muy protegido, disfrutando todos de la paz de los cementerios. El único que quedará será McCartney, quien con su potente coche de miles de cilindros y su avión privado irá de un lado a otro persiguiendo pedos, aunque sean quedos, denunciando eructos, controlándolo todo... Es decir, garantizando la biodiversidad.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

A la vista de la situación política española, se me ocurre la siguiente reflexión para abrir boca y debate:
De una dictadura se sale. De una democracia degenerada, no. O sí?

domingo, 6 de septiembre de 2009

nuevos bríos

Queridos amigos, aquí estoy de nuevo dispuesto a comentar de forma festiva o seria noticias, libros, experiencias, lo que vaya surgiendo al hilo de los días. Espero vuestra colaboración y vuestro apoyo.

jueves, 11 de junio de 2009

Hasta pronto

Queridos lectores de este blog:

os agradezco mucho la atención que habéis prestado a los disparates que he ido publicando a lo largo de las últimas semanas. Necesito descansar un poco, tras el ajetreo electoral, y también pensar a qué quiero dedicar mi pluma, ahora que cambia un poco mi vida. Tengo que buscar una nueva orientación, tanto en los escritos serios como en los festivos, y para eso necesito meditar. Un gran abrazo a todos, os tendré en mis pensamientos (en mis oraciones, decían antaño los curas), Paco Sosa

domingo, 7 de junio de 2009

Guinda

Abrir la urna, tras la jornada electoral, es el descorche del champán con el que culmina la fiesta de la Democracia.

viernes, 5 de junio de 2009

Cremas y masajes

Es ciertamente complejo vivir hoy de una manera consciente. ¡Es preciso hacer tantas cosas, estar tan informado...!

Ocurre con las cremas para la piel, reservada hasta hace bien poco a las mujeres y hoy utilizadas de forma creciente también por los hombres que se hidratan, se estiran, se masajean y ocultan ojeras como las mejores vedettes del pasado. Un cajero que en algo se tenga no va por las mañanas a la oficina como antiguamente hacía después de tomarse un buen café con churros; hoy se administra unos cereales y, después, se aplica un hipoalergénico, un liporreductor y pizca de glicerina para retener la humedad. Todos conocemos ya cuál es nuestro Ph y la textura de nuestra película hidrolipídica y quién no sepa qué cosa sea el colágeno es sin más un borrico abandonado por los dioses.

La causa del envejecimiento no está, como hasta hace bien poco hemos creído con atolondramiento, en los disgustos que dan los hijos y en la cuenta corriente que adelgaza sin piedad como una anoréxica, sino en unas moléculas inestables que se llaman "radicales libres" que atacan a las membranas de las células e incluso al núcleo celular. ¡Con la simpatía que hemos tenido siempre a los radicales libres porque nos parecían unos tipos insobornables!

Ahora sabemos que aquello que evita el envejecimiento no es el jamón de cerdo cebado con amores adánicos ni el besugo al horno, sino una coenzima que se conoce como Q-10, una suerte de espía que no da tregua a esos malvados ya citados que son los radicales libres. Lo peor son las células muertas porque, además de enterrarlas, hay que llevar siempre a mano retinol y un SPF para conjurarlas. La urea, que los más zoquetes identificamos con la orina y, por ello, merecedora de nuestra más distante indiferencia, es hoy substancia muy apreciada como hidratante y hasta como exfoliante de suerte que es aconsejable recoger las mejores y más sostenidas micciones como si se tratara de un bien de abolengo.

En fin, como se puede percibir, un lío del que nuestros antepasados se vieron libres: de ahí la oronda silueta y la cara de satisfacción que, insultantes, ofrecen en las viejas fotos familiares.

Y, sin embargo, quién crea que con atender este galimatías ya ha cumplido está bien confundido. Para mantenerse en forma, ágil y joven, es necesario además darse un masaje, no por esas señoritas que al efecto se anuncian proclamando en los periódicos sus hechuras y pujanzas, sino adquiriendo diabólicos aparatitos pensados para calmar dolores, aliviar tensiones, relajar o incluso endurecer los músculos y hacerlos amenazantes al tiempo que se trabaja en la ventanilla o en el andamio.

Hay lo que se llama el digitomasaje que es una pulsera que tiene un pequeño latido como el de un bebé; también la estimulación muscular que, si bien suena a lujurioso tejemaneje, es un casto utensilio, serio y formal aunque lleno de traviesos electrodos que endurecen el abdomen, los glúteos y hasta los muslos, "sedes libidinis", en el decir de los clásicos.

Si se quiere más, se puede echar mano del masaje "shiatsu", más japonés que un reloj (japonés, claro), que deja la nuca y las pantorrillas listas para cualquier empeño. Por menos de seis euros se puede comprar una bola con púas redondeadas que sirve para practicar la reflexoterapia de manos, aunque como su propio nombre no indica, vale asimismo para las cervicales y la espalda. Los más vehementes disponen de un mango de masaje manual (a no confundir con el bálano tradicional) que es un rodillo definitivo para la relajación de ese guerrero urbano en que todos nos hemos convertido. O de la talasoterapia podal o del jacuzzi portátil...

Corolario: quien hoy esté viejo o cansado es por afición.

miércoles, 3 de junio de 2009

Libros y antigripales

¿Se leen libros en España? Es este un asunto que surge a menudo en los medios de comunicación. Tenemos constancia de que ahora se publica mucho más que antes y como las editoriales de algo tienen que vivir, se entiende que venden sus libros y quien los compra es muy probable que los lea, a menos que prefiera utilizarlos como combustible en la chimenea, lo que resulta, por cierto, un destino glorioso para tanta bazofia como ve la luz, aunque solo sea porque el fuego la purifica y, además, la encomienda al cielo, al que asciende en la airosa forma del humo.

Antes de la guerra, Azorín o Unamuno vendían muy poco pero, sin embargo, ganaban dinero Ricardo León y su novia Concha Espina; en el teatro se veía a Benavente y también la "Santa Isabel de Ceres" de Vidal y Planas. Blasco Ibañez se hizo rico aunque en ello acaso influyó el hecho de ser Blasco un personaje que intervenía en la política y a quien, por estas razones, le llevaron a la pantalla "Los cuatro jinetes del apocalipsis". A Blasco Ibañez le gustaba mucho estar en los periódicos y así se cuenta que, cuando se murió, como alguien le diera la noticia a Valle Inclán en el café, éste contestó sin inmutarse: "no haga usted caso, es solo propaganda que él se hace".

Cuando leemos los periódicos del siglo pasado, vemos avisos curiosos que anuncian que en tal librería de Madrid se han recibido cinco ejemplares de la novela "Los miserables" de la que es autor el fecundo escritor francés Víctor Hugo. Venimos pues, en rigor, de un pasado acaso no muy esplendoroso pero en el que los pocos aficionados a la lectura leían y probablemente con provecho. El resto seguía los crímenes y los toros porque, en verdad, que aquellos crímenes eran crímenes selectos, de mucho puñal y mucho veneno, y los celos jugaban un papel tan determinante que Vidal y Planas, a quien antes he citado, mató por celos (fundadísimos) al mediocre escritor pero relevante sablista Antón del Olmet. Además, quienes toreaban eran Joselito y Belmonte. Con las hazañas de estos gigantes, el libro quedaba como un enemigo escuchimizado al que solo prestaban atención eruditos descreídos pero fervorosos de la letra impresa.

Hoy otra es la situación. En cualquier quiosco de periódicos nos encontramos ediciones muy baratas de Balzac o de Clarín. Cervantes y Shakespeare cuelgan de una cuerda como prendas puestas a secar al sol, al lado de los Marsé, Cela o Torrente que también se acogen al tibio calor de las tiradas millonarias.

Pues bien, si todo esto es así ¿por qué se lee tan poco? A veces la causa se busca en la televisión y en los estragos culturales que ésta origina. Sin embargo, la verdadera razón nadie la ha desvelado hasta este momento y es hora de que alguien lo haga: son los fármacos antigripales y anticatarrales los causantes del bajo índice de lectura.

Nadie debe extrañarse de ello porque hasta el descubrimiento de estos medicamentos, quien cogía una gripe o un catarro se metía en la cama y se tiraba diez o doce días bajo las mantas con la bolsa de agua caliente en los pies a la espera de que la enfermedad se despidiera educadamente. En tales molestas circunstancias ¿a qué se podía recurrir si no era a los "Episodios Nacionales" o a las novelas de Palacio Valdés?

Sin embargo ¿qué ocurre ahora? ¿alguien se puede leer de verdad el Ulises o lo último de Philip Roth si con una pastilla efervescente se está en condiciones de acudir a la oficina y rendir en ella de forma plausible?

Las novelas de antaño eran el desenfriol de hogaño.

Estando así las cosas, no queda más remedio que aprovechar la reforma farmacéutica para retirar del mercado vacunas y antigripales. Sólo de esta forma se recuperará el sosiego de la lectura y el placer de una cama sin prisas: ¡la bengala del juego literario y sus metáforas claman por el virus!

martes, 2 de junio de 2009

Tres guindas ilustradas


Respetamos al bosque
porque es orquesta de
madera y viento.










Las montañas tímidas se envuelven en la recatada espuma de la niebla.
















La nieve es el abrigo de pieles de las montañas.

lunes, 1 de junio de 2009

Deporte barato

¡Gran deporte el de la montaña, gran deporte el del ascenso a las cumbres o el del simple senderismo! Y bien barato: apenas unas botas, un gorro para el sol, una mochila liviana... Ahí, en su misma elementalidad, se halla su desgracia porque en él no hay grandes inversiones ni más publicidad que la que pudiera encarecer el amor a la desinteresada contemplación de la naturaleza: ¡placer de párvulos! Que por lo mismo no es, nunca ha sido, buen material para el negocio de grandes ceros. ¿Cuántos caminos hay señalizados adecuadamente para el montañero en esta región, en cualquier región de España? Es de ver, y de lamentar, el abandono que se complacen en practicar las Administraciones respecto de su riqueza forestal para fines deportivos, empezando por los propios municipios, insensibles por ignorantes.

Una experiencia gratificadora al menos camina (y nunca mejor empleado el verbo) en dirección contraria. Y es que un grupo de ciudadanos sencillos, los que no tienen acceso a los grandes medios ni alardean de conocimientos peregrinos, son quienes tienen en la sociedad moderna las más felices ocurrencias. Está en marcha (y nunca mejor empleada la expresión) la iniciativa llamada “Eurorando”, que reivindica la unión de los pueblos a través de sus cañadas. Un grupo de caminantes va de acá para allá, utilizando viejas sendas, abandonados senderos, y así en media Europa, aspiran a llegar hasta Estrasburgo empleando la técnica de los relevos, para entregar en el Parlamento un libro de firmas y un manifiesto.

Un país como España está surcado de norte a sur, de este a oeste, por los viejos caminos del ganado trashumante. Pero de la misma forma que hemos destruido gran parte del patrimonio histórico para edificar vulgaridades, de la misma forma que nos cargamos perspectivas bellísimas en beneficio de una especulación inmobiliaria de cortísimas miras (en León nada menos que la catedral, su mayor riqueza, está sepultada para el viajero que llega a cualquiera de los miradores que circundan la ciudad por un rosario de chabacanería), de la misma forma, digo, hemos borrado los antiguos senderos por inservibles, porque ya no encajan en una sociedad de ridículas prisitas, y ante la mirada complaciente o evasiva de las Administraciones públicas que luego gastan millones en crear rutas artificiales o costosas instalaciones deportivas cuando las naturales, las que están ahí legadas por la historia, mudas sí pero deseosas de un mimo, se olvidan y se sepultan entre la indiferencia y la rapiña. Todo ello contrasta con la práctica en otros países europeos donde las autoridades amparan estas muestras del pasado de los benéficos constructores.

¿Quién da más? La vaga emoción literaria y el disfrute del resonante clamor de los bosques, sus frondas, sus selváticas vestimentas: ¡ahí es nada!

viernes, 29 de mayo de 2009

En calzoncillos

Durante muchos siglos, el paño de lino se ha usado para un modelo de calzoncillo cuyos extremos inferiores se enrollaban hacia arriba y quedaban en la entrepierna. Se lograba así, en aquellos tiempos remotos, de velar a la colectividad de una forma natural y austera, la rotundidad agresiva de los órganos genitales. Era aquel primigenio calzoncillo una modalidad algo evolucionada del taparrabo, prenda inventada de manera apremiante por nuestro común padre Adán cuando descubrió el alegre atrevimiento con el que se paseaba por el Paraíso, confundido, en su mente incierta de primera criatura, con un campo de nudistas.


También llevaron las personas distinguidas mallas que eran ya cosa fina, de distinción social y sexual (el sexo es el picaporte con el que llamamos a la puerta de la sociedad que ha de acogernos), y esa es la razón por la que en París, durante la Revolución francesa, los insurgentes de las clases humildes fueran bautizados como "sans culottes", es decir, "sin mallas".


Ya en épocas más recientes hizo furor la ropa interior larga y ahí tienen su origen los calzoncillos del doctor Rasurell que tapaban el aparato genesíaco de nuestros abuelos pero que llegaban hasta la tibia dándoles ese aire tibio que suele adornar a los auténticos abuelos. En la posguerra, la severidad de los días y el exaltante patriotismo ambiental obligaban a vestir calzoncillos hasta la entrepierna, blancos por supuesto, y castos. El Caudillo jamás hubiera permitido otro modo de solapar el trapío.


Pero desapareció el general, perdiendo por cierto de esta forma natural y traidora su condición de invicto, y ahí vino el descaro y la desmesura. El "slip" presentó batalla a la cauta prenda tradicional y, ay desdicha, se la ganó. Claramente era un invento del Maligno, que suele presentar de forma artera sus odiosas creaciones, porque, si bien se anunció con hipócrita ingenuidad como una forma deportiva de celar el trinquete, todos supimos bien pronto que de lo que se trataba era de proporcionar mayores hechuras y una más lograda apariencia de acometividad. Y ahí es donde nos quería llevar Belcebú que ya había ensayado análogo cebo en el siglo XIX, época en la que se usaron unos cojinetes para resaltar o dar adecuado relieve a los bolos. En la Corte, quienes se acercaban a doña Isabel II, alzaprimaban de esta suerte su salvoconducto para penetrar mejor en los graves asuntos de la gobernación.


Por si fuera poco, el color blanco, comulgante y seráfico, cedió su puesto a otros tintes e incluso a arriesgadas combinaciones cromáticas y así tal parece en la actualidad que algunos lleven en sus entretelas la bandera de un país remoto y quimérico.


Una constante, sin embargo, se ha mantenido por encima de las modas: siempre han dispuesto estas prendas de rendija o bragueta por la que resultaba fácil extraer el tallo o tronco, según corpulencia. Y aquí es donde viene la innovación más perturbadora que los contemporáneos sufrimos: muchos de los actuales calzoncillos carecen sencillamente de orificio viéndonos obligados sus usuarios a desembolsar por arriba o por uno de los lados y, con ello, a industriar un peregrino tejemaneje, cuando no a entregarnos a circenses contorsiones. Todo ello para quebrar la artificial resistencia del pendón, cuya cortés retractilidad castigamos con un injustificado y gratuito hermetismo.

Señores: si una redención se impone hoy como inaplazable es la de nuestra aherrojada guarnición: ¡libertad, libertad para la cautiva!

jueves, 28 de mayo de 2009

Aceite de oliva

Hoy, Noé se hubiera enterado del fin del Diluvio por un fax que Dios le habría puesto o por un e-mail, pero en su tiempo, y a falta de estos diabólicos artilugios, recibió una paloma con un ramo de olivo en el pico. De esta forma, el Señor le anunciaba que mandaba el cese de las lluvias y que sellaba la paz con los hombres. Desde esa remota época, esa paloma y ese ramo de olivo son el símbolo de la paz y la unción con aceite de oliva es una muestra de hospitalidad en muchos pueblos mediterráneos y a los muertos, cuando se les viatica, se les proporciona aceite sagrado. Picasso sacó mucha rentabilidad a todo eso de la paloma y el olivo y hoy no hay tienda de regalos ni lista de bodas de cierto fuste que no incluya su paloma de la paz.

Y, sin embargo, el pacífico ramo de olivo es capaz de desencadenar en nuestros días una guerra en España. Hasta ahora habíamos conocido la guerra de las naranjas, que fue aquella que montó a principios del siglo XIX Godoy contra Portugal y que se conoció con ese nombre porque los soldados más aduladores le mandaron unas ramas de naranjas de Yelves que el príncipe, a su vez, envió a la reina adúltera para que ésta no olvidara a su guerrero enamorado y fogoso. Ahora es el olivo el que da nombre a un nuevo enfrentamiento en el que no hay trincheras sangrientas ni cañones porque ya no se hacen la guerra como antaño cuando se enviaban unos a otros columnas de soldados entonando himnos, inflamados de sana ardentía bélica. Como todo ese aparato escénico ya no se estila más que en las películas, ahora las guerras se hacen a base de comunicados diplomáticos, plataformas reivindicativas, manifestaciones en Jaén y mesas redondas.

Ahora bien, con todas las armas a nuestro alcance hemos de defender nuestra aceituna y nuestro aceite porque sólo así defendemos nuestras entretelas. ¿Qué español podrá mirarse al espejo con dignidad si descuida o se zafa de esta empresa? Y es que un español decente y educado empieza la jornada echando un chorro de aceite a un pan crujiente y, luego, dependiendo del gusto, le añade sal o azúcar o miel que tampoco es mal contraste el producto de las abejas. Sigue la jornada y, en la comida, se toma una ensalada de jugosas verduras bien regada con aceite de oliva de la sierra del Segura o de Jaén o de Córdoba, y, luego, atiende al aceite que le ponen al sofrito del guiso que se va a zampar porque sabe que su verdadero secreto está ahí precisamente, en el aceite que se usa y en la forma de administrarlo. Si prefiere unos huevos, éstos han de venir fritos en aceite de Antequera o de la sierra de Cádiz o de Tarragona o de Lérida y, cuando pide el postre, se documenta acerca del aceite con el que se ha confeccionado la pastelería o la bollería que se le ofrece y al oír que se ha usado el afrutado y delicado de Aragón, emite una breve pero expresiva muestra de júbilo.

Esta es la realidad que debemos conocer pues fuera de ella todo es confusión y oscuridad. Piénsese por un momento en esos restaurantes donde, para abrir el apetito, nos ponen un plato con mantequilla y pan. ¿Existe un delito gastronómico de mayor envergadura? ¿Puede darse una muestra de ignorancia culinaria más cabal y definitiva? La mantequilla, lejos de incitarnos a la comida, nos aplaca el hambre, nos arrasa los sabores futuros y, encima, nos instala, sin miramiento alguno, el colesterol en los lugares más comprometidos de nuestro organismo. Sustitúyase ese infame introito por unas zanahorias crudas, cortadas en rodajas o en tacos, levemente humedecidas con unas gotas de aceite de oliva y una pizca de sal. Nuestro paladar se abre de par en par y nuestras mejores facultades intelectuales están ya preparadas para recibir las creaciones del cocinero, disfrutarlas y, al cabo, emitir sobre ellas un juicio certero y responsable.

Defendamos el tesoro de nuestros bosques de olivos para que su jugo fiel siga alumbrandonos.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Dulces y postres

Cuando se viaja o se camina por los pueblos de esta España judicialmente pegajosa una de las tareas más recomendables y útiles a que puede entregarse el viajero es la de conocer y disfrutar los dulces y los postres locales porque en ellos se encuentra condensada la sabiduría del lugar. El postre es la rúbrica que echamos al texto de la comida y, por ello, es lo que la hace auténtica y fidedigna. De la misma forma que no aceptamos ningún documento que no lleve la firma de quien lo ha escrito o expedido, de igual modo no podemos fiarnos de un cocinero hasta que vemos su firma estampada en forma de postre que es lo que le define y le singulariza. Y es que el postre es el desenlace, donde queda clara toda la trama de aquello que hemos comido con anterioridad; es también el epílogo, los últimos compases de la composición, aquellos que nos impulsan a aplaudir y a pedir que salga el director a escena.

Por eso es tan triste la moda actual de los postres industriales que, en los restaurantes, están conservados en armarios frigoríficos como cadáveres en espera de su sepultura definitiva. Una de las más inequívocas muestras del declinar de esta tierra nuestra es precisamente esa: la generalización de las tartas al whisky o al ron que se toman lo mismo en Almería que en Lugo o en Segovia. Es este un delito de lesa gastronomía del que alguien debería responder ante los tribunales competentes porque no se puede perpetrar una agresión tan descomunal a la tradición y a los buenos modales culinarios de forma impune. Esos armarios son buenos para los laboratorios donde se guardan las muestras del ensayo científico o el cultivo de un hongo, también para los hospitales y las peleterías porque parece que a los despojos humanos o animales les va bien el fresquito. Pero una buena tarta, un hojaldre terso y curruscante o el orondo bizcocho bien relleno de crema merecen un trato distinguido, afectuoso, con cierto calor maternal.

El postre, por no ser cosa de broma, hay que tomarlo en serio. De ahí que debamos rechazar el postre en serie. La condesa de Pardo Bazán, que fue el ama de cría de la literatura española, tiene un precioso libro sobre la cocina española antigua, acaso lo más notable de su producción, en el que recuerda cómo en materia de postres no es infrecuente que se puedan incluso rastrear los vestigios de nuestra historia y así dice que "en Granada tuve ocasión de ver unos dulces notabilísimos. Eran de almendra o quizás de bizcocho y ostentaban en la superficie dibujos de azúcar que reproducían los alicatados de los frisos de la Alhambra y no por artificio de confitero moderno sino con todo el inconfundible carácter de lo tradicional".

Don Juan Valera, que fue un gran viajero, una especie de trotamundos de levita y plastrón, era gran aficionado a los dulces y postres enjundiosos y en su obra se pueden encontrar muchas alusiones a hojuelas, pestiños, rosquillas, mostachones, bizcotelas... Se recordará que uno de los primeros obsequios que recibe don Luis de Vargas al instalarse en casa de su padre y empezar allí a escribir las cartas a su tío el Deán, poco antes de conocer a Pepita Jiménez, fue precisamente un "tarro de almíbar, una torta de bizcocho, un cuajado y una pirámide de piñonate". ¿Qué hubiera sentido don Juan Valera si, en uno de sus viajes, allá por tierras centroeuropeas, se encuentra, metidos en una fresquera, los bizcochos con canela empapados en vino generoso de que nos habla en Las ilusiones del doctor Faustino? Es mejor no pensarlo porque puede removerse en su tumba.

Una responsabilidad muy importante en el trajín dulcero han tenido y siguen teniendo las monjas, que ponen ingredientes sabrosos y naturales, verdaderos, porque si metieran acidulantes, conservantes y demás inventos de mangantes se condenarían sin remisión posible al infierno.

A la prensa ha saltado la noticia de la incorporación a Internet de las yemas de santa Teresa. Son éstas una de las más importantes creaciones del genio humano y, aunque dicen que las inventó Isabelo Sánchez a mediados del pasado siglo, en realidad no son sino el milagro más consistente de la santa de Ávila. El hecho de que ahora figuren en Internet y, por tanto, salgan en millones de ordenadores, solo alegría debe causarnos y, por ello, debemos animar a los demás artistas confiteros a hacer lo propio. Porque ya no es hora de conquistar tierras con la espada ni de evangelizar indios renuentes. Es la hora de señalizar las autopistas informáticas con los indicadores luminosos y gozosos de nuestros postres.