miércoles, 29 de diciembre de 2010

Estado de alarma

Terminamos el año y empezamos otro nuevo alarmados, es decir, asustados y sobresaltados. Y yo quisiera explicar que no hay razón justificada para ello porque la autoridad competente ha tenido el caballeroso gesto de declarar el estado de alarma.

Hemos visto cómo se ha reunido la tal autoridad con las demás autoridades, se han sentado en torno a una mesa llena de códigos y ahíta de sabios asesores, han cogido recado de escribir y han tomado la decisión de que es obligado declarar la alarma, es decir, avisarnos a todos de la existencia de un peligro cierto que nos acecha habida cuenta de la preocupante situación en la que nos encontramos. A mí esto me parece un signo de claridad y de sinceridad que debe ser agradecido por la ciudadanía. ¿Alguien se molesta con la jefatura de tráfico porque nos advierte de que nos pueden caer unas piedras sobre el parabrisas del coche si persistimos en circular por tal o cual carretera? ¿O con el Ministerio de Industria porque nos previene que, si tocamos un poste de la luz, nos podemos quedar, como es fama, queda el triste residuo de un cigarrillo abandonado a su suerte? ¿O con el radiólogo que nos avisa del riesgo que corre la mujer grávida si entra confiadamente por sus dominios?

Parece claro que, a la vista de tales prudentes advertencias, todos tomamos nuestras medidas y quedamos tan agradecidos.

Pues lo mismo con quien ha declarado el estado de alarma: autoridades llenas de sabiduría y sensatez que, a la vista de cómo anda el patio, nos señalan el peligro cual padres que velan por la seguridad de sus hijos. Ahora que estamos en época de restricciones yo propondría que a estos beneméritos gobernantes se les suba el sueldo porque esta vez de verdad se lo han ganado. Limpiamente y con suma honradez.

Por el contrario, lo que es absolutamente reprochable es que no lo hayan hecho hasta ahora, pues señales de alarma llevan sonando desde hace muchos años en el solar hispano de nuestras entretelas. Así, verbigracia, cuando se enteraron, porque así lo consignaron estudios serios avalados por organizaciones internacionales de «prestige» (perdón, de prestigio), de que el nivel educativo en España era bajísimo, que el jovencillo con el Bachillerato acabado confundía a Pérez Galdós con Pérez Rubalcaba y creía que Napoleón era una acreditada marca de calzoncillos con abertura aliviadora, o no sabía más que el nombre del río que pasa por su pueblo, ¿por qué no declararon el estado de alarma?

Y cuando esa misma autoridad u otra parecida ha decidido destruir millones de vacunas compradas alegremente por causa de la improvisación con el dinero de los contribuyentes o cuando los ganaderos se veían obligados a tirar la leche por el desagüe, ¿por qué tampoco se declaró el estado de alarma?

Y cuando todos nos endeudábamos de forma desenvuelta haciendo cola ante las oficinas de bancos y cajas de ahorros formando un ovillo inextricable que habría de estallar como estallan las luminarias de feria, ¿por qué no se declaró el preventivo estado de alarma?

Y cuando nos enteramos de que cientos de investigadores españoles no pueden volver a su país porque la investigación en la Universidad está agarrotada por la endogamia, ¿por qué no se declaró el estado de alarma de la creación y la inventiva?

Y así podríamos seguir...

Es decir, que en un estado de alarma como el que vivimos lo procedente es declararlo a boletín oficial destapado y con las vergüenzas al desnudo. Y esto es lo que se ha hecho con limpieza. Lo que esperamos ahora es que no vuelvan a ocultarnos nunca más el alarmante estado de nuestro Estado.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Cavilaciones navideñasa

Cuando se acerca la Navidad, una de las más angustiosas cuestiones que se plantea en esta sociedad de la abundancia (para pocos, más bien, los de siempre) es organizar los menús, qué comer, y ahora también qué beber. Hay quien no quiere novedades y se aferra a las tradiciones del pavo o el besugo o a la resurrección de viejas recetas que se guardan de los antepasados y se transmiten de generación en generación como trofeos de una conquista gloriosa y risueña. Mi aplauso para quien así proceda porque debe sentirse orgulloso, fortificado en su parapeto familiar erigido en defensa de la conservación de viejos sabores y de acreditadas sensaciones que han sabido resistir plantando cara al paso trotón de los almanaques. Porque acaso sea cierto que toda innovación es extravío, como aseguraba el profeta Mahoma, o que lo que no es tradición es plagio, según corrigió en forma de jeroglífico nuestro Eugenio d́Ors.

Sin embargo, tengo la sensación de que esta sociedad, que ahuyenta los recuerdos o los traslada a desvanes propios para ocultar cadáveres, está matando las costumbres tradicionales navideñas en punto a organización de las comidas. A este fenómeno contribuye también la rica despensa de que ahora se disfruta durante todo el año, lo que convierte a estas fechas en momentos gastronómicos sin especial significación, privados del esplendor que otorgaba la excepcionalidad en épocas pasadas, más austeras y de mayores privaciones. El pollo que imaginaba Carpanta en sus ensoñaciones es hoy comida de colegios y de enfermos con bacterias muy obstinadas, por lo que su ingesta se ha convertido en un hecho de una vulgaridad apabullante y dilatada, incompatible con una noche estelar. Lo mismo el pavo, vulgarizado en cualquier menú de plato combinado al amparo de las enfermedades que padecen los orondos cerdos y las vacas, necesitadas de tratamiento psiquiátrico como cualquiera de nosotros. Algún día habrá que escribir la oda al pavo, un salmo dedicado a un ave que fue prez de los fogones, a un ave destronada de su pináculo de gloria culinaria, que ha pasado de entrar en la cocina altivo y graznando, con sus plumas multicolores, a entrar tímido, silencioso, desplumado y reducido a yacer en lonchas en la bandeja insípida de una gran superficie, como si fuera el cuerpo insepulto de un ajusticiado. ¿Cómo no se ha escrito ya un concierto para piano a cuatro manos dedicado a esta gloria de antaño, humillada hogaño?

La situación actual es por consiguiente de desbarajuste. De un lado, parece predominar la idea de que la comida navideña exige entrar en paisajes inexplorados de la mano de una imaginación juguetona pero no estoy muy seguro de que se trate del camino correcto. De otro, y por si ello fuera poco ¿qué decir de la bebida, territorio apacible en un pasado dominado por el peleón? Hoy, es preciso elegir la zona geográfica y, dentro de ella, la añada que haya emitido fulguraciones más consistentes, o decidirnos por pasar sin trámites a ese cava que es glorioso y vulnerable a un tiempo, símbolo un día de la francachela y de la persecución venturosa de ninfas huidizas. Como se ve, lo único cierto en este embrollo es la complejidad en las decisiones, que han de ser adoptadas además en medio de las grandes catástrofes que nos afligen. Yo pido poco: unos huevos fritos con encaje, patatas fritas de confianza, chorizo sangrante de pasiones y un vino del año, en el que los dioses mimaron las vides.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Navidades: un gran invento

Las Navidades son la más creadora invención del ser humano. Ningún acontecimiento del año puede compararse, en originalidad, con la celebración que los humanos hacemos, a los dos mil años, del nacimiento del niño Dios.

Cuando se conmemora una batalla importante o el fin de una guerra victoriosa, de esas en la que el hombre se ha distinguido por su piedad con sus semejantes, se organiza un gran desfile militar, en el que participan unos legionarios tatuados precedidos de una cabra, una banda de música toca enaltecedores pasodobles, se lucen mantillas en las tribunas y a un cura castrense se le deja decir una misa por los caídos que siguen con fervor los que aún están en pie.

Si se quiere recordar el nacimiento de Kant o de cualquier otro pensador terrible, un grupo de sus entusiastas, habitualmente destacados intelectuales que viven de lo que aquel hombre dejó escrito, prepara un congreso en el que se pronuncian conferencias destinadas a analizar tal o cual fragmento de la obra del sabio celebrado y llorado, normalmente financiadas por la Caja de Ahorros, con lo que el lloro resulta menos compungido y más llevadero.

Véase cómo en ambos ejemplos, existe una relación identificable entre aquello que se conmemora y los fastos de la conmemoración.

En las Navidades, no. Porque dígaseme ¿qué relación existe entre el nacimiento del niño Jesús allá en Belén con regalar una pitillera a un pariente próximo? Y el hecho de afanarse medio kilogramo de polvorones ¿tiene alguna conexión, siquiera sea remota, con la venida al mundo del Salvador? Pues qué, rellenar un pobre pavo de castañas, ponerlo al horno y comerlo después con voracidad, en compañía de algunos parientes importunos ¿puede decirse que recuerde en algo aquel humilde y remoto parto? Comprarse una bufanda, jugar a la lotería para atraer al único gordo con prestigio en la sociedad, ir a esquiar a los Alpes, tomar las uvas en un hotel en la poética proximidad del jefe de una entidad bancaria, ¿puede relacionarse con los llantos de un recién nacido y los afanes de una madre sin el consuelo del dodotis?

No. Ni la más fecunda imaginación puede asociarlos. Por eso decía que las navidades son el fruto de la más creadora imaginación del ser humano. Y el definitivo triunfo del Corte Inglés.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Real Academia y ortografía

Es de ver el guirigay que se ha formado con el intento de la Academia Española de modificar algunas reglas de la ortografía de nuestra lengua. Al gran sabio que es Salvador Gutiérrez Ordóñez, autor del trabajo filológico, le han llovido rayos cósmicos desde todos los cantones amotinados de las Españas. Como él mismo ha dicho con gracia «algunos han reaccionado como si quitar una tilde fuera algo parecido a cortar un dedo».

¿Qué podemos pensar de esta labor? Pues la verdad es que uno no sabe para qué se esfuerzan los señores de la Docta Casa en tales empeños. Los chicos españoles son víctimas de las reformas y de los planes elaborados por pedagogos a la violeta y además ahora escriben solamente signos en los mensajes de correo electrónico y SMS que es el género literario que cultivan. Bastante tienen las pobrecillas criaturas con saber conjugar el verbo «haber» y con entender el jeroglífico de las palabrejas alumbradas por la alta ciencia pedagógica (los «segmentos», las «habilidades», las «competencias» y otras lindezas).

A ello hay que añadir que una buena porción de ellos ya no estudia el castellano sino el vasco, el gallego, el catalán, el bable, el leonés, etc. Se advertirá pues que las fatigas ortográficas académicas carecen de sentido.

Mejor sería que los académicos dedicaran sus bien aparejadas entendederas a decirnos algo sobre el festival de exóticas expresiones y siglas que salpican las conversaciones de los españoles más enterados. Verbigracia ¿qué debemos pensar cuando un señor nos dice que se ha comprado un coche que lleva ESP, ABS, ASR, EDL y MSR? O que tiene «desbloqueo remoto del respaldo». O árbol de serie para neutralizar el C02. O volante multifunción detector de fatigas... Un amigo mío me ha preguntado hace poco si mi coche incorpora el «asistente de carril» y la radio RCD con lector MP3. Como lo he negado, sólo su educación le ha impedido decirme lo que estaba pensando: que soy un soplagaitas merecedor de un soplamocos.

Pues si de la conversación automovilística pasamos a la económica, de moda por la crisis que han tenido a bien desencadenar los bancos de nuestros pecados y desvelos, nos encontraremos con misterios lingüísticos de parecida envergadura. Un compañero de infancia, que era un muchacho encantador con el que yo intercambiaba cromos y títulos de novelas imprescindibles, hoy es un gestor de carteras y de lo que me habla es de colocarme «SWAPS y ventas PUT». La verdad es que sólo lo intenta porque estoy determinado a no escucharle hasta saber qué piensa el estructuralismo lingüístico de este galimatías.

Hace poco acudo a un cóctel en Bruselas y oigo a un directivo, de esos empedernidos, con las pilas cargadas de dinamismo y fuerza persuasiva, que estaba «dispuesto a aprovechar las sinergias de la fusión de INFINIX Y MOLINIX para ganar continuidad operativa y autenticidad». Ahí queda eso...

Ahora, lo más moderno entre la gente con recursos saneados en Liechtenstein es tener una «hoja de ruta», «conocer el escenario», padecer «jetlag» y apostar por los «unit linked» que aseguran rentas copiosas, dios sabe a costa de qué trapacerías (las descubriremos en breve y sus costes los pagaremos entre todos; no se haga el distraído, lector, usted también).

A la vista de estas circunstancias idiomáticas ¿no les parece a nuestras lumbreras de la Lengua que procede declarar el estado de sitio y fusilar a quienes expulsan estos excrementos? Si así procedieran ya tendrían justificadas las dietas. Y recibirían la recompensa en la morada eterna.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Bélgica como modelo

(Hace unos días el periódico El Mundo publicó este artículo mío)





Bélgica es un país de extremado interés. Solo el hecho de poder contemplar en sus museos la pintura del siglo de Oro, al Bosco, a Rubens, a Rembrandt o al deslumbrante -porque las luces de sus cuadros deslumbran- Vermeer, es suficiente para quedar atrapado en sus encantos. La obra de Magritte tiene ya casa propia abierta en Bruselas y el teatro La Monnaie acoge óperas y otros espectáculos musicales bien seleccionados. Y si de Bruselas viajamos a Gante, a Amberes o a Lieja encontramos similares -o incluso mayores- atractivos para los sentidos. Pues ¿qué decir de los grandes del comic como Hergé y, para los aficionados a la novela policiaca, de un Simenon? Y Bélgica fue además tierra de acogida para quienes huían de los furiosos: para Baudelaire, para Hugo ...


Se ganó -tras la segunda guerra mundial- con esfuerzo diplomático y plena legitimidad ser el corazón de Europa. Y el albergue de unas instituciones que -con todos sus defectos, sus pasos adelante y atrás e incluso sus desesperantes desfallecimientos- nos permiten contar ya con varios decenios de paz entre pueblos que se habían atizado de lo lindo a lo largo de la historia y, ya con especial dedicación y furia destructora, en la primera mitad del siglo XX. Cambiar lanzagranadas por directivas, reglamentos y sentencias no es mal canje.


Otra cosa es Bélgica cuando la contemplamos en su intimidad política e institucional. En este terreno el político belga ha perdido en los últimos tiempos, lisa y llanamente, el sentido de la medida. Su capacidad para producir embrollos se ha desparramado de tal manera que nadie parece ser capaz de poner límite a una inventiva que se está revelando tan fecunda. Se comprenderá que a cualquier observador le produzca alarma abrir un periódico como “Le Soir” -el más importante de Bruselas- y leer en él un reportaje minucioso acerca de los trozos en que quedaría dividido el país -la Wallonie, Flandes, la comunidad germánica, la región de Bruselas- si no se logra resolver la crisis actual y cómo se repartirían las fuentes de riqueza o las instituciones culturales y educativas e incluso qué pasaría con la figura del rey -rey “de los belgas”, que no “de Bélgica”-. Porque resulta ser este un escenario que se hace posible a medida que transcurren los meses, lo que se constata hablando con políticos belgas de las más diversas tendencias ideológicas como es fácil hacer cuando se viven varios días de la semana en el Parlamento europeo.


Desde la proclamación de la independencia en 1830 y la entronización de un príncipe de la casa Sajonia-Coburgo-Gotha, cuna de donde procede el actual monarca Alberto II, el sistema político belga ha conocido cuatro grandes momentos: el bipartidismo entre el año fundacional y 1893; la práctica de un multipartidismo limitado entre 1894 y 1945; el establecimiento de un bipartidismo que podríamos llamar imperfecto entre 1945 y 1965; y un multipartidismo extremo desde esa fecha hasta hoy. Complicado el escenario por la escisión de los partidos nacionales, el desgaste de los mayoritarios y la aparición en la escena política de nuevos protagonistas (verdes, extrema derecha ...). Es lógico que el paisaje político se haya ido transformando a tenor de los cambios institucionales más destacados, entre los que merecen citarse, el reconocimiento del sufragio universal masculino, el paso de un sistema electoral mayoritario a otro proporcional (1899), el voto de la mujer (1948), la conversión de un Estado de corte centralista en el actual federal con reformas que empiezan en los años setenta del pasado siglo XX y que continúan en los ochenta, los noventa y ya ahora, en el siglo XXI, momento en que sigue dando vueltas la noria de la reforma del Estado, de la financiación, de las competencias ...


De momento, el actual Estado federal de Bélgica se halla compuesto por seis entidades federadas, tres regiones (la flamenca, la wallona y la bruselense) y tres comunidades (de nuevo la flamenca y la wallona más la de habla alemana).


Las regiones disponen cada una de ellas de un parlamento del que sale el gobierno. No tienen poder judicial pero las demarcaciones judiciales han de reflejar la diversidad lingüística del territorio. Las comunidades, con su aparato político y administrativo propio, se ocupan en especial de los asuntos culturales. Por debajo se encuentran las provincias -diez- y los municipios que, tras diversos e interesantes procesos de fusión, son hoy 589. La población no llega a los once millones de habitantes: unos hombres y unas mujeres que caminan con un peso político a sus espaldas que han de financiar lógicamente y es esta una de las causas del endeudamiento público del país.


El hecho de que los límites territoriales de las regiones y las comunidades se superpongan ha originado algunas singularidades: así por ejemplo la germanoparlante está dentro de la francófona. Y el territorio de la región de Bruselas-capital está incluido tanto en la comunidad francesa como en la flamenca. Se diferencia de las otras dos por su bilingüismo oficial: el francés y el flamenco o neerlandés son de uso obligado en todos los servicios públicos (administraciones, hospitales, policía...) aunque, de hecho, el francés es mayoritario en la población. Se compone Bruselas-región de diecinueve municipios, una atomización que crea problemas innumerables especialmente para la gestión de los servicios municipales y así lo puede verificar a diario cualquier habitante de la ciudad (incluídos los que ostentamos la condición de transeúntes). No es extraño que organizaciones poderosas bruselenses, como la que aglutina a los más relevantes empresarios, defiendan la unificación de este caótico mapa municipal.


Como guinda, existen los municipios “con facilidades” que se caracterizan por el unilingüismo de sus servicios internos -la Administración trabaja en una sola lengua- y el bilingüismo externo ya que en las relaciones con el público se pueden emplear las dos lenguas. Tales municipios están diseminados por las distintas fronteras lingüísticas de Bélgica.


Los grandes partidos son, a partir de la reforma federal, representantes de su comunidad lingüística por lo que hay partidos francófonos y flamencos (más los alemanes citados). No hay pues en Bélgica un solo partido liberal ni socialista, ni verde ni cristiano-demócrata. Una situación óptima para complicar cualquier asunto por liviana que sea su textura.


Con estos mimbres no es extraño que la crisis política se haya convertido en endémica de suerte que puede decirse que no se apaga sino que se renueva en cuanto salta cualquier chispa conociendo nuevos y emocionantes episodios. Uno bien cercano fue el vivido a partir de junio de 2007, otro es el actual que arranca de abril de este año 2010 cuando los enfrentamientos entre francófonos y flamencos por cuestiones lingüísticas relacionadas con la organización judicial y con la circunscripción electoral de Bruxelles-Hal-Vilvorde han desembocado en nuevas elecciones -pasado mes de junio- que han contribuido a enredar hasta extremos pavorosos el panorama, preludio de un magno incendio que afecta al corazón mismo de las instituciones políticas y administrativas.


El caso de la circunscripción electoral que acabo de citar, la de Bruxelles-Hal-Vilvorde, es bien significativo y un ejemplo único pues está a caballo entre dos regiones. Hay en ella treinta y cinco municipios flamencos situados alrededor de la capital belga. Pues bien, en ella los habitantes francófonos pueden votar por candidaturas francófonas, lo que no ocurre en ninguna otra parte de Flandes. Los partidos flamencos consideran que esta “anomalía” atenta contra el unilingüismo de la región de Flandes y además les discrimina al beneficiar a los partidos francófonos que pueden adicionar los votos obtenidos en el distrito de Hal-Vilvorde a los procedentes de Bruselas. Este distrito electoral se ha convertido por todo ello en un “casus belli”, origen de la actual crisis política.


A todo ello hay que añadir la polémica de la financiación de las regiones pues, como es frecuente, los ricos se resisten a pagar a los pobres. Sobre ella se discute en estos momentos con tan buenos argumentos como perversas maneras. Y en medio está Bruselas que, con tales querellas, padece un acusado déficit que se hace bien visible en la escasa calidad de muchos de sus servicios públicos.


Explicado este laberinto, pongamos un corolario hispano: a los partidos nacionalistas que pueblan el paisaje español (gallegos, vascos o catalanes), es decir, esos con los que han pactado, pactan y pactarán -sin especiales escrúpulos- los dos partidos mayoritarios, les hemos oído en muchas ocasiones citar, como modelo de organización política para la España plural, el ejemplo belga. No es extraño que, ante tal referencia, un sudor frío se apodere de las entretelas de las personas sensatas. Pero así es y así nos va.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Frío

En ningún sitio se pasa tanto frío como en la capilla ardiente.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Palabra

Cuando el Presidente otorga la palabra por un tiempo medido está repartiendo limosnas de oratoria.

domingo, 28 de noviembre de 2010

El derecho al olvido

Se habla mucho ahora del “derecho al olvido” que se va a incorporar a la tabla de derechos que viene de la Revolución francesa. Junto a la libertad de expresión o de creencias religiosas, el derecho al olvido parece a punto de ser entronizado en las cartas magnas que es como los redichos llaman a las constituciones. Tal necesidad ha surgido en relación con ese gran pantano de información que es Internet donde quien cae -y caemos casi todos- ya no puede salir nunca más. Los especialistas lo conectan con el derecho a la intimidad y con el anonimato que propicia la red donde se puede tirar la piedra y esconder la mano a placer y gusto.

El asunto tiene sus entretelas. Porque cuando tratamos el derecho al olvido ¿de qué hablamos? Parece que, en efecto, del derecho a que le olviden a uno y le dejen en paz. El lenguaje popular lo resume en una frase bien expresiva: “olvídame” se suele decir a un prójimo para indicarle de manera tajante que “no me sigas dando la brasa, colega”. Este es un olvido que, si cursa con éxito, tiene efecto liberador.

Pero a veces el olvido es lo que menos se desea. Cuando de un escritor se dice que su obra “ha caído en el olvido” es que ya nadie le lee y un velo profundo se cierne sobre sus libros y sus creaciones. Se mueve en la oscuridad de la historia que es un lugar tenebroso y donde se bebe la muerte y se aprenden todos sus trucos. Lo mismo ocurre con los compositores: J. S. Bach, con ser J. S. Bach, cayó “en el olvido” después de su muerte y nadie se ocupaba de sus sinfonías ni de sus cantatas hasta que en el siglo XIX vino Felix Mendelssohn y nos lo trajo a la memoria. Fue rescatado del olvido, con mucho contento de quienes gustamos de su obra.

Hay autores que, para conjurar el olvido, escriben sus memorias que es una forma de llamar la atención para evitar la desmemoria, pero con todo no siempre lo consiguen pues este género literario también incluye obras que caen en el olvido. La publicación de las cartas o de los diarios es otra manera de expresar la pretensión que muchos humanos sienten de no desvanecerse en el trajín de los sucesos y de la vida. Y hay también quien, rizando el rizo , escribe sus “Antimemorias”, como André Malraux que fue un magnífico comerciante.

Los fantasmas son quienes más empeño ponen en maquinar contra el olvido. Lo que pasa es que fantasmas ya quedan pocos pues eran propios de los castillos y palacios y ahora con la burbuja inmobiliaria estas mansiones han desaparecido. Una vivienda de protección oficial de sesenta metros cuadrados no tiene sitio para un fantasma ni tampoco sería, todo hay que decirlo, un lugar digno para personajes tan literarios y caballerosos.

A veces se utiliza este asunto que estoy intentando esclarecer como amenaza. Así ocurre cuando los familiares de un difunto hacen grabar en su lápida del cementerio “tu mujer, tu cuñado y tus primos no te olvidan”. Maldita la gracia que le puede hacer al resto mortal sacramentado un desafío tan estable ya que podía estar deseando que le olvidaran y le dejaran en paz, en la famosa paz de los cementerios. No tengo la menor duda de que muchos cadáveres amenazados de esta suerte, si pudieran, contestarían: “si alguna ventaja encuentro a mi nueva situación, es justamente la de olvidaros, esposa odiosa, cuñado petulante y primos cursis”.

La última tontería que he visto es que en una Universidad americana de campanillas han encontrado el modo de borrar de la memoria de manera permanente los malos recuerdos. ¡Vaya una novedad ...! Eso es lo que hemos hecho los humanos desde que el mundo es mundo porque nuestra memoria es selectiva, esto quiero, esto no quiero, y así es como tejemos nuestro pasado y componemos nuestra figura para la posteridad. Si es que esta se ocupa de nosotros pues la posteridad es señora de muy mala memoria. Es decir, inclinada al olvido.

domingo, 14 de noviembre de 2010

El invierno, invento de las castañas

Don Ramón de la Cruz, allá en el siglo XVIII, dedicó uno de sus sainetes a “Las castañeras picadas” porque, entonces como ahora, las castañeras pueblan nuestras ciudades en cuanto empiezan los primeros fríos de noviembre. Lo hacen con rigor de calendario y precisión de reloj, a sabiendas de que han de cumplir su deber de llevar calor a los espacios desprotegidos de las plazas y de las calles, y de ofrecer su fuego al viandante en un acto de caridad enternecedor que administran por el ridículo precio de un cucurucho de castañas, cuenco de ternuras. Hoy día las castañeras son muchas veces castañeros y ya no es lo mismo porque el hombre pone una rudeza a sus acciones que es desconocida entre las mujeres, aunque hagan algo tan delicado como es hacer estallar a una castaña al contacto con el fuego y empaquetarla livianamente.

La época de las castañas, que es también de setas en el campo, huele a hogar, a pequeños placeres de la amistad buscada y de las compañías queridas, a lecturas apacibles y evocadoras. Antaño era tiempo de filandones y de cuentos contados cabe la lumbre por mujeres encorvadas por siglos de trabajos y arañazos a la tierra, por abuelos que disparaban su pirotecnia de recuerdos, con las chispas de las guerras, de la carlistada, de los soldados que partían para África... No sé por qué la memoria, en medio de este crepitar de las castañas, se me llena de las aventuras narradas por Pío Baroja en algunas de sus novelas históricas y también de los momentos en que descansaban los guerreros descritos por Valle Inclán en “Gerifaltes ...” o en “Los cruzados ...”, todo oraciones y rosarios, tensas sus esperanzas en la gloria de la “Causa”. O de relatos de Miguel Delibes con el campo castellano líricamente frío como escenario. Las castañeras salen en la pintura del siglo XIX como salen las señoras que acaban de tomar un baño o las que están bajo una sombrilla en un jardín donde se musican las ilusiones. Escenas cotidianas, suaves, que llegaron de la Holanda del XVII, del Vermeer, y que nos dicen más de aquella época que todos los mamotretos de historia escritos por esos sesudos especialistas ahítos de archivos.

Es decir que, cuando a las ciudades se les pone cara de frío, hay que acudir a las castañeras, aire acondicionado de cuando no había aire acondicionado, con el termostato del calor regulado justo para echar una mano a individuos sin aliento, a mozas desgarbadas, a vagabundos a la búsqueda de una rima y a enamorados en desazón.

La castaña está pues en el origen de la calefacción, invento imposible sin acudir a la tradición castañera y los fabricantes de radiadores deberían hacer un homenaje a la castaña porque es el huevo creador. “En el principio fue la castaña” deberían reconocer estos industriales si tuvieran sentido del agradecimiento porque sin ella, sin la castaña, nadie les hubiera sacado a ellos las castañas del fuego y ahora estarían vendiendo helados de vainilla, una ruina en los meses de invierno. Fue el hombre que tenía una castaña en la mano quien se dio cuenta de que había de inventar el fuego, precisamente para asarla porque cruda le parecía un fruto sin alicientes del que no podía salir sino una civilización mustia y sin las exuberancias necesarias. Y de las llamas del fuego, que son llamada, vienen los bomberos, los diablos calientes y todo lo demás. Porque esto es así, tal como lo cuento, es por lo que me irrita tanto esa expresión que, para explicar algo de mala calidad o una escena aburrida, usa el símil de la castaña. Y peor aún: de quien ha bebido anís o vino peleón de forma despachada, se dice que tiene una “castaña”.

Pero ¿cómo pueden ser tan irrespetuosos estos decires del vulgo que ya pasan de castaño oscuro?

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Guionistas

El guionista más pelmazo es el que escribe las sesiones de Cortes.

martes, 2 de noviembre de 2010

Peligro: una bañera

Pasan las modas, se modernizan nuestras costumbres, desterramos cachivaches antiguos, nos rodeamos de nuevos artilugios ... hasta caen personajes encaramados en altos pináculos ministeriales, como hemos visto estos días, pero la bañera de nuestras casas, de las habitaciones de los hoteles, esa peligrosa bañera que es la causa del ochenta por ciento de las caídas y los accidentes domésticos según las estadísticas más fiables, de las fracturas de brazos, de muñecas, de tobillos y demás piezas de nuestra apreciada anatomía, esa, sigue ahí: blanca como un sudario, muda como un verdugo, desafiante como una venganza.


Se convendrá conmigo que entrar en ellas exige ya una pequeña acrobacia circense porque la altura de sus bordes no cesa de crecer como si de un adolescente en plena difusión de su anatomía se tratara. Permanecer, manejando a un tiempo grifos, cebollas, geles y champúes -solo faltan el móvil y el Ipod- en una superficie lisa, sin rugosidad consoladora alguna, es asimismo un arriesgado desafío a la estabilidad. Al salir, volvemos a sentir renovada emoción porque no suele haber ningún punto de apoyo fiable y, además, los suelos de los cuartos de baño suelen ser resbaladizos, una nueva broma esta a la que son muy aficionados en el gremio de arquitectos de diversos grados y titulaciones. Todo ello me recuerda aquello que escribía don Miguel de Cervantes en su Viaje del Parnaso: “por esto me congojo y me lastimo / de verme solo en pie, sin que se aplique / árbol que me conceda algún arrimo”.


Si a esto se añade que quien se baña a la antigua usanza, es decir, llenando la bañera de agua hasta el borde para sumergirse en ella, es un delincuente ecológico pues hoy en día hasta las autoridades -¡que ya es decir!- se han enterado de que es preciso ahorrar agua porque hay poca y se despilfarra en abundancia, se comprenderá que la bañera no es solo superflua sino que es sobre todo una invitación a la comisión del delito de “acuadispendio” penado en los modernos códigos penales. Como si pusiéramos una media de seda recién comprada al alcance de un asesino en serie de ancianos. Es decir, un disparate.


Vamos a aclararnos: la bañera estaba bien cuando nuestros abuelos, tan cautos ellos, se bañaban de acuerdo con un ritmo de intermitencias espaciadas, torpemente acomodada al vaivén de los calendarios. Eran los tiempos en que regía el ahorrativo principio “te lavarás los pies cada dos meses o tres” y en que la mayor parte de las gentes carecían de cuarto de baño, humildemente sustituido por la cocina donde se habilitaba un barreño de cinc en el que se iban metiendo, por orden de antigüedad, a todos los miembros de la familia incluido uno agnado. Como digo, eran tiempos comedidos, de escasez sabiamente administrada, en los que el dispendio era castigado con las severas admoniciones de los curas en los púlpitos, aquellos pedestales desde los que se convocaba a las almas, a los temblores y a los infiernos.


La bañera también ha servido a muchos pintores, estoy pensando en algunos impresionistas, para sacar de ella a una joven de buenas armonías y que, maga de discretas mañas, se tapaba púdicamente con la toalla las zonas de mayor compromiso, dando alas a la imaginación del espectador que quedaba envuelto en suspiros de fantasía y atrapado en aluvión de ardentías.


Y la bañera ha servido, en fin, para que Charlotte Corday asesinara en ella a Jean Paul Marat quien le pedía con insistencia los nombres de unos desdichados para mandarlos al otro baño, el de sangre que manaba de la guillotina.

Si hoy ya no queda nada de esto, bueno será que las bañeras desaparezcan y sean sustituidas por modestas duchas con un suelo en campo de arrugas, el apto para impedir el deslizamiento. Que no están los tiempos para alegrías acuáticas ni debemos admitir a ninguna Corday en el recinto de nuestras intimidades higiénicas.

domingo, 31 de octubre de 2010

Agencia de viajes

Aquella agencia de viajes ganó millones organizando una excursión a la utopía.

domingo, 24 de octubre de 2010

Generaciones

Cada generación de artistas asesina a la anterior y como un vampiro bebe de su sangre.

jueves, 21 de octubre de 2010

Telarañas

Las telarañas son las legañas del largo sueño de los rincones.

domingo, 17 de octubre de 2010

El golpe de Estado educado

He conocido a personas educadas. También a mal educadas. Pero me quedo con las primeras porque son las que ofrecen el aspecto más amable de la sociedad. Ahora bien, nunca había tenido noticia de un rasgo de cortesía tan fino, tan de buena crianza como el que ha protagonizado el jefe de policía de Ecuador.

Este hombre, alto cargo de la seguridad del Estado en aquél país, ha tenido una gallardía encomiable. Todos sabemos que ha organizado hace unas semanas un golpe de Estado que obligó al presidente de la República a huir y esconderse por miedo a que acabaran con su vida. Paralelamente se sucedieron los altercados aquí y allá, se redactaron y difundieron algunas proclamas de los amotinados en las que se presentaban ante la población como las personas llamadas a corregir el rumbo errático de la política llevada a cabo por quienes ostentaban el poder legítimo etc.

Hasta aquí, lo clásico de todos los golpes de Estado: unos energúmenos que se autoconceden el título de héroes de la patria y que están dispuestos a hacerse cargo de prebendas y sinecuras con la vista puesta en la salvación del pueblo que sufre. Lo nuevo del jefe de policía aludido es que, cuando todo ha pasado, ha pedido perdón al jefe del Estado por haber organizado un golpe de Estado.

¿Alguien puede poner en duda que este funcionario de policía es la suma, el compendio de las buenas maneras, la elegancia y la delicadeza? Pide perdón porque esa galantería le sale desde dentro. Si hubiera pisado un pie a una señora en el autobús, le hubiera pedido de igual manera todo tipo de excusas, y con idéntica fineza hubiera procedido si le hubiera vertido en el pantalón al vecino de barra el café con leche. Si esto es así ¿cómo no va a comportarse con corrección si organiza un golpe de Estado fallido?

En la bibliografía ecuatoriana sobre buenas maneras estoy seguro de que este poli dado a la insurrección es el autor de las obras más destacadas y las que mejor se venden. Libros como “saber estar”, “cómo vestir”, “cómo poner la mesa”, “cómo entablar una conversación”, “cómo saludar” saldrán de su pluma con facilidad y extremada galanura. Me consta que ahora lleva muy avanzado uno que ha titulado “El golpe de Estado educado”.

Sabemos que, en estos tiempos, no es el único que se dedica a la petición de perdón con efectos retroactivos. La Iglesia católica practica mucho últimamente tal costumbre y un insensato ministro francés pidió perdón en Viena hace un par de años a los austriacos por haber organizado sus antepasados la Revolución francesa y haber enviado a la guillotina, con malos modales, a una señora reina que era austriaca y se llamaba María Antonieta.

Ahora bien, lo del golpe de Estado y el “usted perdone” posterior es verdaderamente nuevo y entra en el capítulo de lo mucho que se han refinado las costumbres a pesar de los agoreros que predican lo contrario al asegurar que somos todos unos mal educados y unos cochinos. Los hay que no y véase el ejemplo que estamos analizando.

Cuando Curzio Malaparte escribió su “Técnica del golpe de Estado” dijo muchas cosas pero se le olvidó este detalle protocolario y de tanta solemnidad. Y en “El golpe de Estado de Guadalupe Limón”, la entretenida novela de Gonzalo Torrente Ballester, salen situaciones bien chuscas, pero no un poli tan ceremonioso.

¡Ay, otro destino habría conocido Napoleón si el 18 de Brumario se hubiera conducido con más educación con el Directorio ...!

martes, 12 de octubre de 2010

Plenos vacíos (sobre el Parlamento Europeo)

(Ayer publicó la edición nacional del periódico El Mundo este artículo mío).


Parece un oxímoron pero es la realidad. Los plenos de algunas instituciones representativas se hallan habitualmente vacíos y los escaños desiertos se nos aparecen como la sombra desolada de la democracia. Lo vemos algunas veces en el Congreso de los Diputados de España y es imagen habitual en el hemiciclo del Parlamento europeo.

En este, las sesiones, que se celebran en Estrasburgo, empiezan los lunes después del mediodía y concluyen en la tarde del jueves. Son jornadas de horarios muy apretados pues los debates se alargan hasta las horas tenebrosas de la medianoche. Yo mismo he intervenido hace poco en uno que afectaba al gobierno de Internet pasadas las once de la noche. Bien es verdad que me escuchaban dos docenas de diputados, contando a la mesa presidencial, cuando somos más de setecientos. El lector puede pensar que, para escucharme a mí, ya eran demasiados, y es probable que tengan razón, pero lo cierto es que a oradores más distinguidos tampoco les prestan los colegas mayor atención. Visitas de personajes relevantes las sigue un centenar de diputados y debates muy trascendentales tampoco son capaces de estimular la presencia de sus señorías en sus escaños.

Hay una excepción: los momentos en que se producen las votaciones. Tienen lugar normalmente los martes, miércoles y jueves hacia las doce la mañana. Son sesiones largas y delicadas porque votamos sobre todo lo que se ha escrito en el pasado, lo que se está escribiendo en el presente y lo que está por escribir en el futuro. Y, sin embargo, a ellas no faltan más que los enfermos convictos y de cierta consistencia, las mujeres en inminente trance de parto o los pocos que aciertan a exhibir alguna otra diligencia apremiante. El hemiciclo es entonces una fiesta jubilosa en la que se trabaja, se monta alguna bronca y, además, se derraman saludos, bromas, ironías puntiagudas ...

Tan llamativa es la soledad de los escaños en todas las demás ocasiones que, en las últimas semanas, se ha suscitado un curioso debate y se ha comenzado a discutir una propuesta acerca de “la atractividad de los plenos”. La palabreja es hiriente pero es preciso acostumbrarse porque el Parlamento europeo es el palacio de los neologismos (bárbaros la mayoría de ellos). Bien podría sustituirse por el “encanto” o el “duende” y quedaría más lírico. Se planteó con motivo de la última intervención del presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, y ha continuado con otro que protagonizaba el del Consejo europeo, Herman van Rompuy. Es decir, las dos máximas figuras del barroco organigrama de la Unión Europea.

Ante la porfiada realidad de los escaños vacíos, se nos amenazó a los diputados con sanciones aunque sin precisar ni su naturaleza ni su entidad. Quedaron al cabo en aguas de borrajas. Pero, en estos momentos, se sigue discutiendo sobre ello y me consta que, en cenáculos muy exclusivos del Parlamento, a los que yo no tengo acceso, alguien, con fino sentido del humor, ha propuesto que se nos proporcionen a los diputados “tarjetas de fidelización” (¡otra palabreja abominable!) análogas a las que ofrecen las compañías aéreas o las grandes cadenas de supermercados y de marcas relevantes para conservar a sus clientes y que no desvíen sus mimos ni preferencias de consumo hacia la competencia.


¿A qué se debe un absentismo tan tenaz de los parlamentarios? Hay que decir que las sesiones se pueden seguir desde nuestros despachos por el circuito interno de televisión. Pero el hemiciclo, aunque carece de medios técnicos hoy ya generalizados en otras Asambleas, es cómodo y, desde la perspectiva visual, resulta un alarde imaginativo de armonía y de feliz arquitectura.

Al contrario de lo que ocurre en otros parlamentos, como es el caso del español, donde no participan en los debates más que los portavoces, en el Parlamento europeo intervenimos todos los diputados de una forma muy flexible. Me refiero a los Plenos porque en las Comisiones la flexibilidad es aun mayor. Basta pedir hora (como en el médico) a través del grupo parlamentario y normalmente queda asegurado que el diputado podrá hacer uso de la palabra para lanzar su mensaje. Que ha de ser corto porque los tiempos están muy medidos, pero suficiente para quien tiene algo concreto que expresar. Es más: cuando ya ha acabado el turno de los oradores previstos, aún hay otro momento, que se llama “Catch the eye”, donde, con la simple exhibición de una tarjeta, la presidencia otorga la palabra al diputado.

Hay, además, una hora a la semana en la que el presidente Barroso se somete al fuego de las preguntas de los parlamentarios. A Barroso se le podrán dirigir muchas críticas políticas -yo no le voté en su investidura- pero es un gran parlamentario con buenos reflejos y un dominio de la escena, ayudado por su soltura lingüística, verdaderamente notable. El diputado formula en un minuto su pregunta y el presidente está obligado a contestarla también en un minuto. Durante la primera media hora, se trata de asuntos conocidos de antemano por Barroso pero en la segunda media hora el disparo es a bocajarro. Habitualmente, sale airoso el presidente. Me gustaría ver a algún otro presidente, apóstol de la democracia deliberativa, en semejante trance.

El hemiciclo gana mucho pues el resultado es de gran animación dialéctica y aun diría que de entretenimiento asegurado. Están luego los vistosos debates en que se analiza la marcha global de la Unión europea, con análisis políticos formulados por los primeros espadas, tanto de las instituciones (Comisión, Consejo ...) como del propio Parlamento, ocasiones en que toman la palabra los jefes de los grupos con fuerte presencia política: Schulz, por los socialistas, Verhofstadt por los liberales, Daul por los populares, Cohn-Bendit por los verdes ..., disertos oradores todos ellos.

Pues bien, tampoco en estas vibrantes oportunidades los escaños se ven llenos: a lo sumo, una media entrada, dicho en los términos propios de los espectáculos taurinos.

Y esto es lo que se quiere corregir porque padece la imagen venusta de la democracia.

¿Cómo hacerlo? A mi juicio, se impone en primer lugar una rebaja sustancial de las horas de hemiciclo. Las sesiones empiezan a las nueve, se suspenden a las trece horas, se reanudan a las quince y se cierran prácticamente a las doce de la noche. Este ritmo no hay cuerpo, por sacrificado que sea, capaz de aguantarlo. Se propicia así el desentendimiento y que, en efecto, el diputado solo acuda cuando ha de intervenir o lo hace algún amigo o compañero de grupo con el que se siente solidario o en deuda.

En segundo lugar, que no se permitan las reuniones paralelas a las sesiones en el hemiciclo. Están en teoría prohibidas porque, se entiende, que los diputados hemos acudido a Estrasburgo para estar presentes en el Pleno. No para celebrar reuniones de grupos políticos, de delegaciones de los países, de presentación de esto o de aquello. Y, sin embargo, no solamente se celebran sino que se anuncian con todo descaro en los monitores del Parlamento. Solucionar esto no exige reformar reglamentos ni enredar creando “grupos de trabajo”: basta con que las presidencias de los grupos parlamentarios se ocupen de hacer cumplir estas reglas mínimas que son de elemental respeto a lo que sucede en el plenario. Serían estas dos medidas para empezar a abrir brecha. Luego deberían venir otras.

Sabemos que la democracia se halla en estos momentos en toda Europa sometida a críticas profundas y para constatarlo no hay más que ver la cantidad de ensayos, firmados por plumas sesudas y valientes, que están dirigiendo flechas envenenadas a los partidos, a la representación parlamentaria, a los sistemas electorales ... Para quienes, por voluntad propia y el respaldo popular, la encarnamos, la democracia es una suma sutil de creencias y de ritos, una fe y una liturgia bien emparentada con la religión. Si los diputados somos sus sacerdotes, constituye una ofensa, es decir, un pecado, dejar de asistir a misa. Solo tendremos derecho al perdón si demostramos propósito de enmienda.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Dinero negro

Cifras multimillonarias de euros, cifras que producen alteraciones cardíacas a las personas mesuradas, circulan por España como dinero negro.

Ha sido siempre el negro color de luto, después venía el “alivio” que eran los grises, y todo estaba ligado a la tristeza por la desaparición de un ser querido. Sin embargo, cuando el dinero se viste de negro, lejos de afligir, parece que lleva alegría, es como si dijéramos más tintineante, más acariciador, pues que no está controlado por el inspector de hacienda. Es raro que el negro pase desapercibido porque es color que se advierte de lejos y por ello no se entiende muy bien por qué el dinero negro no hace señales inequívocas de que está, de que circula, de que pasa de mano en mano, ¿a qué viene pues que el dinero negro no se vea a distancia por quien debe saber de su existencia?

La noche es negra pero eso no es obstáculo para que todos la identifiquemos. En cuanto se presenta, encendemos la luz. ¿Por qué no se encienden las luces cuando hay dinero negro en circulación? Este es el misterio que convendría aclarar. Pues, si ello ocurriera, es decir si hubiera luces que lo iluminaran, el negro del dinero sería tan inofensivo como el negro de la noche contra la que disponemos de mil formas para conjurar su opresión ofuscadora.

Otra cuestión turbia es si el dinero negro nace o se hace. Dicho de otra forma, cuando sale de la ceca ¿es ya negro? ¿o sale blanco y lo ensucian las manos que lo palpan? No lo sé porque también es posible que salga con vocación de negro y en su tierna infancia sea ya denegrido y luego acabe mal. Como se ve, los problemas se entrelazan y no veo que los economistas nos aclaren gran cosa: se limitan a decirnos que hay mucho dinero negro en circulación.

Entendemos -y se da por supuesto- que eso es malo pero ¿y si por el contrario fuera el color de moda? Digo esto porque si en los escaparates se ve mucha ropa negra expuesta ¿no es posible que también entre las monedas y los billetes de banco se lleve el negro? “Chico, a mí los colores claros no me sientan nada de nada” diría un billete de quinientos euros a otro de cien. Y se vestiría de negro porque solo así se puede ir a los cócteles finos, a esos que acogen a los imputados por delitos urbanísticos que hoy son los señorones más acreditados de la sociedad y por ello los más demandados por las televisiones.

Y, oiga, esto del dinero negro ¿ha existido siempre o es invención moderna? Planteo este inquietante asunto porque en las coplas de Jorge Manrique no sale en la enumeración de esos bienes que se han esfumado y se han desvanecido o esas glorias que han ido a parar al mar y allí se ha perdido su rastro. Como tampoco la hay en las coplas que al dinero dedicó don Francisco de Quevedo, poderoso caballero, al contrario, en él se dice aquello de “Madre, yo al oro me humillo, Él es mi amante y mi amado/, Pues de puro enamorado/ Anda continuo amarillo”. Adviértase: amarillo, sin que en ningún momento se trueque en negro a pesar de que viene de las Indias y es manoseado de forma ansiosa en las Españas de aquellos Austrias vestidos de negro.

O sea ¿cuando realmente empieza a ponerse negro el dinero? En tiempos de Espartero o de Dato ¿había dinero negro? En las novelas de época tampoco sale a pesar de que se apilen cochinadas en muchas de ellas pero el dinero siempre fue dinero sin más, incluso el que se pagaba a la meretriz en las novelas sicalípticas.

Por último, y lo que más despista: si hay dinero negro ¿es que lo hay blanco? ¿y verde? ¿y azulado? Que alguien con autoridad eche luz sobre este embrollo cromático, de momento negro como mirada zaína de corrupto.

lunes, 4 de octubre de 2010

Un privilegio

Es privilegio de muy pocos saber coronar con éxito todo tipo de estropicios.

domingo, 3 de octubre de 2010

Timo

Tememos a quien practica el timo porque es quien acaba tomando el timón.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Pimientos

Hay pimientos en muchas zonas de Castilla y León; estamos ahora en época de pimientos y, respecto de ellos, hay que decir que yerra el lenguaje vulgar cuando identifica la expresión "me importa un pimiento" con el hecho de no tener interés en algún asunto o la de "no vale un pimiento" para indicar que un objeto carece de utilidad.

Se trata en ambos casos de formas coloquiales erróneas, puestas en circulación sin duda en alguna región sin pimientos, envidiosa por ello, y por gentes insensibles, sin la finura que es exigible para percibir la importancia que alberga una de las mayores glorias de la huerta.

Tal como se cocinan en Burgos, los callos son inconcebibles sin el pimiento y lo mismo la empanada berciana. Las lentejas que se guisan en Palencia llevan asimismo pimientos, e igual las migas de pastor sorianas. Es decir que el pimiento es ingrediente que, por fundamental, sella la identidad de un plato.

Pero los pimientos pueden ser además oquedad en la que albergar los más variados alimentos: carnes, quesos, pescados, caza, todo aquello que los gratos acordes de la imaginación pueda libremente engendrar. La condesa de Pardo Bazán alaba unos pimientos rellenos de arroz a los que se pueden añadir unos trocitos de jamón y chorizo fritos. Quiérese decir con ello que el pimiento es un vientre genésico pues lo que en él se vierte, sale al cabo transformado, como si de un lecho apremiante se tratara.

Al mismo tiempo, sus sabores, mágicos precisamente por variados, permiten aislarlo como plato independiente, orgullosamente independiente. Es más, casi diría que la forma de entrar en las sombras de su secreto, en el sonido de sus intimidades, es tomarlos solos, fritos, con un poco de sal. O asados, como ocurre con los inmejorables de Fresno de la Vega. Se logra así una de las mayores cumbres sensitivas que puede permitirse el hombre y, si se acompaña del grato acorde de un trago de vino, entramos en un deleite que tiene el encanto de la contenida concupiscencia ascética.

Urge un completo recetario de los pimientos, partitura de la gran cocina donde se rescate, entre otros, la empanada rellena de pimientos de Bembibre, llamada "empanada del batallón", que sale en los libros antiguos.

En estas condiciones ¿necesitan los pimientos de la protección de la Administración? Parece que no porque el hombre sano debería rendirse sin más a su hechizo. Pero como hay desaprensivos que podrían plantar, injertar y traficar con los pimientos de manera desalmada, resulta entonces obligado dar a estas tiernas criaturas el amparo de las denominaciones de origen y demás favores y beneficios administrativos.

¡Oh pimientos cautivos de aromas, heraldos de este otoño perfumado...!

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Mitos y vinos

En esta sociedad que nos agobia y nos aburre con sus lugares comunes, lo más entretenido es dedicarse a destruir mitos. Porque es bien claro que este -o sea, el mito- es una engañifa, un trampantojo y, por eso, ha de emplearse con ese ritual y esa voz en falsete que se gasta para invocar las palabras sagradas y misteriosas. Un poco como el dogma con el que comparte, si no familia, sí linaje. Los mitos son conformaciones del pasado recreadas al gusto del consumidor actual, a las que es inevitable rellenar con la crema pastelera de la inventiva y de la simplificación deformadora.

Por eso hay que destruirlos antes de que ellos nos destruyan a nosotros. Verbigracia, urge combatir la idea que se transmite de boca a boca según la cual el mayor autogobierno, la mayor descentralización, son sinónimos de progreso y traje para las modernas vestiduras de la historia. Sudando como estamos todo el día la reforma estatutaria, este mito puede hacer -está haciendo- estragos. Se impone cortarle el paso para pensar, cada uno por su cuenta, si esa ecuación es exacta o, por el contrario, se limita a reflejar ambiciones apremiantes de mangoneo. Como urgiría desarticular el mito de la autonomía universitaria pues es una coartada que trata de confundir la libertad universitaria con la autonomía corporativa de los propios universitarios. Un mito arrasador que ha hecho fortuna y que está produciendo una Universidad lugareña. Yo me dediqué hace poco a intentar desmontarlo, distinguiéndolo de los asuntos serios, es decir, de las libertades de investigación, de cátedra, etc, y lo hice en un libro de mucho mérito porque su autor, que era yo, sabía de antemano que el esfuerzo empleado de nada serviría. Como así ha ocurrido: no pasa un día en que a un responsable universitario no se le llene la boca invocando el sagrado talismán que no es sino la cáscara pudorosa del alegre afán de cacicazgo.

Con todo, combatir mitos es sano, regula la tensión arterial, elimina el colesterol malo e irriga el cerebro como una manguera pingüe. Ahora bien, hay mitos y mitos. Es decir, hay mitos que es conveniente no tocar porque, destruirlos, pondrían en peligro certezas de mucha enjundia. Lo digo, a la vista del informe de unos sabios enólogos publicado en una revista de postín, según el cual no es cierto el adecuado maridaje entre el vino tinto y el queso. Como suena. ¿Cuántas veces no nos hemos puesto estupendos pidiendo un buen tinto de una cosecha eminente con un queso bien curado? Nos creíamos en el colmo de la exquisitez, en el meollo de las grandes combinaciones gastronómicas, y ahora resulta que tales tintos “reducen el bouquet de los taninos y también las notas de madera”. ¿Parece poco este efecto? Pues hay más porque “las proteínas del queso son culpables de enmascarar o envolver los componentes sápidos del vino”.

Todo esto, así de corrido y de sopetón. Cuando menos lo esperábamos, cuando seguíamos acunados en nuestras certidumbres idiotas y en nuestras presunciones de finos degustadores, de pronto, todo se derrumba y nos enseñan que el blanco “ayuda a deshacer el grano y a su paso limpia la boca de astringencias”. ¿Es esto creíble? ¿Se puede dar por concluida una tradición cultivada años y años? ¿Es posible que a un queso de los Picos le vaya un vino ¡dulce! como es costumbre entre los británicos? Pero ¿adónde iremos a parar? ¿no nos estarán preparando los imperialistas americanos para convencernos de que el jamón de Jabugo exige el acompañamiento de una coca - cola desteñida?

Se advertirá que estamos ante la destrucción de un mito que ha sido columna y arbotante de nuestra cultura. Sé que peco pero me voy a tomar un queso de Zamora con un buen vino sin mayor dilación.

martes, 21 de septiembre de 2010

Tripa, solo natural, por favor

Es verdad que los despachos de Bruselas son epicentro de embrollos y además se complacen en crear un arcano de neologismos horribles. De entre ellos destaca, por su amplitud y difusión, la especialidad del anglicismo que es la más abominable.

Pero no todo son males lingüísticos ni retortijones de la gramática. A veces surge la satisfacción imaginativa y la evocación de placeres macizos. Por ejemplo, cuando se otorgan las etiquetas de calidad europea a los mejores alimentos de los veintisiete países que componen la Unión. Así, los “ovos moles de Aveiro”, una filigrana portuguesa consistente en una venturosa mezcla de yemas de huevo crudas y almíbar que se presentan envueltos en una hostia o acondicionados en barricas de madera o finos envases de porcelana. Cosa sutil los tales ovos como son también sutiles los salchichones húngaros que, cortados en tacos, nos traen a la memoria los destellos más visionarios de la historia de la Humanidad. El aceite de oliva del campo de Montiel, el jamón o paleta de bellota son otras tantas culminaciones del buen gusto y es de ver las exigencias para atribuir estas distinciones, que no se otorgan al buen tuntún, sino que son medidas y controladas con rigor por funcionarios muy serios que ponen en ello lo mejor de sus habilidades gustativas.

Así que no crea el lector que todo lo que se hace en las covachas bruselenses es medir eso que ahora, con motivo de la crisis económica, se ha dado en llamar “el test de esfuerzo del sector bancario”, una expresión que remite a un sudoroso banquero tratando de superar unas pruebas físicas que le hacen sudar y le agitan la tripa. Siempre pensé que esfuerzo, lo que se dice esfuerzo, lo hacemos quienes pagamos al banquero deudas con vocación de eternidad, más sus abultados intereses. Pero parece ser que no es así, que el esfuerzo medible y apreciable, el que cuenta, es el del banquero. Misterios de las finanzas que no pueden aclararse desde la levedad de una sosería.

Acabo de citar la tripa del banquero, elemento señalado de su esponjada anatomía como amasada que está por comidas bien seleccionadas y regada por vinos primorosos procedentes de añadas que en su día fueron mimadas por soles favorecidos por los dioses.

Pues bien, en Bruselas también nos hemos ocupado de las tripas, no de las que lucen banqueros u otros humanos afortunados, sino de las naturales, las que deben envolver los embutidos y acerca de las cuales hemos formulado una definición para evitar equívocos pues solamente se puede llamar “natural” a la que proviene del tracto intestinal de animales ungulados. Todo lo demás es artificio y engaño, envoltorio fraudulento confeccionado a base de plásticos y otros productos execrables.

Un buen botillo, por ejemplo, no es cualquier cosa sino que cuenta también con una definición ajustada en las normas europeas: “embutido elaborado con costillas, rabo y huesos, carne y porciones musculares”. No era muy difícil formularla -es verdad- pero nadie discutirá su precisión. Pues bien, el botillo, el confeccionado con arreglo a cánones severos, comparece ante los mortales en tripa natural. Y lo mismo ocurre con el chorizo de Salamanca o la longaniza de Aragón o el morcón o esa botifarra del Pallars -en Cataluña- que se llama “traidora” pero que es fiel y leal pues que jamás defrauda a quien la disfruta. O el chosco de Tineo o los embutidos de Requena ...

Sépase pues que cada país tiene sus brillos y que todos se reflejan en el firmamento representado por las estrellas de la bandera de la Unión, movida suavemente por el vientecillo de los grandes sabores, de los selectos olores ...

domingo, 12 de septiembre de 2010

Vaca

No me explico por qué no se inmuta la vaca cuando nos ve en pantalones vaqueros.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Ministros

Los ministros son muy serios porque el humor es muy revolucionario.

domingo, 5 de septiembre de 2010


El ballet, que es vuelo, hace de la bailarina un ave que se ha traído del Cielo el embrujo del movimiento.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Esplín

Con motivo del fin de las vacaciones de verano es muy probable que muchos se vean afectados por el esplín, una suerte de melancolía vaga y desdibujada que nos llevaría a maldecir el mundo y sus aledaños o a abandonarnos en un sopor de distancias, de aislamiento o, quien sabe, a tomar decisiones heroicas como hacer yoga o terminar de leer el “Ulises”.

El esplín es cosa fina y acaso no sea mal momento la inminencia del otoño para practicarlo de una forma lánguida y sensual, aunque me parece que siempre debería hacerse dentro de los límites de la contención. Del esplín habló ya a finales del XVIII Iriarte: “es el esplín, señora, una dolencia/ que de Inglaterra dicen que nos vino” aunque el gran experto en esplines fue, en el XIX, Baudelaire para quien “nada existe más largo que los días ingratos” por lo que se imponía conjurarlos a base de vino y también de un poco de hachís. Baudelaire escribió “los paraísos artificiales” pero de él lo que queda es el paraíso poético de “las flores del mal”. Luego, en el XX, Umbral ha tratado mucho el esplín y, durante un tiempo, se dejó mecer en un esplín madrileño, entre arrabalero y señorial, solanesco y ramoniano, de olor a fritos y a besos delincuentes, un esplín que se hallaba lindero con la nostalgia, nostalgia de mujeres jarifas a las que poder madrigalizar con inspiración y tacto.

Ahora, tras la recuperación de la actividad sólita, es claro que el esplín resulta una salida elegante y bien literaria ante la proximidad de la oficina, del compañero, de los exámenes, de la cuenta de gastos, y cualquiera de los habitantes de nuestras ciudades está en su derecho de abandonarse a él y componer mohines de fastidio que resulten creíbles y apreciables. El desánimo sería así la respuesta a los compromisos más enojosos y, entonces, quien a él recurra debe practicarlo con convicción y con el atuendo adecuado: buenas ojeras, tristes y profundas como la laguna Estigia, barba crecida y apta para acometer, cabello abandonado a su pringosa suerte... El practicante del esplín debe dar pues una imagen lograda de un hastío preciso y linfático, también de una hipocondría meritoria y perfilada pero, sobre todo, debe estar dispuesto a anunciar su suicidio sin dengues ni excusas.

Ahora bien, creo que quien pueda subir a una montaña en los Picos de Europa o acercarse al lago de Sanabria o comerse un lechazo acompañado de unos vasos de vino de la Ribera o del Bierzo o simplemente tomarse unas pastas de las clarisas de Carrión de los Condes merece el máximo castigo si se abandona a ese esplín que acabo de describir. Quien puede deleitarse así, de este modo sencillo, por muy cruel que sea la oficina en la que se encuentre aherrojado, debe encarar este mes de septiembre con un optimismo sosegado pero deleitoso. Es decir, con el ánimo decidido a tender una emboscada certera al esplín.

domingo, 29 de agosto de 2010

Los cautivos liberados

Todos nos alegramos mucho por la liberación de los españoles que habían sido secuestrados por unos delincuentes en esos lejanos territorios donde los dioses abandonan a los hombres a su suerte.

Pero la verdad ¿qué quieren que les diga? Prefiero el comportamiento de los misioneros clásicos, de aquellos jesuitas, cartujos o dominicos que tomaban el camino de África para adoctrinar con el catecismo del padre Astete o del padre Ripalda y además enseñaban a leer a los chiquillos. El día en que la despensa del jefe de la tribu flojeaba en vituallas, los nativos acudían a la misión y de ella sacaban al pobre misionero que iba derechito a la cazuela. Ya podía desgañitarse pidiendo socorro: su destino estaba sellado. Cocido, aderezado con las más aromáticas especias de la selva, se serviría bien calentito, troceado y repartidos sus cuartos conforme al rango de los comensales. Que estos frailes conocían el posible destino de sus muslos era evidente y, sin embargo, allá se iban con sus par de conocimientos teológicos, convencidos de que iban a salvar almas que, de lo contrario, serían huéspedes eternas del Maligno.

Preferiría yo también que, en lugar de los ministros de asuntos exteriores, que tantos desaguisados suelen causar en el (des) concierto internacional, encomendáramos la liberación de las personas apresadas a la “Orden de la Santísima Trinidad y de la Redención de Cautivos”, fundada allá en los amenes del siglo XII y que tan fecundos frutos han rendido a la humanidad. Por de pronto a los españoles consiguieron devolvernos a Miguel de Cervantes -¡ahí es nada!- quien, si logró escribir la obra por la que somos conocidos en el mundo, es por la mediación de los padres trinitarios que se fueron a Argel a sacarlo de las garras de sus captores, justo cuando el escritor estaba metido en un barco -que no era un crucero de lujo- rumbo a Constantinopla, atado con grilletes muy molestos por lo lacerantes. Porque la verdad es que el muy insensato se había intentado escapar varias veces de una forma bastante chapucera. Ello hizo que sus dueños no se fiaran un pelo de sus mañas y por eso lo cargaron de cadenas para tratar de sofrenar sus ansias de librarse del mahometano y volver al más familiar mundo cristiano.

Al final fueron los padres trinitarios quienes, sin alharacas aunque con la bolsa llena, se lo trajeron para acá asegurándonos de esta forma tan eficaz la gloria literaria perpetua.

Y prefiero por último la forma en que Belmonte libera a su novia Costanza y con ella a Pedrillo y a la inglesa Blonde en “el rapto del serrallo”, la filigrana operística de Mozart. Belmonte no llama en su auxilio a los servicios diplomáticos ni enreda con idas y venidas ni llamadas con el móvil, Belmonte se va por esos mundos, henchido de ternura, en busca de su amada que se halla cautiva en el exótico mundo oriental. Llega al palacio del Pachá Selim y allí tiene que habérselas con el tosco y rudo Osmin que le ignora y se burla de él, de un noble cristiano. Pero él sigue perseverante, canta maravillosamente arias que ponen la carne de gallina, trenza una serie de tretas con Pedrillo y, por medio de ellas, consigue ser nombrado arquitecto del Pachá. Con todo, tiene dificultades para acceder al palacio porque Osmin recela de Belmonte. Preparan la fuga pero en el último momento fracasa y entonces aparece el Pachá quien se entera de que Belmonte es el hijo de su peor enemigo crisitiano y es la ocasión que Osmin utiliza para aconsejar que les dé tratamiento de alfanje pero el Pachá se emociona al ver el espectáculo del amor y les perdona a todos: Belmonte se va con su Costanza y Pedrillo con su Blonde. Triunfa la benevolencia de un Pachá que muestra así la máxima generosidad. Hay que tener en cuenta que, en la época de Mozart, ya el turco había dejado de entretenerse asediando Viena de vez en cuando.

Dígame quien me haya leído: toda esta emoción religiosa y lírica ¿se ve hoy por alguna parte?

jueves, 26 de agosto de 2010


La campana es el corazón de la espadaña.

domingo, 22 de agosto de 2010

Estrasburgo, la frontera inconsútil

La edición de ayer del diario El Mundo publicó este artículo mío.


Las ciudades-frontera ofrecen un encanto especial nimbadas como están por un delicioso atractivo para muchos espíritus. A veces pienso que la construcción de Europa, benéfica por tantos conceptos, puede producir el perjuicio colateral de difuminar en buena medida a la ciudad-frontera, pues las libertades de movimientos, introducidas por tanta Directiva y tanto Reglamento, les pueden asestar una puñalada en el corazón mismo de su identidad. Cuando hablo de ciudades-frontera me refiero, claro es, a esas ciudades a caballo entre dos países, con un barrio en Francia y otro en Alemania, con el barbero en Austria y el librero en Eslovaquia, con un tranvía que nace en una calle verdadera y católica y muere en una plaza apócrifa y luterana, con la esposa en la austera Bélgica y la amante en la delicuescente Holanda…

Dígase de verdad: ¿es que había, en este continente, algo más enigmático y bello, más fino y emotivo que una ciudad-frontera? Unas ciudades que son, por su naturaleza imprecisa, ciudades ambiguas, ciudades equívocas, de una rica y donosa vaguedad. Las ciudades-frontera han sido las ciudades hermafroditas del ancho tejido urbano europeo.

Y adviértase que han tenido en sus destinos inscrita la responsabilidad histórica del más alto porte que se puede concebir: nada menos que propiciar el encuentro de los pueblos, la mezcla de los linajes, la confusión de los vinos, el intercambio de las lenguas y -lo que es más importante- de las recetas de cocina, el compadreo entre las religiones… Eran las ciudades en las que más fácilmente se vivía la relatividad de tanta ley sacrosanta, de tanto lugar común y de tanto prejuicio asumidos como certezas inconcusas, ciudades que, calladamente y sin alharaca, han apeado mucha majadería de mucho falso pedestal. Lo que era verdad en una calle se hacía herejía en la contigua. Todo ello las convertía en lugares benditos, en tierras de Promisión, y han prestado a su atmósfera esa tibia incredulidad que nos hace a todos más ricos y beneméritos, más generosos y compasivos.

Estrasburgo es una de esas ciudades, allá en la medianera de Francia y Alemania, tan hermosa y por tanto tan codiciada. Su arquitectura es testimonio del dominio de unos y de otros pero como todos los que por allí han pasado se han propuesto contentar a Estrasburgo, como a la bella amante que es, han dejado testimonios magníficos de sus esfuerzos en una piedra a veces rosácea que cobra en esa tierra una dignidad fatigada pero siempre renovada.

Si nos preguntamos cuál es el origen de esta actitud tan abierta de Estrasburgo, forzosamente hemos de dar con una explicación clara: allí vivió Gutenberg y esa es la razón por la que floreció una destacada industria de la impresión de libros ya en el siglo XVI. Vemos a un alemán -Gutenberg había nacido en Maguncia- poniendo una semilla especialmente fértil en esta tierra. Y de los libros -¿quién puede negarlo?- nace la curiosidad intelectual y con ella la duda fructuosa, el abandono del sectarismo seco y el corte de mangas a los dogmas con los que los curas de todos los credos pretenden secar las esponjas de nuestras entendederas libres.

Por eso en Estrasburgo, en cuanto supieron de las tesis colgadas en la puerta del palacio de la Iglesia de Wittenberg por un tal Martin Lutero, prende la mecha de la Reforma. Y la ciudad se hará protestante… sin dejar se ser católica (y judía, por cierto, también). Algún momento hubo -a finales del siglo XVI- en el que se desencadena la guerra de los canónigos que culmina con la elección de dos obispos que convivían en el gobierno de la catedral. Mayor miscelánea no cabe.

Donde más se percibe el trabajo de síntesis que esta ciudad hace para mantener su autoridad en la geografía física es en la gastronomía. A ella sería posible dedicarle largas reflexiones pero nos hemos de contentar tan sólo con una: en Estrasburgo, capital de la Alsacia, se prepara y se consume uno de los mejores foie gras de toda Francia y con esto ya estamos poniendo el listón de este producto en cumbres muy elevadas. Fue el mariscal de Contades -al que hoy se dedica un hermoso parque en la ciudad- quien lo introdujo allá en el siglo XVII. Pero es que, paralelamente, la repostería está tocada del espíritu alado de los grandes dulces del mundo germánico, de sus espectaculares tartas, que ostentan tonos y colores de lujo al ser frescos, sedosos, jaspeados, transparentes, carnosos… Pura lujuria. Pues una tarta veteada en chocolate es una de las obras más amenas que el ingenio humano ha concebido.

Es decir, lo mejor de Francia y lo mejor de Alemania, trenzados en una alianza fecunda y hospitalaria. Manjares que son el principio y el fin de una gran pitanza y que sirven para demostrar, en el sacrosanto altar de la mesa, que Estrasburgo tiene vocación larga de pasarela entre dos culturas que, a fuerza de mirarse con recelo, se acaban amando y entrelazando con una tierna fuerza expresiva. Y creando una lírica propia, la lírica gastronómica, compendio del entendimiento entre los pueblos.

A todo ello hay que añadir la calidad de los vinos alsacianos que son también, sobre todo en sus variedades procedentes de las uvas Riesling y Gewürztraminer, de una suavidad tenue, afinada, como un rondó del Mozart que pasó fugazmente por la ciudad. Cuando se toman en una terraza y los rayos del sol los acarician desde lo alto es como si acertaran a meter en ellos un pincel pleno de amarillos pletóricos y musicales. De nuevo vemos al alsaciano extrayendo de las entrañas de la tierra alemana sus secretos más codiciados para poder ofrecer él una gran bebida propia.

No es raro que todo esto haya ocurrido. Porque esta ciudad ha sabido hermanar los nutrientes franceses y alemanes en una síntesis fascinante, lo que suele ocurrir en muchos lugares que son paso para caminantes, trajinantes, soldados, mercaderes y frailes, pues Estrasburgo -no lo olvidemos- significa literalmente burgo del camino.

En esa estructura deliciosamente inútil que fue el Sacro Imperio Romano Germánico, con sus electores barbados y sus suculentas meretrices, Estrasburgo fue ciudad libre hasta que, a partir de la Guerra de los 30 Años y, más concretamente, desde el reinado de Luis XIV, la cultura francesa se va introduciendo con paso quedo pero con determinación. El testimonio en piedra más solemne y en pie de esa nueva impronta histórica es el palacio Rohan, lugar desde el que sus majestades, los muy absolutos monarcas, contemplaron fiestas fastuosas de aguas y fuegos en sus visitas a la ciudad. Hoy alberga varios museos.

Y la huella francesa más popular está representada por el hecho de que La Marsellesa, que acabaría siendo el himno de la patria, nace precisamente cuando el alcalde de Estrasburgo encarga a Rouget de Lisle una canción que embraveciera a la soldadesca y la alentara en el fragor del campo de batalla. Estábamos en los tiempos posteriores a la gran Revolución, en 1792, cuando las armas francesas -en plena euforia rebelde- apuntaban al corazón lánguido y estabilizado de Austria.

Los rastros alemanes se conservan en la muy elegante plaza de la República con el edificio que fue Palacio imperial, el Teatro y la Biblioteca. Y allá, al fondo, la Universidad, creada en la época de dominio prusiano y en la que enseñaron eminencias germanas llenas de ardor patrio. Todo es puro y exacerbado wilhelminismo, fundamental, aplastante, poderoso …

Por la ciudad pasa el Rin, tan ancho y ambicioso que parecería un gigante esforzado en separar culturas. Pero este río, al que al fin y al cabo se le conoce como el padre Rin, hace tiempo que se limita a acoger un concurrido tráfico comercial. Hoy ha abandonado cualquier designio de separación y ha abrazado a sus hijos -que son sus orillas- construyendo un parque -el de las Dos Riberas, Jardin des deux rives, Garten der zwei Ufer- que permite pasar a los ciudadanos de Francia a Alemania por un puente peatonal. Se han abatido definitivamente las fronteras pero yo espero que el espíritu hermafrodita siga anidando en este generoso enclave europeo donde han puesto su rúbrica dos inmensas culturas

jueves, 19 de agosto de 2010

Códigos

Hay un Código de penas pero no hay un Código de alegrías.

domingo, 15 de agosto de 2010

¡Libertad al elefante africano!

Me hallo verdaderamente conmovido por el rasgo de ternura hacia los animales puesto de manifiesto hace unos días por un grupo de diputados del Parlamento catalán. Solo elogios merecen estos animosos abogados del débil que nos evocan la figura central de nuestra literatura, el febril hidalgo don Quijote, aquel esforzado defensor de doncellas e intercesor en todas las injusticias del mundo.

Solo que ya puestos, y si de amparar animales se trata, les quedan a estos parlamentarios algunos asuntillos por arreglar. En un reciente viaje a Barcelona he podido visitar su zoo donde viven unos animalitos entrañables que, probablemente, si les dejaran, se largarían de la Ciudad condal -tan acogedora para cualquiera de nosotros- a la velocidad que les permitieran sus patas.

Pues, de verdad, díganme ustedes señores diputados ¿qué pinta en Barcelona un elefante africano? Este gigantesco animal necesita un ambiente que no es el fino que allí se le proporciona sino la compañía de muchos más elefantes, rudos como él mismo, y además precisa desplazarse cientos y cientos de kilómetros a la busca de juerga elefantil, aireada, al sol de los sanos anhelos proboscidios. En Barcelona, se halla aherrojado y ¿para qué? Para que se diviertan cuatro niños burguesitos que le miran distraídos mientras el papá les hace una foto. De verdad ¿alguien cree que esto es vida para un elefante serio que se ha cuidado de tener su trompa en condiciones y tiene toda su mala lecha intacta, tal como la trajo de aquella selva oscura e inmortal que le vio nacer?

Pues ¿y el panda rojo? Un animalito como este, que necesita un delicado bosque de bambú y vivir en China o en las anfractuosidades del Himalaya, lo recluyen en Barcelona, en el Parque de la Ciudadela, sin miramiento alguno. Es verdad que allí se advierte el paso de Gaudí, de aquel gran terco, magnífico en sus alucinaciones, pero es que a él, al panda rojo, Gaudí le importa un pito y luego esos visitantes que le importunan, tan cargantes ellos, especialmente los domingos cuando vienen de misa encantados de haber hecho la caridad con los desvalidos, pero con él, con el panda rojo, nada, en él no ven sino un simple bicho, sin pasado y sin más futuro que seguir en Barcelona mientras él sueña con sus bosques y con poder cantar en ellos la alabanza sempiterna de sus umbrías ...

Al león, huracán de la selva, torrente de valentía que reluce en las forestas, ojos tan serenos como amenazantes, forjado en el yunque de un dios remoto y bravo, lo reducen en el zoo a la condición de cabeza de ganado doméstico, y, como en el verso de Ausiàs March, “haciéndole creer en el indulto / lo llevan a morir sin un recuerdo”.

¿Y el guepardo o el cocodrilo del Nilo? ¿qué hacen en Barcelona si ellos no pueden leer ni a Pla, ni a Marcé ni a Eduardo Mendoza?

Con modestia sugiero a estos sentimentales parlamentarios catalanes que formen un comando para liberar a un animal maltratado del zoo de Barcelona. Y decidan por votación nominal y secreta con qué ejemplar van a empezar. Propongo que sea el elefante de África porque es tan grandote, tan buena persona, y se halla tan necesitado de amigotes y francachelas ...
Y después deben librar de sus cadenas a los demás pues no son como los galeotes malvados que ultrajaron a don Quijote tras haberse batido por ellos sino que les guardarán reconocimiento y harán erigir estatuas en su honor allá en las lejanías de sus montañas, de sus ríos y de sus selvas.

Es verdad que las arcas públicas perderán los buenos dineros que proporcionan las entradas de los visitantes del zoo. Pero, cuando se cuenta con una identidad nacional poderosa, no será difícil encontrar fondos supletorios.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Railes


Los railes son en rigor renglones donde el tren escribe las memorias de sus viajes.

domingo, 8 de agosto de 2010

Quemar un restaurante

Ahora en verano, época de viajes hacia el ocio, viajes para sacudir rutinas como sacudimos la alfombra por el balcón, aparecen en las librerías centenares de libros sobre las grandes capitales, sobre sus museos y otros lugares imantados para el turista. Es frecuente que incorporen también una lista de restaurantes recomendados, con sus tenedores y otros signos de la semiótica gastronómica, que son como guiños a quien está ávido de sorpresas. Algunas de estas guías se han hecho famosas y ahí está para atestiguarlo la que tiene sello de marca de una empresa francesa que es libro de horas de todo gourmet titulado que circule por Europa. España también dispone de buenas orientaciones patrocinadas por organizaciones avispadas que saben lo mucho que valoramos estos consejos los ciudadanos de la Europa rica y satisfecha.

En el pasado se hizo famosa la guía Baedekker, me parece que se escribe así o acaso le sobre una k. Da igual porque en esta época de calor hay que ahorrar movimientos superfluos y no me voy a levantar para comprobarlo. Lo cierto es que la Baedekker sale mucho en las novelas de la primera mitad del siglo XX. Pío Baroja se documentaba mucho en ellas y yo creo que buena parte de las descripciones que a veces hace en sus historias están sacadas del Baedekker pues el admirable vasco fue muy roñoso por lo que no se gastaba fácilmente las pesetas en aventuras viajeras. Tiraba de Baedekker y rellenaba unas páginas sobre san Petersburgo. Ahora, estas guías no solían incorporar recomendaciones gastronómicas que entonces no se estilaban.

En Francia sí hubo una muy famosa de avisos de cocina que patocinó Grimod de la Reyniére, un personaje de novela que vivió en la segunda mitad del siglo XVIII y un buen tramo del XIX. Como era antojadizo le tomaron por loco y acabó encerrado por sus parientes en un monasterio, aunque era hombre poco temeroso de Dios. Pero mientras anduvo suelto tuvo tiempo para acometer empresas llenas de fantasía. Entre ellas los ocho tomos del “Almanach des Gourmands” donde hacía críticas de manjares, de recetas, de casas de comidas y de sus cocineros sin morderse la lengua. En aquella época apenas si había intereses comerciales que menoscabaran la libertad de quien sobre tales achaques escribiera. Tuvo un gran éxito porque decía lo bueno y decía lo malo, de manera que nada le quedaba en el tintero al pintoresco Grimod.

Y aquí es donde yo quería llegar. Falta en nuestro panorama bibliográfico una guía de los restaurantes a los que no se debe ir, de aquellos que han de ser penalizados por la clientela con su desprecio y su ausencia. Hasta que se vean obligados a cerrar o mudar de costumbres.

Allí figurarían todos aquellos figones que tuvieran pretensiones de distinción pero fueran rutinarios, que mostraran sin sonrojo esas cartas que son fotocopias de otras exactamente iguales, carentes de la menor imaginación. Pero sobre todo figurarían en esa lista odiosa aquellos locales donde el dueño se empeña en crear condiciones desagradables, esas que arruinan el gran placer de la comida y de la sobremesa. Dos me parecen especialmente abominables: en primer lugar, el diseño de los asientos porque cuando son incómodos, se constituyen en una tortura refinada, parecida a la que se administraba a los reos de la Inquisición. La segunda es más terrible si cabe: la música ambiental. ¿Cuándo se enterarán los restauradores que al restaurante se acude a comer y a charlar con el amigo o la novia y no a escuchar la música que se le ocurre poner al “maitre”? Pero ¿no se dan cuenta de que la música es algo muy personal que cada quien selecciona según sus manías en su casa o al acudir a locales especializados? Claro que, con ser atroz la música ambiental, hay algo peor: el restaurante con la televisión en marcha. Para este caso receto salir de él a escape, acopiar material ígneo, buscar una cerilla y prenderle fuego. Están previstas atenuantes.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Verano



En los almiares queda empaquetado el verano.

miércoles, 28 de julio de 2010

Antorchas como culos

Lo ha dicho hace poco Jennifer López:los españoles se obsesionan con el culo”. No tengo autoridad para enmendar a esta imponente musa pero, desde mi pequeñez, me permito indicarle que yerra, que los españoles solo se obsesionan con determinados culos, no con el culo genéricamente considerado, es decir, con ese “conjunto de las dos nalgas” según la árida y triste definición que nos proporciona la Real Academia.

Vamos a entendernos: claro que todos los culos merecen un respeto, faltaría más, incluso aquellos que representan tan solo un instante de la humana arquitectura, los que no pasan de la consideración de abreviatura, de manojillo de romero, de breve rocío de los prados, también esos son acreedores de nuestra educada consideración. Ahora bien, la obsesión hacia ellos, la chifladura recia y sostenida, esa, querida Jennifer, solo se tributa a algunos que fabrica la Naturaleza como una expresión de su natural (para eso es Naturaleza) caprichoso y magnánimo, y además lo hace como quien alarga una dádiva desmesurada, como quien sabe que está fabricando un tesoro.

Sabemos que estos culos, cuando los vemos pasar erguidos y distantes en su firme entereza, nos proporcionan sudores y temblores pero los vivimos con alegría dirigiéndoles parecidas alabanzas a las que reservamos para esa rosa efímera que es la vida, nuestra vida. Y cosa curiosa: a la vista de uno de ellos, todo lo demás que nos rodea, el resto de los seres humanos, los edificios, las cotizaciones de la Bolsa, las sentencias del Tribunal constitucional, todo eso, de tan aparente consistencia, se nubla, dijérase que adquiere un aire fantasmal, como esos seres que se pasean entre bosques umbrosos y respecto de los que nos resulta difícil precisar sus exactos contornos.

Es decir, cuando un culo de obsesión comparece en escena es como si se abriera un claustro escondido y nos mostrara sus flores, sus hierbas, que son huchas de olores, sus guirnaldas y se oyera además el canto medido de un coro vibrante y seductor. Obsérvese que estamos en un momento refulgente ante el que todo debe quedar como suspendido pues es la hora del disfrute del prodigio, la hora en la que hasta nuestra manía por descifrar los enigmas del mundo debe quedar aplazada.

No es una casualidad que los grandes escritores hayan cantado estos milagros. La Fontaine nos cuenta cómo hubo en Grecia dos siracusanas “que tenían un trasero portentoso. Y por saber cuál de las dos hermanas lo tenía más gentil, duro y carnoso, desnudas se mostraron a un perito que, después de palpar con dulce apremio, ofreció a la mayor su mano, en premio”. Pero la menor no le andaba a la zaga (nunca mejor empleada la expresión) y por eso fue tomado el suyo por el hermano del perito y ambos se casaron y se concertaron para edificar un templo dedicado a “Venus, nalga recia” y “fuera aqueste el templo de la Grecia al que más devoción se ha tenido”.

Y así es porque el culo -cuando no es frívolo sino que alega hechuras imperecederas- tiene algo de roca emergente, pero también de un cielo abierto que nos confiara su indescifrable abismo, de antorcha que portara un fuego de sobresaltos.

Por eso La Fontaine lo lleva a los altares del templo. Más laico, yo lo llevo a algún escondite pleno de melodías, a una cueva profunda donde solo el júbilo del goce esté soleado.

martes, 13 de julio de 2010

Escritores

Hay escritores que se parecen mucho a las muelas porque nos duelen.

sábado, 10 de julio de 2010

Hipócrita

Hipócrita es quien tiene hipo de mentiras.

martes, 6 de julio de 2010

La sentencia de las mil páginas

Una sentencia con mil páginas, cuando sale a la circulación y se mete en el trajín diario, corre el riesgo de abandonar su ser de sentencia pura, de fruto (es) cogido del árbol de la teoría del derecho, para convertirse en festín, en un gran banquete -ubérrimo de alimentos- del que todos podrán servirse a su antojo y según sus más acuciantes necesidades. En sus cientos de fundamentos jurídicos cada quien encontrará un argumento a medida, el apto y encaminado a satisfacer sus pretensiones en función de la peripecia en la que se vea inmerso. Se hará así realidad la figura de ese abogado de la quevediana “Fortuna con seso” que “salpicaba de leyes a todos” y que aseguraba: “su justicia de vuestra merced no es discutible; ley hay en los propios términos; ese no es pleito, es caso juzgado, todo el derecho habla en nuestro favor; no tiene muchos lances, es fuerza que se revoque la sentencia dada ...”. Porque, revolviendo entre Baldos e Irnerios y las leyes del reino, era -y es- imposible no encontrar las reglas para apuntalar el razonamiento pertinente que resulte más beneficioso.

Recuérdese que, de un simple contrato de matrimonio, Bartolo le promete a Marcellina en las mozartianas “Bodas de Fígaro” que "con astucia, con argucias, con buen juicio, con criterio ... si hay que darle la vuelta a todo el código, si hay que revolver en el índice, con un equívoco, con un sinónimo ya se encontrará algún embrollo... [para que] ... el canalla de Fígaro sea vuestro". Pues bien, si tales posibilidades existen en la panza de un modesto contrato privado, calcule el lector lo que ofrecerán mil páginas ricas en párrafos interpretativos, aclaratorios, contradictorios y eyaculatorios.

¿Qué no podríamos añadir a esta situación de acomodado desconcierto que el derecho puede suscitar si nos metiéramos en las páginas escritas por el cáustico Rabelais o incluso por el mesurado Montaigne? Vuelvo a los fecundos libretos de las óperas para evocar al letrado Blind en el “El murciélago” quien, dispuesto a urdir embrollos procesales, aconseja a su defendido, que tiene que ir a la cárcel por haber insultado a un funcionario, "recurrir, apelar, reclamar, revisar, recibir, subvertir, devolver, envolver, protestar, liquidar, embargar, extorsionar, arbitrar, resumir, exculpar".

Todo parece indicar que de esto se trata en la actual coyuntura: de hacer un poco de luz en tal o cual cuita pero también de asegurar el funcionamiento de la manivela, de seguir dándole al manubrio del bodrio. ¿Rige esta regla lo mismo en Gerona que en Cáceres? Y aquella ¿es de efecto idéntico en Almería y en Santiago de Compostela? Esta ley ¿está viva o ha decaído su vigencia? Y si conserva su lozanía ¿es la misma en todos los territorios españoles? ¿o solo en algunos de ellos? ¿procede la derogación o basta la caducidad o la suspensión o la no aplicación por el juez...? Se verá que tales dudas -de mucha emoción y de mucho fondo pues afectan al núcleo duro de la interpretación jurídica- se enredan como es fama lo hacen las cerezas en el cesto de esta época veraniega.

El hecho de que todo ello sea en beneficio de curiales y litigantes es lo que me hace contemplar el panorama que abre la sentencia de las mil páginas con simpatía pues al fin y al cabo yo mismo pertenezco a ese oficio y he contribuido en muchas ocasiones con mi pluma a enredar los textos legales y a embrollar a litigantes en las lianas de los considerandos y los resultandos.

Si, además, cada español va a poder disponer de un orden jurídico a su medida y le va a ser permitido invocar en los pleitos aquello que mejor le pete, pues miel sobre hojuelas. ¿No hemos llegado así a ese paraíso que es la más plural de las Españas?