lunes, 21 de junio de 2010

Saramago

Este artículo reproduce de forma resumida la presentación que hice de José Saramago en Oviedo con ocasión de una conferencia en diciembre de 1995.


Se comprenderá que el encargo de presentar a José Saramago es sumamente fácil de cumplir porque estamos ante la pluma refinada, una pluma que, además, tiene algo de abrumadora, una especie de arma con la que apunta, dispara y hace blanco hiriendo solo lo justo, de una forma caballeresca y distinguida, como gran señor del duelo; es, además, la imaginación, que en él se manifiesta abundante, como el Tajo en ejarbe de su infancia; también la ironía, demoledora, porque la usa como herramienta para desmontar las piedras huecas del edificio social; en fin, Saramago parece un delincuente avezado que hubiera raptado, en alguna noche de luces fantasmales, la palabra y los grandes sentimientos de Europa y, garduño, se los hubiera llevado a su casa, o quizás es que cultiva la planta de las ideas que riega con los líquidos de su mirada buida, distante y sabia... Una cosa tengo por cierta: Saramago ha abierto un gran balcón, un balcón cuajado de luces y de aires limpios, y allí ha sacado a la literatura a solearse y a ventilarse.
Estoy un poco abrumado por su presencia. Y es que siento hacia los hombres de letras portugueses una devoción antigua, como la que profesaría una vieja beata y gazmoña. Y es que hace muchos años mi padre me regaló un ejemplar manoseado de "Los Maias", la gran obra de Eça de Queiroz, que a su vez, él recibiera de mi abuelo, imagino que con la emoción y aun el temblor respetuoso de quien entrega un objeto sagrado. Me leí, claro es, "Los Maias" y ya, ganado por el autor, me engolfé en el resto de su obra, en "El crimen del padre Amaro", en "La reliquia", en "La ilustre casa de los Ramires", el "El primo Basilio", en esa filigrana de pequeña gran narración que es "El mandarín" ... Quise saber quién era Eça de Queiroz, y, cuando lo supe, aspiré a hacerme diplomático como él, llevar monóculo como él y escribir desde un atril como él. Felizmente estas chifladuras pasan pronto, pero lo que no ha pasado ha sido mi admiración por ese gran sujeto que ya en vida debió de andar preñado de inmortalidad.

Y de Eça pasé a su amigo Ramalho Ortigao y a ese prodigio de humor que eran "As Farpas" ("Las banderillas"), un despiadado retablo de costumbres y tipos sociales que ha inspirado el mejor periodismo posterior, el más ácido y el menos complaciente. Y fueron precisamente ellos quienes me proporcionaron la pértiga con la que pude saltar a la orilla, a menudo bravía, de Castelo Branco y de Antero de Quental, los suicidas más estéticos que ha dado Portugal. Luego, he seguido, como buenamente he podido, pues no es fácil, a los escritores portugueses de este siglo, no en balde es el mismo Saramago quien pone en boca de uno de sus personajes en "La balsa de piedra" la atinada observación de que "aquí, en España, no existe interés por la literatura portuguesa". Piénsese que Pessoa se ha puesto de modo recientemente entre nosotros y tal parecía que fuera un caballero que aún paseara su esplín por la Baixa. Por ello he disfrutado de algunos como José Regio, autor de esa gran saga que es "La vieja casa"; Raúl Brandao; Miguel Torga, seudónimo de Correia da Rocha (el seudónimo, ya se sabe, es recurso de los bandoleros y forajidos y el escritor tiene mucho de ambas condiciones, de emboscado, de asaltante de la caravana donde viaja la gran tramoya social) de Torga recuerdo la "Antología" de sus versos, que debió de aparecer en España en años de mucha dictadura; Agustina Bessa Luis y poco más.

Por eso, a mí me alegra mucho que la fuerte personalidad de Saramago haya logrado sortear las mugas de indiferencia que separan los territorios de las lenguas peninsulares. Y que su prosa circule sin dificultades entre los aficionados españoles a esta fecunda pérdida de tiempo que es la literatura. Él es ya un patrimonio de todos nosotros y el hecho de que ahora viva en tierras españolas, nos lleva a creerlo ya definitivamente nuestro, cuando Saramago no es de nadie porque, como todo escritor vivaz, está dispuesto siempre a la infidelidad, a escapar tras una fábula, a correr como una liebre por los campos del espíritu tras una historia o una leyenda, chasqueándonos, dejándonos a sus admiradores, como vulgarmente se dice, con un palmo de narices.

¿Necesita un público culto como el aquí presente que yo rece ahora el gran rosario de las novelas de Saramago? Tengo para mí que en absoluto. Y, sin embargo, permítaseme que pase algunas, pocas, de sus cuentas siquiera sea para comprobar cuán gozosos son sus misterios.

"Alzado del suelo" es una especie de operación a corazón abierto, de gran intervención quirúrgica hecha al problema de la tierra en el Alentejo. "Memorial del convento" es de una lapidaria ironía, su obra, a mi juicio, más divertida. En "El año de la muerte de Ricardo Reis" salen buenos retazos de la situación política española y de la sublevación militar del 36. "Historia del cerco de Lisboa" es una estupenda fabulación que tiene como referencia el sitio de Lisboa de 1147. "El Evangelio según Jesucristo", acaso sea su libro más bello, por él hubo de exiliarse de Portugal. "La balsa de piedra" es una fantasía sobre una falla que se produce en los Pirineos que rompe la conexión de la Península Ibérica con el resto de Europa.

Podríamos seguir con el resto de su prosa, con su poesía ("Los poemas imposibles", por ejemplo). Pero basta. ¿Es extraño que estemos ante uno de los más firmes candidatos al Premio Nobel? Esperemos que Saramago no se deje atropellar por tan lisonjero porvenir y siga con su pluma embistiendo a la vida y zarandeándola cuando proceda.

(diciembre 1995).

1 comentario:

  1. Descanse en paz José Saramago él nos ha dejado paro su obra nos acompañara siempre.

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