miércoles, 29 de diciembre de 2010

Estado de alarma

Terminamos el año y empezamos otro nuevo alarmados, es decir, asustados y sobresaltados. Y yo quisiera explicar que no hay razón justificada para ello porque la autoridad competente ha tenido el caballeroso gesto de declarar el estado de alarma.

Hemos visto cómo se ha reunido la tal autoridad con las demás autoridades, se han sentado en torno a una mesa llena de códigos y ahíta de sabios asesores, han cogido recado de escribir y han tomado la decisión de que es obligado declarar la alarma, es decir, avisarnos a todos de la existencia de un peligro cierto que nos acecha habida cuenta de la preocupante situación en la que nos encontramos. A mí esto me parece un signo de claridad y de sinceridad que debe ser agradecido por la ciudadanía. ¿Alguien se molesta con la jefatura de tráfico porque nos advierte de que nos pueden caer unas piedras sobre el parabrisas del coche si persistimos en circular por tal o cual carretera? ¿O con el Ministerio de Industria porque nos previene que, si tocamos un poste de la luz, nos podemos quedar, como es fama, queda el triste residuo de un cigarrillo abandonado a su suerte? ¿O con el radiólogo que nos avisa del riesgo que corre la mujer grávida si entra confiadamente por sus dominios?

Parece claro que, a la vista de tales prudentes advertencias, todos tomamos nuestras medidas y quedamos tan agradecidos.

Pues lo mismo con quien ha declarado el estado de alarma: autoridades llenas de sabiduría y sensatez que, a la vista de cómo anda el patio, nos señalan el peligro cual padres que velan por la seguridad de sus hijos. Ahora que estamos en época de restricciones yo propondría que a estos beneméritos gobernantes se les suba el sueldo porque esta vez de verdad se lo han ganado. Limpiamente y con suma honradez.

Por el contrario, lo que es absolutamente reprochable es que no lo hayan hecho hasta ahora, pues señales de alarma llevan sonando desde hace muchos años en el solar hispano de nuestras entretelas. Así, verbigracia, cuando se enteraron, porque así lo consignaron estudios serios avalados por organizaciones internacionales de «prestige» (perdón, de prestigio), de que el nivel educativo en España era bajísimo, que el jovencillo con el Bachillerato acabado confundía a Pérez Galdós con Pérez Rubalcaba y creía que Napoleón era una acreditada marca de calzoncillos con abertura aliviadora, o no sabía más que el nombre del río que pasa por su pueblo, ¿por qué no declararon el estado de alarma?

Y cuando esa misma autoridad u otra parecida ha decidido destruir millones de vacunas compradas alegremente por causa de la improvisación con el dinero de los contribuyentes o cuando los ganaderos se veían obligados a tirar la leche por el desagüe, ¿por qué tampoco se declaró el estado de alarma?

Y cuando todos nos endeudábamos de forma desenvuelta haciendo cola ante las oficinas de bancos y cajas de ahorros formando un ovillo inextricable que habría de estallar como estallan las luminarias de feria, ¿por qué no se declaró el preventivo estado de alarma?

Y cuando nos enteramos de que cientos de investigadores españoles no pueden volver a su país porque la investigación en la Universidad está agarrotada por la endogamia, ¿por qué no se declaró el estado de alarma de la creación y la inventiva?

Y así podríamos seguir...

Es decir, que en un estado de alarma como el que vivimos lo procedente es declararlo a boletín oficial destapado y con las vergüenzas al desnudo. Y esto es lo que se ha hecho con limpieza. Lo que esperamos ahora es que no vuelvan a ocultarnos nunca más el alarmante estado de nuestro Estado.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Cavilaciones navideñasa

Cuando se acerca la Navidad, una de las más angustiosas cuestiones que se plantea en esta sociedad de la abundancia (para pocos, más bien, los de siempre) es organizar los menús, qué comer, y ahora también qué beber. Hay quien no quiere novedades y se aferra a las tradiciones del pavo o el besugo o a la resurrección de viejas recetas que se guardan de los antepasados y se transmiten de generación en generación como trofeos de una conquista gloriosa y risueña. Mi aplauso para quien así proceda porque debe sentirse orgulloso, fortificado en su parapeto familiar erigido en defensa de la conservación de viejos sabores y de acreditadas sensaciones que han sabido resistir plantando cara al paso trotón de los almanaques. Porque acaso sea cierto que toda innovación es extravío, como aseguraba el profeta Mahoma, o que lo que no es tradición es plagio, según corrigió en forma de jeroglífico nuestro Eugenio d́Ors.

Sin embargo, tengo la sensación de que esta sociedad, que ahuyenta los recuerdos o los traslada a desvanes propios para ocultar cadáveres, está matando las costumbres tradicionales navideñas en punto a organización de las comidas. A este fenómeno contribuye también la rica despensa de que ahora se disfruta durante todo el año, lo que convierte a estas fechas en momentos gastronómicos sin especial significación, privados del esplendor que otorgaba la excepcionalidad en épocas pasadas, más austeras y de mayores privaciones. El pollo que imaginaba Carpanta en sus ensoñaciones es hoy comida de colegios y de enfermos con bacterias muy obstinadas, por lo que su ingesta se ha convertido en un hecho de una vulgaridad apabullante y dilatada, incompatible con una noche estelar. Lo mismo el pavo, vulgarizado en cualquier menú de plato combinado al amparo de las enfermedades que padecen los orondos cerdos y las vacas, necesitadas de tratamiento psiquiátrico como cualquiera de nosotros. Algún día habrá que escribir la oda al pavo, un salmo dedicado a un ave que fue prez de los fogones, a un ave destronada de su pináculo de gloria culinaria, que ha pasado de entrar en la cocina altivo y graznando, con sus plumas multicolores, a entrar tímido, silencioso, desplumado y reducido a yacer en lonchas en la bandeja insípida de una gran superficie, como si fuera el cuerpo insepulto de un ajusticiado. ¿Cómo no se ha escrito ya un concierto para piano a cuatro manos dedicado a esta gloria de antaño, humillada hogaño?

La situación actual es por consiguiente de desbarajuste. De un lado, parece predominar la idea de que la comida navideña exige entrar en paisajes inexplorados de la mano de una imaginación juguetona pero no estoy muy seguro de que se trate del camino correcto. De otro, y por si ello fuera poco ¿qué decir de la bebida, territorio apacible en un pasado dominado por el peleón? Hoy, es preciso elegir la zona geográfica y, dentro de ella, la añada que haya emitido fulguraciones más consistentes, o decidirnos por pasar sin trámites a ese cava que es glorioso y vulnerable a un tiempo, símbolo un día de la francachela y de la persecución venturosa de ninfas huidizas. Como se ve, lo único cierto en este embrollo es la complejidad en las decisiones, que han de ser adoptadas además en medio de las grandes catástrofes que nos afligen. Yo pido poco: unos huevos fritos con encaje, patatas fritas de confianza, chorizo sangrante de pasiones y un vino del año, en el que los dioses mimaron las vides.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Navidades: un gran invento

Las Navidades son la más creadora invención del ser humano. Ningún acontecimiento del año puede compararse, en originalidad, con la celebración que los humanos hacemos, a los dos mil años, del nacimiento del niño Dios.

Cuando se conmemora una batalla importante o el fin de una guerra victoriosa, de esas en la que el hombre se ha distinguido por su piedad con sus semejantes, se organiza un gran desfile militar, en el que participan unos legionarios tatuados precedidos de una cabra, una banda de música toca enaltecedores pasodobles, se lucen mantillas en las tribunas y a un cura castrense se le deja decir una misa por los caídos que siguen con fervor los que aún están en pie.

Si se quiere recordar el nacimiento de Kant o de cualquier otro pensador terrible, un grupo de sus entusiastas, habitualmente destacados intelectuales que viven de lo que aquel hombre dejó escrito, prepara un congreso en el que se pronuncian conferencias destinadas a analizar tal o cual fragmento de la obra del sabio celebrado y llorado, normalmente financiadas por la Caja de Ahorros, con lo que el lloro resulta menos compungido y más llevadero.

Véase cómo en ambos ejemplos, existe una relación identificable entre aquello que se conmemora y los fastos de la conmemoración.

En las Navidades, no. Porque dígaseme ¿qué relación existe entre el nacimiento del niño Jesús allá en Belén con regalar una pitillera a un pariente próximo? Y el hecho de afanarse medio kilogramo de polvorones ¿tiene alguna conexión, siquiera sea remota, con la venida al mundo del Salvador? Pues qué, rellenar un pobre pavo de castañas, ponerlo al horno y comerlo después con voracidad, en compañía de algunos parientes importunos ¿puede decirse que recuerde en algo aquel humilde y remoto parto? Comprarse una bufanda, jugar a la lotería para atraer al único gordo con prestigio en la sociedad, ir a esquiar a los Alpes, tomar las uvas en un hotel en la poética proximidad del jefe de una entidad bancaria, ¿puede relacionarse con los llantos de un recién nacido y los afanes de una madre sin el consuelo del dodotis?

No. Ni la más fecunda imaginación puede asociarlos. Por eso decía que las navidades son el fruto de la más creadora imaginación del ser humano. Y el definitivo triunfo del Corte Inglés.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Real Academia y ortografía

Es de ver el guirigay que se ha formado con el intento de la Academia Española de modificar algunas reglas de la ortografía de nuestra lengua. Al gran sabio que es Salvador Gutiérrez Ordóñez, autor del trabajo filológico, le han llovido rayos cósmicos desde todos los cantones amotinados de las Españas. Como él mismo ha dicho con gracia «algunos han reaccionado como si quitar una tilde fuera algo parecido a cortar un dedo».

¿Qué podemos pensar de esta labor? Pues la verdad es que uno no sabe para qué se esfuerzan los señores de la Docta Casa en tales empeños. Los chicos españoles son víctimas de las reformas y de los planes elaborados por pedagogos a la violeta y además ahora escriben solamente signos en los mensajes de correo electrónico y SMS que es el género literario que cultivan. Bastante tienen las pobrecillas criaturas con saber conjugar el verbo «haber» y con entender el jeroglífico de las palabrejas alumbradas por la alta ciencia pedagógica (los «segmentos», las «habilidades», las «competencias» y otras lindezas).

A ello hay que añadir que una buena porción de ellos ya no estudia el castellano sino el vasco, el gallego, el catalán, el bable, el leonés, etc. Se advertirá pues que las fatigas ortográficas académicas carecen de sentido.

Mejor sería que los académicos dedicaran sus bien aparejadas entendederas a decirnos algo sobre el festival de exóticas expresiones y siglas que salpican las conversaciones de los españoles más enterados. Verbigracia ¿qué debemos pensar cuando un señor nos dice que se ha comprado un coche que lleva ESP, ABS, ASR, EDL y MSR? O que tiene «desbloqueo remoto del respaldo». O árbol de serie para neutralizar el C02. O volante multifunción detector de fatigas... Un amigo mío me ha preguntado hace poco si mi coche incorpora el «asistente de carril» y la radio RCD con lector MP3. Como lo he negado, sólo su educación le ha impedido decirme lo que estaba pensando: que soy un soplagaitas merecedor de un soplamocos.

Pues si de la conversación automovilística pasamos a la económica, de moda por la crisis que han tenido a bien desencadenar los bancos de nuestros pecados y desvelos, nos encontraremos con misterios lingüísticos de parecida envergadura. Un compañero de infancia, que era un muchacho encantador con el que yo intercambiaba cromos y títulos de novelas imprescindibles, hoy es un gestor de carteras y de lo que me habla es de colocarme «SWAPS y ventas PUT». La verdad es que sólo lo intenta porque estoy determinado a no escucharle hasta saber qué piensa el estructuralismo lingüístico de este galimatías.

Hace poco acudo a un cóctel en Bruselas y oigo a un directivo, de esos empedernidos, con las pilas cargadas de dinamismo y fuerza persuasiva, que estaba «dispuesto a aprovechar las sinergias de la fusión de INFINIX Y MOLINIX para ganar continuidad operativa y autenticidad». Ahí queda eso...

Ahora, lo más moderno entre la gente con recursos saneados en Liechtenstein es tener una «hoja de ruta», «conocer el escenario», padecer «jetlag» y apostar por los «unit linked» que aseguran rentas copiosas, dios sabe a costa de qué trapacerías (las descubriremos en breve y sus costes los pagaremos entre todos; no se haga el distraído, lector, usted también).

A la vista de estas circunstancias idiomáticas ¿no les parece a nuestras lumbreras de la Lengua que procede declarar el estado de sitio y fusilar a quienes expulsan estos excrementos? Si así procedieran ya tendrían justificadas las dietas. Y recibirían la recompensa en la morada eterna.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Bélgica como modelo

(Hace unos días el periódico El Mundo publicó este artículo mío)





Bélgica es un país de extremado interés. Solo el hecho de poder contemplar en sus museos la pintura del siglo de Oro, al Bosco, a Rubens, a Rembrandt o al deslumbrante -porque las luces de sus cuadros deslumbran- Vermeer, es suficiente para quedar atrapado en sus encantos. La obra de Magritte tiene ya casa propia abierta en Bruselas y el teatro La Monnaie acoge óperas y otros espectáculos musicales bien seleccionados. Y si de Bruselas viajamos a Gante, a Amberes o a Lieja encontramos similares -o incluso mayores- atractivos para los sentidos. Pues ¿qué decir de los grandes del comic como Hergé y, para los aficionados a la novela policiaca, de un Simenon? Y Bélgica fue además tierra de acogida para quienes huían de los furiosos: para Baudelaire, para Hugo ...


Se ganó -tras la segunda guerra mundial- con esfuerzo diplomático y plena legitimidad ser el corazón de Europa. Y el albergue de unas instituciones que -con todos sus defectos, sus pasos adelante y atrás e incluso sus desesperantes desfallecimientos- nos permiten contar ya con varios decenios de paz entre pueblos que se habían atizado de lo lindo a lo largo de la historia y, ya con especial dedicación y furia destructora, en la primera mitad del siglo XX. Cambiar lanzagranadas por directivas, reglamentos y sentencias no es mal canje.


Otra cosa es Bélgica cuando la contemplamos en su intimidad política e institucional. En este terreno el político belga ha perdido en los últimos tiempos, lisa y llanamente, el sentido de la medida. Su capacidad para producir embrollos se ha desparramado de tal manera que nadie parece ser capaz de poner límite a una inventiva que se está revelando tan fecunda. Se comprenderá que a cualquier observador le produzca alarma abrir un periódico como “Le Soir” -el más importante de Bruselas- y leer en él un reportaje minucioso acerca de los trozos en que quedaría dividido el país -la Wallonie, Flandes, la comunidad germánica, la región de Bruselas- si no se logra resolver la crisis actual y cómo se repartirían las fuentes de riqueza o las instituciones culturales y educativas e incluso qué pasaría con la figura del rey -rey “de los belgas”, que no “de Bélgica”-. Porque resulta ser este un escenario que se hace posible a medida que transcurren los meses, lo que se constata hablando con políticos belgas de las más diversas tendencias ideológicas como es fácil hacer cuando se viven varios días de la semana en el Parlamento europeo.


Desde la proclamación de la independencia en 1830 y la entronización de un príncipe de la casa Sajonia-Coburgo-Gotha, cuna de donde procede el actual monarca Alberto II, el sistema político belga ha conocido cuatro grandes momentos: el bipartidismo entre el año fundacional y 1893; la práctica de un multipartidismo limitado entre 1894 y 1945; el establecimiento de un bipartidismo que podríamos llamar imperfecto entre 1945 y 1965; y un multipartidismo extremo desde esa fecha hasta hoy. Complicado el escenario por la escisión de los partidos nacionales, el desgaste de los mayoritarios y la aparición en la escena política de nuevos protagonistas (verdes, extrema derecha ...). Es lógico que el paisaje político se haya ido transformando a tenor de los cambios institucionales más destacados, entre los que merecen citarse, el reconocimiento del sufragio universal masculino, el paso de un sistema electoral mayoritario a otro proporcional (1899), el voto de la mujer (1948), la conversión de un Estado de corte centralista en el actual federal con reformas que empiezan en los años setenta del pasado siglo XX y que continúan en los ochenta, los noventa y ya ahora, en el siglo XXI, momento en que sigue dando vueltas la noria de la reforma del Estado, de la financiación, de las competencias ...


De momento, el actual Estado federal de Bélgica se halla compuesto por seis entidades federadas, tres regiones (la flamenca, la wallona y la bruselense) y tres comunidades (de nuevo la flamenca y la wallona más la de habla alemana).


Las regiones disponen cada una de ellas de un parlamento del que sale el gobierno. No tienen poder judicial pero las demarcaciones judiciales han de reflejar la diversidad lingüística del territorio. Las comunidades, con su aparato político y administrativo propio, se ocupan en especial de los asuntos culturales. Por debajo se encuentran las provincias -diez- y los municipios que, tras diversos e interesantes procesos de fusión, son hoy 589. La población no llega a los once millones de habitantes: unos hombres y unas mujeres que caminan con un peso político a sus espaldas que han de financiar lógicamente y es esta una de las causas del endeudamiento público del país.


El hecho de que los límites territoriales de las regiones y las comunidades se superpongan ha originado algunas singularidades: así por ejemplo la germanoparlante está dentro de la francófona. Y el territorio de la región de Bruselas-capital está incluido tanto en la comunidad francesa como en la flamenca. Se diferencia de las otras dos por su bilingüismo oficial: el francés y el flamenco o neerlandés son de uso obligado en todos los servicios públicos (administraciones, hospitales, policía...) aunque, de hecho, el francés es mayoritario en la población. Se compone Bruselas-región de diecinueve municipios, una atomización que crea problemas innumerables especialmente para la gestión de los servicios municipales y así lo puede verificar a diario cualquier habitante de la ciudad (incluídos los que ostentamos la condición de transeúntes). No es extraño que organizaciones poderosas bruselenses, como la que aglutina a los más relevantes empresarios, defiendan la unificación de este caótico mapa municipal.


Como guinda, existen los municipios “con facilidades” que se caracterizan por el unilingüismo de sus servicios internos -la Administración trabaja en una sola lengua- y el bilingüismo externo ya que en las relaciones con el público se pueden emplear las dos lenguas. Tales municipios están diseminados por las distintas fronteras lingüísticas de Bélgica.


Los grandes partidos son, a partir de la reforma federal, representantes de su comunidad lingüística por lo que hay partidos francófonos y flamencos (más los alemanes citados). No hay pues en Bélgica un solo partido liberal ni socialista, ni verde ni cristiano-demócrata. Una situación óptima para complicar cualquier asunto por liviana que sea su textura.


Con estos mimbres no es extraño que la crisis política se haya convertido en endémica de suerte que puede decirse que no se apaga sino que se renueva en cuanto salta cualquier chispa conociendo nuevos y emocionantes episodios. Uno bien cercano fue el vivido a partir de junio de 2007, otro es el actual que arranca de abril de este año 2010 cuando los enfrentamientos entre francófonos y flamencos por cuestiones lingüísticas relacionadas con la organización judicial y con la circunscripción electoral de Bruxelles-Hal-Vilvorde han desembocado en nuevas elecciones -pasado mes de junio- que han contribuido a enredar hasta extremos pavorosos el panorama, preludio de un magno incendio que afecta al corazón mismo de las instituciones políticas y administrativas.


El caso de la circunscripción electoral que acabo de citar, la de Bruxelles-Hal-Vilvorde, es bien significativo y un ejemplo único pues está a caballo entre dos regiones. Hay en ella treinta y cinco municipios flamencos situados alrededor de la capital belga. Pues bien, en ella los habitantes francófonos pueden votar por candidaturas francófonas, lo que no ocurre en ninguna otra parte de Flandes. Los partidos flamencos consideran que esta “anomalía” atenta contra el unilingüismo de la región de Flandes y además les discrimina al beneficiar a los partidos francófonos que pueden adicionar los votos obtenidos en el distrito de Hal-Vilvorde a los procedentes de Bruselas. Este distrito electoral se ha convertido por todo ello en un “casus belli”, origen de la actual crisis política.


A todo ello hay que añadir la polémica de la financiación de las regiones pues, como es frecuente, los ricos se resisten a pagar a los pobres. Sobre ella se discute en estos momentos con tan buenos argumentos como perversas maneras. Y en medio está Bruselas que, con tales querellas, padece un acusado déficit que se hace bien visible en la escasa calidad de muchos de sus servicios públicos.


Explicado este laberinto, pongamos un corolario hispano: a los partidos nacionalistas que pueblan el paisaje español (gallegos, vascos o catalanes), es decir, esos con los que han pactado, pactan y pactarán -sin especiales escrúpulos- los dos partidos mayoritarios, les hemos oído en muchas ocasiones citar, como modelo de organización política para la España plural, el ejemplo belga. No es extraño que, ante tal referencia, un sudor frío se apodere de las entretelas de las personas sensatas. Pero así es y así nos va.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Frío

En ningún sitio se pasa tanto frío como en la capilla ardiente.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Palabra

Cuando el Presidente otorga la palabra por un tiempo medido está repartiendo limosnas de oratoria.