domingo, 30 de enero de 2011

Invierno


Lo malo del invierno en el Polo es que no sirven medias noches.

jueves, 27 de enero de 2011

Crisis económica y crisis política en España

(Ayer publicó el periódico El Mundo este artículo mío)

La crisis económica en Europa oculta su crisis política. Precisamente por ello no acaba de verse la necesidad de una reforma de sus instituciones destinadas a fortalecer las comunes europeas y debilitar las nacionales representadas por los Estados, esos caballos de Troya en cuya panza anidan los más peligrosos “-ismos”, el nacionalismo y el proteccionismo, enemigos proclamados de la construcción europea. Si se caminara por la senda federal, todo lo demás, gobierno económico, política exterior, política de defensa, investigadora, etc vendrían con la naturalidad con la que llegan las setas en el otoño lluvioso.

De igual manera, la crisis económica española está encubriendo la crisis política profunda de instituciones muy averiadas con las que, sin embargo, convivimos y aun vegetamos con complaciente ceguera.

Veamos. Sabemos que la democracia se nutre de unos ingredientes que han traído de cabeza a los más finos pensadores de la ciencia política moderna por lo menos desde el siglo XVIII. Entre ellos destacan la separación de poderes, que venía de Inglaterra y halló un afortunado divulgador en Montesquieu; las libertades públicas y los derechos fundamentales que consiguieron enumerar con singular acierto los revolucionarios franceses; y, por último, los mecanismos de representación del cuerpo social, una vez descartada -o desacreditada- la democracia directa que tan querida fue por algún padre fundador (J. J. Rousseau especialmente). Quienes escribieron la Declaración de los derechos del hombre en Francia en 1789 dejaron establecido para la posteridad que una sociedad que no garantiza esos derechos y que desconoce la separación de poderes, carece sencillamente de Constitución. Palabras escritas en material resistente pues ahí siguen, como referencias inevitables, con la lozanía y la altanería propias de quien se sabe subido en peana de compactos fundamentos.

Pues bien ¿qué queda en la España de hoy de estos ingredientes? A mi juicio, de ellos el único que se salva es el relativo a las libertades públicas. Con muchas limitaciones y con todos los desfallecimientos que se quieran enumerar, lo cierto es que gozamos de un aceptable régimen de libertades que garantiza vivir con una cierta seguridad sabiendo que quien llama a las siete a la puerta de casa es el lechero y no una banda de canallas que, amparada por el poder político, practica el secuestro o el tiro en la nuca.

Es verdad que mucho hay que avanzar en el disfrute de tales derechos pues la moderna sociedad está obligando a cavilar sobre ellos con renovadas entendederas. Ahí están -por citar algunos ejemplos- el derecho a la información o el respeto a la intimidad convulsionados ambos por el río de noticias que alimenta ese pantano que llamamos Internet.

Los demás ingredientes se hallan lisa y llanamente en estado calamitoso. Listos para ser declarados en ruina, que es lo que se hace en la legislación urbanística con los edificios necesitados de reformas sustanciales.

La separación de poderes se asemeja a la calavera que describe Lope de Vega: “esta cabeza, cuando viva, tuvo / sobre la arquitectura de estos huesos / carne y cabellos ...”. Hoy, el postulado de la separación de los poderes no es sino “cometa al viento” por seguir con las bellas expresiones de Lope. En efecto, un Consejo general del Poder judicial politizado, que selecciona con criterios partidistas a altos representantes de la magistratura -pronto habrá diecisiete Consejillos para hacer lo propio-, y un Tribunal Constitucional, picado asimismo de la viruela partidaria, se han encargado de socavar sus cimientos y de esparcir entre la ciudadanía la impureza destructora de la desconfianza.

Pero donde se ha llegado a límites que ya resultan insoportables para la credibilidad del todo es en el sistema representativo. A nuestro adulterado modelo de partidos políticos y a nuestro extravagante y ponzoñoso derecho electoral ya he dedicado atención en otras ocasiones en esta misma página. Ahora es momento de añadir algunas anotaciones, fruto de la observación de nuestra pintoresca vida política.

Hay organizaciones políticas que dedican agotadores esfuerzos a insultarse entre ellas -con poca gracia, cuando el insulto es una bella arte- y lo hacen en cuantas ocasiones se presentan, que son muchas pues no desperdician ni siquiera los fines de semana. Es de ver la cantidad de mítines que se programan los sábados o los domingos, aunque no haya elecciones a la vista, y donde no se oyen sino vulgaridades e improperios. Por cierto ¿de dónde sale el dineral que en ellos se gasta?

Cuando escucho las informaciones referidas a estos actos finsemaneros me pregunto si sus protagonistas no necesitan un paréntesis para reflexionar con serenidad o para limpiarse la boca y enjuagársela de estereotipos leyendo una novela. Goethe sostenía que “es imprescindible, todos los días, oír una pequeña canción, leer un buen poema, ver un cuadro, y, al menos, decir una frase razonable”. ¿Cómo es posible que se haya olvidado esta enseñanza de aquel viejo, creador y soñador infatigable? ¿Cómo es posible que se desprecie el reposo de un domingo para engolfarse en un ensayo o en un libro de aventuras o en otro que se halle grávido de imágenes bellas, inútiles y temblequeantes?

Tengo para mí que quien acierte a poner en pie un discurso pedagógico pensado para ser escuchado por gentes adultas y no por estultos, acabará ciñendo el laurel del victorioso. De la victoria que merece la pena, de la que disfruta quien vence y convence. Entiendo por discurso pedagógico el que se pronuncia o difunde -hoy existen mil medios- con una argumentación sólida y alto sentido práctico. Hoy, la crisis económica nos debería obligar especialmente a ello tanto por lo enrevesado de sus enigmas como por lo inerme que la ciudadanía se halla ante ellos.

¿No ganaríamos todos si, en lugar de oír al presidente del Gobierno descalificando a su antecesor o a sus adversarios, lo viéramos sentado ante una cámara de televisión explicándonos con serenidad, olvidándose por un día de los tópicos insufribles de las derechas y las izquierdas, de los neoliberales y de los progresistas, en qué consisten sus medidas y hacerlo con modestia, advirtiéndonos que puede equivocarse? Y lo mismo cabe decir de quienes encarnan el poder desde la oposición política. O el mando sindical. Nada de mítines vociferantes a los que asiste la parroquia en nómina sino pedagogía y explicaciones maduras y solventes.

Claro que, si así se procediera, a lo mejor el votante se hacía adulto, empezaba a pensar por su cuenta y dejaba de votarles, pero la tan venerada democracia ¿no merece este sacrificio?

Porque a esa democracia se le falta el respeto con los mítines a que aludo como se le falta el respeto comprando votos con el cheque bebé o con esta o aquella maña limosnera ideada un mes antes de las elecciones. A mí me recuerda -servata distantia- algo que conozco bien y es el sistema que siguen algunos rectores de Universidades cuando han de presentarse a la renovación de sus cargos: ¡es de ver la cantidad de becarios que nacen y de secretarios y vicerrectores que se nombran! ¿En qué se diferencian estos métodos, humillantes para el ciudadano, de los que practicaba el conde de Romanones en la corrupta Restauración? Solo en que el conde pagaba de su bolsillo y los actuales candidatos giran contra la cuenta corriente de los dineros públicos, esos que forman la deuda abultada que ahora los mercados se quieren cobrar.

A la vista de todo ello, bien podría el sistema democrático español recitar aquellos versos desesperanzados de Ronsard: “solo huesos me quedan, igual que un esqueleto / descarnado, reseco, macilento y escuálido ...”. Se advertirá que son los poetas quienes afinan y atinan.

domingo, 23 de enero de 2011

España: de la pandereta al pinganillo

De la España de pandereta a la España del pinganillo hay un buen pedazo de la larga y tortuosa Historia que hemos recorrido entre duelos y quebrantos.

Aquella fue de cerrado y sacristía, de oración y bostezo, de espíritu burlón y de alma quieta, de embestidas y de tarambanas ... Pero, porque conocía el paño y para que no nos hiciéramos ilusiones, el poeta también dejó advertido que “el vacuo ayer dará un mañana huero”.

Y en ello estamos: en lo huero, en lo hueco y en los huesos.

Si pasamos a la prosa diremos, a la vista de los acontecimientos, que emblemas hay muchos: quien tiene una cruz, quien una media luna, quien un sol rojo, quien una hoz, quien un martillo, quien una cabra ... Nosotros, los españoles, blasonamos de castillos y leones, de cruces y de otros aspavientos pero da la impresión de que nos hemos quedado un poco anticuados. Como el viejo hidalgo que, triste y desbaratado, ya no es capaz de ver el nuevo sol que refulge en las miradas de sus nietos.

La España nueva, la España plural, alegre y confiada, la de los rojos atributos, la de los pájaros en la cabeza, la de los ecos sin voz, la de las luces fatuas, esa España, que ha entrado tan engalanada y tan bien compuesta en el siglo XXI, tiene necesidad de cambiar de emblemas. De ofrecer otra imagen ahora que estamos en tiempos de mercadeo o marquetín. De lavarse su cara pintarrajeada con los churretes de las memorias desmemoriadas.

Porque aquellos leones y aquellos castillos estaban bien para una época de imperios y epopeyas, tiempos bélicos de Sanchos, de Hurracas, de Berenguelas, de los infantes de Aragón y de aquel gran Condestable, Maestre que conocimos tan privado; tiempo de conquistas y naves aventureras, de Colones y Pizarros, de santos y frailes pálidos y elegantemente tocados por el escorbuto, de romances de frontera, de Cides y Jimenas ... Siglos de espadones y de carlistones, de obispos leprosos y de episodios emocionales y nacionales ...

Pero todo eso es pasado, agua que no mueve molino, historia, historieta, materia de examen.

Por eso me atrevo a proponer un cambio radical. Y, si pensamos en él, el pinganillo debe ocupar un lugar central. El pinganillo como emblema nacional. Sí, hay que meter el pinganillo en la bandera, en los desfiles militares, en los despachos oficiales, y crear una mística del pinganillo, una oda al pinganillo y un himno al pinganillo. Hemos estado tanto tiempo preocupados porque nuestro himno carecía de letra y ahora se nos desvela con la naturalidad propia de las grandes revelaciones: cantemos al pinganillo como los poetas han cantado a la rosa y a la luna, tan gastadas ya a estas alturas.

Se podría pensar en una Orden del pinganillo con sus grandes cruces, sus placas y sus encomiendas. Serían entregadas por el rey en momentos solemnes, por ejemplo, de aprobación de Estatutos de Autonomía y fastos gordos por el estilo.

Hemos andado penando por la identidad nacional, por el ser de España, preguntándonos cuál era nuestra naturaleza de españoles, cuáles nuestros atributos como país ... Hasta que hemos dado con el pinganillo.

Adiós a la pandereta del subdesarrollo. Todos con el pinganillo. Y ¿qué es el pinganillo? Dícese de un aparato que sirve para entender a un prójimo que habla nuestra propia lengua. El audífono de un pueblo sordo.

miércoles, 19 de enero de 2011

Soledad

La soledad es una caracola en cuyo interior oímos nuestra conciencia.

domingo, 16 de enero de 2011

La soberanía, un escrúpulo irlandés

(Hace algo más de un mes publiqué este artículo en la revista Actualidad jurídica Aranzadi).


De entre las perlas que nos deja la actual crisis económica y financiera destaca la reciente encontrada allá entre las brumas de Irlanda. Sus gobernantes están dispuestos a aceptar un cuantioso donativo de los contribuyentes europeos para hacer frente a los desmanes de los directivos de sus bancos, de los que, por cierto, no se sabe si alguno ha decidido precipitarse por un balcón empinado como hicieron muchos de los educados caballeros que fueron cogidos con las manos en la masa con ocasión de la crisis de 1929.

Los actuales dirigentes irlandeses no están contentos con este regalo porque les parece una grosería. Por ello se aprestan a coger la pasta con un mohín de displicencia y de asco. Y anunciando que, por supuesto, ello «no recortará en modo alguno su soberanía ».

¿Cuándo nos enteraremos de que pertenecer a un mundo como el representado por la Unión Europea consiste justamente en eso, en ceder soberanía? En algún lugar he calificado a ésta, a la soberanía, de una auténtica antigualla que, si algo merece, es un lugar de respeto en el museo de cera de los conceptos jurídicos.

Como se sabe, pero no está de más recordar, su formulador más agudo fue Bodino, quien publicó su obra Six Livres de la Republique en el último tercio del siglo XVI (1576). Signo distintivo de la soberanía era el hecho de que su titular carecía de superior, hallándose tan solo sometido a las «leyes fundamentales» que no podía infringir. El fin del Estado será justamente el ejercicio del poder soberano orientado por el Derecho. Una idea revolucionaria, pues, en su inocente apariencia, estaba liquidando la concepción medieval según la cual el poder servía para ejecutar los designios de Dios.

La polémica acerca de si el titular de esa soberanía era el príncipe o el pueblo fue tan viva que cavó las trincheras desde las que se estuvieron disparando tiros durante buena parte del siglo XIX. No es extraño que, cansados de tanta sangre, algunos juristas aplicaran el bálsamo de sus sutilezas para desactivar tanto dramatismo. Uno de los más ilustres, Georg Jellinek, rebajó los humos de la tradicional soberanía para reducirla a una categoría histórica: el poder del Estado – aseguraba– se manifiesta en el hecho de estar sometido a sus propias leyes y no a las de ningún poder extraño, así como por disponer de órganos para determinar su voluntad. Después sería Kelsen quien, irreverente ante el hechizo del concepto, lo disuelve en el contexto de su teoría acerca de la validez del ordenamiento y de su configuración del Derecho internacional que restringe la «soberanía» de los Estados, podando unos excesos peligrosos que conducen al desarrollo del imperialismo y, con él, a la destrucción de amplias esferas de libertad.

Han pasado muchos años desde estas formulaciones y los acontecimientos no han hecho sino confirmar en Europa una tendencia que fuerza a explicar la soberanía de otra manera, porque hoy no puede ligarse sin más al «Estado», sino a una combinación que incluiría a éste y a la supranacionalidad europea, lo que nos obliga a abandonar la idea tradicional para abrazar la de soberanía «conjunta o compartida», apta para garantizar la diversidad de los niveles de gobierno con la unidad de la acción política y de su medio de expresión más solemne, que es la producción jurídica. El actual ejercicio de los poderes soberanos se ha desplazado así desde la individualidad de esos Estados a su actuación como miembros de una comunidad, razón por la cual se ha esfumado el «poder único e indivisible » para emerger otro de rasgos renovados basado en la existencia de un orden jurídico complejo e irisado, pero dotado de los suficientes elementos para ser reconocido como un todo unitario, trabado por el derecho y cimentado por el principio de «lealtad» de la Unión con los Estados y viceversa.

Me atrevería a utilizar la expresión de «soberanía diluida» para describir esta nueva situación jurídicoconstitucional.

Convengamos, pues, en que la soberanía, entendida al modo tradicional, ha devenido una pieza herrumbrosa en el mundo europeo y global que se está construyendo.

Por eso provoca una sonrisa irónica el desparpajo con que la invocan los manirrotos gobernantes de Irlanda.

martes, 11 de enero de 2011

Letras

La gran ventaja de la supresión de la "ll" en el alfabeto es que ya no lloraremos.

domingo, 9 de enero de 2011

¿Indemnizamos a la infancia?

En Alemania han finalizado hace poco tiempo las negociaciones de una «mesa» que se ha ocupado de un asunto singular: la posible indemnización a que pudieran tener derecho los jóvenes que, entre 1949 y 1975, hubieran vivido en internados.

El resultado ha sido el reconocimiento de tal pretensión porque se ha definido a los establecimientos que acogían a esos alumnos como lugares «fuera del Derecho» donde se practicaba el acoso, los castigos corporales, la coacción religiosa... A destacar que eran los padres quienes decidían libremente el envío del retoño a lo que consideraban un lugar de fiable disciplina.

Ahora toca resolver los expedientes uno a uno para ver la dimensión del daño infligido a los ex jóvenes, pues las personas afectadas que hoy pueden acogerse a la reparación andan por los 70.

Así se las gastan los alemanes a la hora «de tapar las grietas del mundo», que diría Heinrich Heine. En todo caso, se están oyendo voces que han montado buena juerga porque se preguntan si también la asistencia familiar a la misa del gallo en Navidad o el canto del «Stille Nacht» («Noche de Paz») junto al abeto cuajado en filigranas será también susceptible de desagravio monetario.

Ahora imaginemos que se pusiera en marcha un procedimiento parecido en España y nuestros septuagenarios pidieran llegar en su día a ser indemnizados por haber vivido en los internados de frailes y monjas o por haber asistido a los campamentos del Frente de Juventudes. ¿A cuánto ascenderá cada «Cara al sol» entonado? ¿A cuánto la lacerante experiencia de gritar los vivas al caudillo y encima hacerlo con unos ridículos pantalones cortos y en la sudada camisa azul, el jugo y las flechas que tú bordaste en rojo ayer? De mí puedo decir que he permanecido en posición de firmes infinidad de veces en el cine cuando se interrumpía la película y aparecía el retrato del «invicto» en medio de un trepidante acompañamiento musical y un tufo de héroe mareante.

Y aquellos rosarios interminables con sus misterios dolorosos y gozosos y las aburridísimas letanías, ¿habrá dinero en el mundo que compense las horas de resignado aburrimiento? Y los oficios de Semana Santa en los que el vaho de las ceras alimentaba en la mente las más aviesas venganzas, y aquellos nueve primeros viernes de mes, y aquellos coscorrones del padre prefecto por no haber confesado con rigor y minucia, ¿habrá presupuesto público que logre achicar el pasado infortunio?

Pero avancemos más y miremos al futuro. ¿Qué cuentas no pedirán las víctimas de los engendros pedagógicos ideados estos años, de logses y otros despropósitos? Las pobres criaturas que sufren hoy los atropellos de las «competencias», las «habilidades» y las «destrezas» discurridas por pedagogos a la violeta, ¿qué armas no estarán ya preparando para desangrar a los gobernantes pasados unos decenios?

A un niño al que se le ha dicho que «instruir es el resultado del proceso enseñanza-aprendizaje en el que los contenidos se cristalizan y se estructuran entre sí hasta llegar a una forma cognitiva, funcional y operativa más eficaz», ¿cómo le restauraremos su dignidad maltratada?

Con esta pedantería perifrástica ¿no vemos que el agujero en los Presupuestos del Estado es sólo cuestión de tiempo y de una «mesa» como la alemana? Pero dígase de verdad, ¿es oportuno guardar las memorias del alma ultrajada y recrearnos en ellas para afrontar esta época dispersa y gregaria por la que transitamos?

jueves, 6 de enero de 2011

Navidad

En la Navidad se encienden las modernas ciudades para mejor orientar a los Reyes Magos.

domingo, 2 de enero de 2011

Nochevieja

En Nochevieja se toma champán para beber las burbujas de lo que queda de año.