domingo, 9 de enero de 2011

¿Indemnizamos a la infancia?

En Alemania han finalizado hace poco tiempo las negociaciones de una «mesa» que se ha ocupado de un asunto singular: la posible indemnización a que pudieran tener derecho los jóvenes que, entre 1949 y 1975, hubieran vivido en internados.

El resultado ha sido el reconocimiento de tal pretensión porque se ha definido a los establecimientos que acogían a esos alumnos como lugares «fuera del Derecho» donde se practicaba el acoso, los castigos corporales, la coacción religiosa... A destacar que eran los padres quienes decidían libremente el envío del retoño a lo que consideraban un lugar de fiable disciplina.

Ahora toca resolver los expedientes uno a uno para ver la dimensión del daño infligido a los ex jóvenes, pues las personas afectadas que hoy pueden acogerse a la reparación andan por los 70.

Así se las gastan los alemanes a la hora «de tapar las grietas del mundo», que diría Heinrich Heine. En todo caso, se están oyendo voces que han montado buena juerga porque se preguntan si también la asistencia familiar a la misa del gallo en Navidad o el canto del «Stille Nacht» («Noche de Paz») junto al abeto cuajado en filigranas será también susceptible de desagravio monetario.

Ahora imaginemos que se pusiera en marcha un procedimiento parecido en España y nuestros septuagenarios pidieran llegar en su día a ser indemnizados por haber vivido en los internados de frailes y monjas o por haber asistido a los campamentos del Frente de Juventudes. ¿A cuánto ascenderá cada «Cara al sol» entonado? ¿A cuánto la lacerante experiencia de gritar los vivas al caudillo y encima hacerlo con unos ridículos pantalones cortos y en la sudada camisa azul, el jugo y las flechas que tú bordaste en rojo ayer? De mí puedo decir que he permanecido en posición de firmes infinidad de veces en el cine cuando se interrumpía la película y aparecía el retrato del «invicto» en medio de un trepidante acompañamiento musical y un tufo de héroe mareante.

Y aquellos rosarios interminables con sus misterios dolorosos y gozosos y las aburridísimas letanías, ¿habrá dinero en el mundo que compense las horas de resignado aburrimiento? Y los oficios de Semana Santa en los que el vaho de las ceras alimentaba en la mente las más aviesas venganzas, y aquellos nueve primeros viernes de mes, y aquellos coscorrones del padre prefecto por no haber confesado con rigor y minucia, ¿habrá presupuesto público que logre achicar el pasado infortunio?

Pero avancemos más y miremos al futuro. ¿Qué cuentas no pedirán las víctimas de los engendros pedagógicos ideados estos años, de logses y otros despropósitos? Las pobres criaturas que sufren hoy los atropellos de las «competencias», las «habilidades» y las «destrezas» discurridas por pedagogos a la violeta, ¿qué armas no estarán ya preparando para desangrar a los gobernantes pasados unos decenios?

A un niño al que se le ha dicho que «instruir es el resultado del proceso enseñanza-aprendizaje en el que los contenidos se cristalizan y se estructuran entre sí hasta llegar a una forma cognitiva, funcional y operativa más eficaz», ¿cómo le restauraremos su dignidad maltratada?

Con esta pedantería perifrástica ¿no vemos que el agujero en los Presupuestos del Estado es sólo cuestión de tiempo y de una «mesa» como la alemana? Pero dígase de verdad, ¿es oportuno guardar las memorias del alma ultrajada y recrearnos en ellas para afrontar esta época dispersa y gregaria por la que transitamos?

1 comentario:

  1. Cuando yo era pequeño en más de una ocasión algún maestro me regaño por no hacer los deberes ¡creo que ya es hora de que me indemnicen!, el daño que me causaron es evidente.

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