sábado, 12 de febrero de 2011

Periódicos que mienten a sus lectores

Se queda uno como paralizado, inmóvil y, cuando empezamos a recuperar el fluir normal de los sentidos, se escarba en la memoria y es en ella donde se remueven las imágenes de un pasado que tiene pálpitos de historia antigua, de algo que ha estado sepultado allá en las honduras y que de pronto adquiere contornos y hechuras claras. Aquello que vagaba como fugitivo e impreciso en los ecos del pasado cobra presencia cercana e inmediata, disipadas ya todas las nieblas.

Y sale la emoción del viaje, su preparación minuciosa, sus gozosas esperanzas ... El coche a punto, el itinerario seleccionado, el punto preciso por el que vamos a salir de España, por el paso de La Junquera en Cataluña o por el puente de Behobia en el País vasco, para mí el apropiado porque yo entonces vivía en Bilbao. La llegada a Biarritz o a san Juan de Luz, la búsqueda del local, la cola para comprar, cola de hermanos unidos en los mismos pálpitos, la entrada adquirida y ya en la mano apretada que temblaba y temblaba porque aquello era antes trofeo que simple credencial para el acomodador.

Si la sala era oscura se debía a que los ritos exigen penumbras para que todo el ser vibre y se concentre, para que la atención sea máxima y se dirija sin perturbaciones hacia el punto luminoso, hacia el exacto ángulo que nos ha de llenar de gozo y ha de envolvernos en la magia de las imágenes trémulas y en alarmas de alegoría.

Y entonces, recogidos allí como me consta que se recogen quienes se entusiasman en los oficios religiosos, todos muy en silencio y con circunspección de neófitos, aparecía en la pantalla María Schneider haciendo y diciendo no sé qué cosas. Porque la verdad es que nadie atendía a lo que esa mujer hacía o decía ni a nadie importaba en qué episodios se hallaba envuelta.

Lo trascendente era ella, su pícara mirada; su pelo alborotado o recogido en anárquica oferta de caprichos; sus pechos, enormes vasijas en gozoso desequilibrio porque uno -el izquierdo- era más firme y se hallaba asentado en su tronco con el desafío que es propio de las gárgolas de catedrales muy conscientes; el otro -el derecho- vagaba más a su aire, caía de forma más despreocupada, como queriendo desafiar la ley de la gravedad pero al final se recomponía y mostraba su seriedad inconfundible, seriedad de pujanzas inequívocas.

María Schneider se nos mostraba como lo que era: “une fleur du mal” que hacía mucho bien porque exaltaba la imaginación y enderezaba en la buena dirección el rumbo de los pensamientos deshonestos.

La Schneider sobresaltaba la honestidad del más casto de los varones, nos hacía odiar con vehemencia a Marlon Brando, y nos transportaba a la región donde suenan esas campanas que nos convocan a pulsar en todos los timbres del pecado.

Era deseable como la mujer de otro. Bien mirado, es lo que en puridad era.

Y ahora nos dicen los periódicos que esta mujer ha muerto. Menos mal que nosotros sabemos que los periódicos gustan de sobresaltarnos y sobre todo que mienten como canallas astutos que son, ávidos de nuestro dinero. Y que por sobrevivir en este mundo sin lectores son capaces de inventar las historias más truculentas. Como esta, la de que María Schneider ha muerto. Ella: maceta de todas las flores, catarata inextinguible de todos los bríos. ¿Qué sabrán los periodistas de la vida y de la muerte?

2 comentarios:

  1. A mi siendo hombre me van a contar que la mujer ha muerto, pero si todo el mundo sabe que nos sobreviven en el tiempo y en el espacio ¡y yo tadavia no he muerto!.

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  2. excelente articulo. siendo yo tan joven, me siento como si allí me encontrara. desde luego que el tiempo no existe y que si uno y su mente lo desea, se detiene y se transforma.

    un saludo y gracias por su blog.

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