sábado, 19 de marzo de 2011

Escotes como versos

La gran noticia está en la calle: vuelven los escotes en la vestimenta femenina, escotes al parecer profundos que por delante llegan a veces hasta ¡el ombligo! y, por detrás, hasta el final de la espalda conformando pues una V, la V del vértigo, del verso, del vicio, del voto, de la ventana y del balcón que ahora nos damos cuenta lo mal que se escribe porque debería llevar v en lugar de esa b que lo avillana y degrada.

Porque el escote es todo eso y mucho más. Es, en efecto, la ventana por la que quisiéramos asomarnos para ver cómo brota la vida y llevarnos en la mirada su titileo y su ardimiento. Es un vano, la abertura hacia la infinitud del enigma, hacia la confusión que produce lo exaltante, hacia la algarabía de la aventura.

Es por ello además un balcón atrevido y osado pues contribuye a desnudar el secreto y esto es mucho porque el secreto, por su naturaleza juguetona, gusta de desorientarnos construyendo un puzzle de interrogantes con nuestras quimeras.

Por todas estas razones es también vértigo en cuanto que sus hechuras nos transtornan, turban nuestro juicio haciéndonos perder el equilibrio que nos presta el raciocinio. Dice el Diccionario que el vértigo "físicamente se acompaña de temblor y flojedad de las piernas y de opresión epigástrica" y todo ello es bien cierto, al menos en lo que se refiere al dicho temblor y a la dicha flojedad, pues para saber qué es lo epigástrico habría que consultar de nuevo el Diccionario y no quiero perder el tiempo en ello aturdido como estoy con las ensoñaciones de los escotes.

¿Hay que explicar por qué es verso el escote? Pues porque es la musa, la inspiración del vate bien conformado, porque es épico en cuanto canta la epopeya del ombligo y lírico en cuanto esparce sentimientos allá por donde pasa sembrándolo todo de melancolía y de suspiros. Se podría hacer, y seguro que ya está hecho, el cuarteto al escote y el soneto y la oda y la trova porque toda la preceptiva se explica desde el escote y sólo en él hallan justificación sus preceptos torturadores. El ritmo que presta el escote no hay consonancia ni asonancia que lo logre porque aquél es el ritmo de la verdadera insinuación, del sugerimiento sutil, ritmo de símbolos con los que viajamos al parnaso de las mejores emociones.

Tanto la V mayúscula como la v minúscula pueden formarse indistintamente con el escote en función de su atrevimiento, de la audacia con que haya sido concebido. V pues de Venus, diosa de la hermosura; v de ver porque para ver está concebido; v de verde en cuanto lustroso y con vida; v de vicio por lo que nos trae de lozano y frondoso; v de vino porque al cabo nos brinda el licor de frutos bien maduros; v de vuelo, de vuelta, de voluptuoso...

Porque el escote está muy convencido de su verdad se atreve a dar la batalla nada menos que al botón (y por supuesto a la cremallera) y esto ya nos lo hace irremediablemente nuestro pues el botón representa el cierre, el hermetismo, y es que con los botones se abrocha la verdad y la V del escote no tiene nada que ver con la de la verdad porque esta es dogma, ortodoxia, artículo de fe, una pelmada en suma. Decía Rusiñol que quien busca la verdad merece el castigo de encontrarla, pues lo mismo hay que predicar de quien buscara la verdad en el escote, un lugar donde tan solo hay rodeo, ambigüedad, indeterminación o, si se prefiere, calambur, el calambur de la gracia de los pechos, el gustoso retruécano del busto que se mece.

Del escote nació el escotillón que es una trampa traviesa, puro juego, que se sube o se baja en los escenarios para que salgan o desaparezcan personas u objetos.

¡Ah, quien pudiera salir y entrar en el teatro de la vida por el escotillón de un escote!

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