domingo, 21 de agosto de 2011

Bolzano, donde las lenguas se entrelazan

(Ayer publicó el periódico El Mundo este artículo mío)


Llegar a Bolzano desde Múnich es fácil: apenas cuatro horas de tren que transcurren a través de un paisaje feliz que se encarna en alturas altivas, en lagos apacibles, en bosques cuyo corazón en verano es un torrente en ejarbe, y donde las temperaturas son tan cordiales que parecen ofrecer los buenos días como lo hacen esos enanitos jocundos que pueblan los jardines de tantas casas de la región.

Además, el tren austriaco dispone de esos vagones tradicionales que ya apenas quedan y donde se cometían los crímenes de la época gloriosa y novelada. En el que me instalo había un matrimonio japonés con su hijo de 12 o 13 años que se dirigía hacia Milán. Curiosa la actitud de los tres: habían venido -según contaron- por primera vez a Europa en viaje turístico, estaban atravesando nada menos que los Alpes Dolomitas... Pues bien, ¿alguien cree que dedicaban alguna atención al paisaje? Es probable que ese hubiera sido su deseo pero les resultaba imposible pues estaban literalmente enredados entre cables: del ordenador, del iPod, del iPad, de los móviles, de la máquina de fotos, de la de vídeo... En medio de aquel lío era imposible mirar por la ventana ni disfrutar de aquellos montes suntuosos y venerables.

Bolzano (en alemán, Bozen) es, como ciudad, un descubrimiento sobre todo si se disfruta de un tiempo sereno en el que aletean las brisas finas y se reciben por doquier las galanterías de las flores. Bolzano es una maravilla urbanística, una coquetería arquitectónica, el mimo austriaco y la gracia italiana maridadas... No me extraña que se hayan peleado por esta joya unos y otros a lo largo de los siglos. Perteneció al Imperio austrohúngaro y pasó al dominio italiano tras la Gran Guerra. Mussolini quiso italianizarla utilizando los métodos recios a que acostumbraba y Bolzano hizo como que aceptaba los deseos de aquel histrión de teatro en almoneda. Pero siguió con sus sentimientos partidos, entre las culturas italiana y germánica.

Capital de lo que hoy es, jurídicamente, una provincia autónoma dentro de una región italiana, Bolzano es, en términos geográficos e históricos, la zona sur del Tirol. El Imperio de Austria se vio obligado a ceder en 1858 ciudades y espacios a la Lombardía y en 1866 a Venecia. A partir de ese momento, los italianos bajo dominio austriaco eran los que vivían en los territorios costeros de Goricia, Istria, Gradisca y Trieste así como de Dalmacia. En el Tirol estaban mezclados con la población alemana. El catolicismo era, en esta zona, militante -se le llamaba el sagrado Tirol- y ya en las jornadas revolucionarias de 1848-1849 se gestó la idea de dividir el territorio en dos partes: un Tirol alemán en el norte, con Innsbruck como referencia, y otro italiano en el sur, con Bolzano como epicentro. En el marco del Imperio regido desde Viena, los tiroleses disfrutaron de una suerte de Administración autónoma que perdieron en buena medida cuando se convirtieron en zona fronteriza con el reino de Piamonte-Cerdeña primero y de Italia después en el conocido proceso de unificación de este país. Ante estas nuevas circunstancias, se impuso por parte de las autoridades austriacas una discreta pero vigorosa vigilancia. Con todo, los tiroleses siguieron disfrutando de unas ciertas libertades e incluso se hubiera podido crear alguna universidad italiana en el Imperio austriaco si dificultades menores no hubieran desbaratado el proyecto.

Esta región fue, para el Imperio, un problema limitado si lo comparamos con los gigantescos causados en otros lugares. Cuando llegaron sus amenes, las pérdidas territoriales establecidas por el Tratado de Saint-Germain (septiembre de 1919) fueron muy aflictivas para los austriacos: cesión a Italia del Trentino, Tirol del Sur, Trieste, Istria, varias islas de Dalmacia y el Friuli. Se reavivaron las lágrimas derramadas con ocasión de las derrotas de 1859 y 1866.

Después de la Segunda Guerra Mundial se creó la región del Trentino Alto Adige porque Alcide De Gasperi era oriundo de esas tierras y porque quería compensar la alemanidad de una zona con la italianidad de la otra. Tras las últimas reformas constitucionales hay dos provincias: el Trentino, con la capital en Trento, italiana; y el Alto Adige (Südtirol para los alemanes) cuya capital es Bolzano donde se habla el italiano y el alemán con normalidad. Ha habido en el pasado enfrentamientos lingüísticos e incluso terrorismo -en los años 60- pero hoy parecen superados, en todo caso no conocen expresiones violentas. A esta situación se ha llegado por la conjunción de varios factores, entre ellos la prudencia de sus gobernantes y de sus poblaciones, y la incorporación de Austria a la Unión Europea.

El quiosquero, los empleados del hotel, los conductores de los autobuses, los camareros, los jóvenes que uno se tropieza por la calle, hablan uno y otro idioma. En la escuela se aprenden y es así como se construye una comunidad. Comparo la situación lingüística con la de Bélgica, dividida en dos poblaciones rencorosamente enfrentadas y donde las lenguas no se utilizan como instrumentos del entendimiento sino como armas de combate. Lenguas como trincheras. Pruebe el viajero a acudir en tren desde Bruselas a Amberes, a Brujas, a Gante: en cuanto sale de la región de Bruselas -bilingüe- los anuncios de las estaciones del recorrido ya se hacen solo en neerlandés. Sin concesión alguna, ni siquiera al inglés. Para qué hablar del francés...

O en España, donde los partidos nacionalistas vascos, catalanes y gallegos están empeñados en formar comunidades unilingües a base de forzar la historia de la tierra, de las familias, de las costumbres, de todo aquello al alcance de su obstinación política. Bolzano es, por el contrario, tierra donde las lenguas se entrelazan que es como más gustosas son las lenguas. Por sus bosques de músicas, olores y colores anduvo hace miles de años un hombre que careció en su tiempo de significación alguna pero que, convertido en momia y descubierto 5.000 años después en un estado de conservación apreciable, le ha hecho ser un personaje de telediario. ¡No eres nadie en vida y de momia eres un momio!

Es tierra además de vinos. Hay varios pero quiero recordar que la famosa uva Gewürztraminer tiene su origen en un pueblecito que se halla a poco más de 20 kilómetros de Bolzano. Se llama Tramin, un lugarejo bellísimo. Es lástima que un domingo, en pleno verano, sea imposible en él comprar nada, ni una botella de vino, ni un recuerdo, pues todos los comercios cierran. El único mesonero que trabaja me cuenta que Tramin es un paraíso porque está a poco más de 200 metros sobre el nivel del mar, apenas nieva en invierno y disfruta de un clima que permite grandes cosechas de peras, manzanas y verduras. Y tiene razón pero tampoco hay que llevar esa condición paradisíaca a sus últimas consecuencias pues es verdad que en el paraíso no se pegaba golpe pero, al final, de él fueron expulsados nuestros primeros padres para «ganarse el pan con el sudor de su frente» y este mandato podría ser observado con mayor rigor por los privilegiados habitantes de este lugar.

En fin, de Tramin queda la uva milagrosa, una uva audaz pues se ha escapado hace ya años a buscar aventuras por Francia, por Alemania, por España (Cataluña, El Bierzo...), lugares todos donde ha echado raíces. El vino que produce, tomado frío, con quesos suaves o con un postre pecaminoso por pingüe, es una tentación por la que toda persona bien conformada debe dejarse atrapar.

jueves, 18 de agosto de 2011

Preocupación por las nubes


(Ayer publicó La Nueva España esta Sosería mía)

Hubo un tiempo, hoy ya pulverizado, en el que “estar en las nubes” era vivir fuera de la realidad, es decir, en la Gloria, si se tiene en cuenta lo que la realidad nos depara. “Este niño está siempre en las nubes” decía la madre compungida cuando advertía que su hijo se hallaba como ausente y temía que no podría hacer de él un ingeniero de minas ni un odontólogo. El tal niño era un soñador que, en efecto, tal parecía que se paseara por las nubes que son lugares remotos, objetos inaprensibles, garabatos fugaces, pura intención e invención ... pero a lo mejor resultaba que ese niño se llamaba Franz y se apellidaba Kafka o Marcel y se apellidaba Proust. Y de su cabeza y de sus paseos por las nubes salía luego lo que salió.

Con esto quiero decir que hay que tener mucho cuidado con lo que los humanos normales llamamos “ser prácticos” o “estar en el ajo” porque a veces es esta una de las muchas formas de que se dispone para ser un merluzo. Titulado por la ANECA, pero merluzo.

Y digo que la expresión de las nubes y del despiste ha pasado a mejor vida porque hoy estar en las nubes es estar a la última. Pues la nube -aclárese quien ande alejado de los achaques de internet- es ese espacio donde se almacenan nuestras cartas, que ahora se llaman emails, las fotos de la primera comunión, las peliculas o vídeos y mil y un documentos. Hasta ahora los ordenadores tenían un disco duro y unidad de DVD y no sé cuántas zarandajas más. En estos momentos todos esos artilugios están siendo barridos por la nube que es una especie de servidor externo que hace inútiles las capacidades de almacenamiento de nuestros ya viejos cacharros. Y encima tales inventos son de precio barato, es decir, no están por las nubes.

El lenguaje se desparrama y resulta difícil atraparlo. Para muestra, véase esta explicación que saco de un folleto cualquiera: “guardamos nuestras fotos en Flickr o Picasa, los correos están en Gmail, la música en Spotify ...” y así seguido. Se convendrá conmigo que este galimatías produce mareo a las personas antiguas que gastamos sindéresis y sobrevivimos gracias al omeprazol. Personas a las que, como es mi caso, costó un mundo entender el semáforo.

A mí, la verdad, me da pena todo esto de la nube, de la desacralización de la nube, este apear a la nube de su misterio, de su halo de arcano, de incógnita que vagaba allá por las eternidades azules. Aquellos angelitos que pintaba Murillo siempre con su nube, como un objeto de su propiedad, como quien dispone de un juguetito.

Porque la nube ha sido eso: un juguetito de nuestra imaginación, nadie sabía por qué iban ni por qué venían y esa circunstancia daba mucho de sí para quien gusta de imaginar mundos remotos y seres de quimera. Y las nubes eran lugares óptimos para alojarlos, lugares descomprometidos, porque lo mismo que estaban dejaban de estar.

El cielo es un encerado en el que dios pinta las nubes y las borra como y cuando le peta sin un guión porque dios no lee las informaciones meteorológicas ni tiene por qué atenerse a ellas.

Y, sin embargo, con su aparente anarquía, las nubes han sido siempre el argumento del cielo, lo que le ha dado seriedad y consistencia discursiva, como si dijéramos. Sin la nube el cielo es muy aburrido, son ellas las que le dan sentido, lo hacen ceñudo o alegre o admonitorio o indulgente o frívolo, ellas son las que marcan su rumbo, sus humores, y hasta sus contradicciones. Que es como decir la vida entera.

¿Qué ocurrirá ahora cuando la nube se nos pase a la informática, a los smartphones y a los netbooks? Cualquiera sabe y no podemos, quienes estamos por debajo de las nubes, intervenir en el curso de los acontecimientos. Con todo, me permito pedir a las nubes que se hagan modernas si quieren pero que no nos abandonen del todo y que sigan siendo siempre esas posadas limpias donde los vientos descansan de sus trajines.

viernes, 12 de agosto de 2011

En el mes de agosto algunos se empeñan en añadir al paréntesis de las vacaciones los puntos suspensivos de la muerte.

jueves, 4 de agosto de 2011

Por fín Los Verdes se hacen verdes

Recuerdo a Los Verdes cuando irrumpieron en el panorama político alemán, allá por los años sesenta, con sus vestimentas y sus apuestas capilares atípicas. Los señorones de la democracia establecida se reían de ellos y se preguntaban con ironía dónde llegarían semejantes estantiguas. Pues las tales llegaron, pasados unos años, a compartir decisivamente los destinos de Alemania y ahora, según las encuestas, es posible que se queden con el santo y la limosna del poder político.

Me interesa mucho lo que hacen, porque creo que han llevado aire fresco allí donde había miasmas engordadas, elementos patógenos muy acomodados y han introducido colores amables y gráciles en un cuadro que se pasaba de oscuro y adusto. En el Parlamento europeo tengo excelentes relaciones con ellos porque los veo serios y persuasivos. Su jefe de filas, Cohn-Bendit, es un parlamentario que lleva la llama prendida en la palabra.

Me divierte, además, observar las contradicciones en las que se mueven, pues a base de luchar contra la energía nuclear se han convertido en los mejores agentes de la industria del gas, y ahí está mi admirado Joschka Fischer, agente a sueldo de un gran consorcio, como testimonio. Y para qué hablar de lo a gusto que todo el cotarro de las renovables se encuentra con sus mensajes... Hoy no existe en Alemania negocio más rentable que el de los paneles y los molinos, instalados aquí y allá sin la menor protesta verde aunque afecten a los pececitos indefensos y a las plantitas inocentes del mar Báltico.

Pero ya sabemos, a estas alturas, que la vida es el arte de administrar las contradicciones.

Ahora, en su afán por alejar a la ciudadanía de cualquier peligro de los que acechan en esta civilización esquilmadora, acaban de presentar en el Bundestag una inquietante pregunta, dirigida al Gobierno, que preside una mujer -¡y qué mujer!-, para interesarse por la seguridad de los consoladores y vibradores, pues, al parecer, albergan estos una sustancia llamada ftalatos que, al alterar el equilibrio hormonal, acaba produciendo una porción de consecuencias indeseables: cáncer de útero, diabetes, cefaleas, trastornos digestivos, infertilidad, me imagino que ganas de morder al vecino y no sé cuántas tropelías más. Incluso se dice que desgana frente a los editoriales de los periódicos.

Estos artilugios no son una broma, y de ellos existe una gran demanda en la sociedad actual, como demuestra el hecho de que, en la estación de autobuses de Oviedo, hay una máquina, junto a la de bebidas refrescantes y chocolatinas, que los expende. Con esta previsión se trata de hacer frente a los despistes de última hora en el que todos podemos caer al hacer la maleta cuando tiene uno tantas cosas en la cabeza.

Pues, bien, Los Verdes alemanes exigen seriedad y que se ocupe de ellos el Instituto Federal para la Investigación del Riesgo, que deberá elaborar un «sello de calidad» del juguetito que tranquilice al usuario y le libre de temores antes de entregarse al consuelo que su uso depara y para el que está diseñado. Un letrero o una pegatina que diga: «Artículo libre de ftalatos» y de cualquier otra sustancia química perturbadora, pues hay otras que coadyuvan al peligro bien detectado por el verde de guardia: así el dibutilo y el tributilestaño (entre otras lindezas).

Cobra, así, el color verde una irisación que le enriquece. El verde ya no es solo sinónimo de «nucleares no, gracias». Ahora queda emparentado con la sicalipsis, es decir, con la malicia sexual inocente y con el ejercicio autárquico de la picardía erótica.