sábado, 17 de noviembre de 2012

Vacaciones solidarias

(Hace unas semanas me publicó La Nueva España esta Sosería)


Todavía se siguen celebrando la fiesta de la Cruz Roja, las huchas a favor del cáncer (que las personas generosas siempre han apoyado), ignoro si ha desaparecido el Domund, fecha en la que mandábamos a los chinos (o a los negros, no lo recuerdo) el papel de «plata» del chocolate (el antecedente del albal, o sea, el protoalbal), cualquiera sabe con qué designio, pues nunca se nos explicó el uso que tales pueblos hacían de ese material.

Hoy todo eso ha quedado arrumbado entre las muchas antiguallas que vamos amontonando. En breve habrá que hacer un homenaje a la antigualla, tan devaluada, y dedicar un día al «orgullo de lo antiguo», donde pudiéramos exhibir sin pudor, por las calles y en carrozas engalanadas, lo anticuado, lo añejo, lo rancio, todo aquello que la polilla va sepultando sin piedad entre los pliegues del gusano corrosivo de la indiferencia. Imitemos al vino, o al vinagre o al whisky que proclaman su antigüedad con ínfulas, despreciando sin más la existencia loca de las jóvenes generaciones.

Pero a lo que iba es que esas muestras de acercamiento al infortunio ajeno hoy han sido sustituidas por los actos «solidarios». El «progre» actual no hace ya vacaciones normales, en Benidorm o en la aldea de los abuelos, sino «vacaciones solidarias», y cuando se pregunta en qué consisten, resulta que son algo parecido a lo ya practicado por el SEU, sindicato de estudiantes de cuando la dictadura, que organizaba unos campos de trabajo en España y en países europeos (yo asistí a varios en Francia). En ellos se colaboraba con los obreros de una fábrica o los agricultores de la zona o se ayudaba en la ejecución de pequeñas obras en los pueblos. «Nihil novum sub sole», se lee en el Eclesiastés como aviso para bajar los humos a quienes van por el mundo con la pegatina de la originalidad.

Lo mejor son las comilonas «solidarias». Antes también existían los banquetes que se daban al amigo ganador de una flor natural por haber perpetrado un poema «a Purita», o al vecino cuyo hijo había sacado el número uno en las notarías. A Pérez Galdós le dieron copia de banquetes con gran consumo de pollo, capitán de los manjares, y, cuando terminaba la tabarra de los discursos, don Benito se encaminaba con diligencia a aliviarse entre las extremidades de alguna opulenta moza de fortuna.

Hoy el banquete ha sido sustituido por el «lunch» o el «breakfast», que, en determinados ambientes, se convierte en el «lunch solidario». Se comen las mismas gambas a la gabardina, se degustan las mismas croquetas y los mismos montaditos de lomo que en los tradicionales e incluso se sopla el mismo whisky de reserva, pero se hace con la intención puesta en los pobres y los desheredados de la tierra.

Y es que si para librar al mundo de sus injusticias e infortunios es preciso engullir canapé tras canapé, todas las personas magnánimas estamos dispuestas a hacer el sacrificio.

Todavía no existe, pero propongo como novedad a tener en cuenta por la población más ligera de años la modalidad del «botellón solidario». A los mayores que no se relacionan con la juventud les explicaré que el «botellón» es una original y fecunda manera de organizar el contacto entre los jóvenes, especialmente universitarios, y que se practica las noches de los jueves, los viernes y los sábados, es decir, cuando es obligado reponerse de los rigores del estudio y la reflexión.

Al «botellón», luminoso signo de los tiempos, es preciso dedicarle una reflexión específica y además es urgente publicar el «Juanito» de los botellones, es decir, el libro de la urbanidad y los buenos modales en el «botellón». Pero de momento quede enunciada aquí esta modalidad nueva que ayudaría a profundizar en el mundo botellonil y sobre todo a conectarlo con el de la solidaridad, es decir, con el ancho espacio donde los escrúpulos y remordimientos se bañan y perfuman.