domingo, 27 de enero de 2013

Cazatalentos



 (Mi última Sosería en La Nueva España)

Simpática expresión la del “cazatalentos” puesta de moda estos días pues hay empresas dedicadas a este menester. El talento como objeto cinegético es un hallazgo de la moderna ciencia del management y del leadership. Como ahora ya se va poco a cazar perdices porque el noble arte de buscar aves en el campo se ha convertido en una afición propia de personas sin entrañas -es de mejor tono cogerlas en una bandeja en el supermercado-, pues se sale a una plaza a la búsqueda de un talento. ¿Es usted un talento? no, señor, soy simplemente odontólogo, carezco de ideales fuertes y sé poco de conflictos emocionales.

Y es que, para alcanzar la condición de talento, el sujeto ha de estar adornado de algunas virtudes especiales pues cualquier botarate no puede ser calificado como talento. Para serlo, lo más eficaz es acudir a la publicidad de estas empresas y en ella se podrá advertir cuáles son exactamente esas virtudes. Esto permitirá al joven que aspire a ser talento a identificarlas y prepararse para llegar a atesorarlas. Aparte de los ideales fuertes y lo de los conflictos emocionales ya señalados, hay que disponer de sentido de la lealtad, de la motivación y del compromiso así como capacidad para la austeridad y el sacrificio. Un peldaño más arriba se halla el carácter persuasivo, la autoridad y el mando que se sepa desplegar, más la habilidad para la eficiencia y el retorno de la inversión. Quien además sepa conocer las dinámicas cambiantes ya está cerca de ser Fleming.

Aquél que se mueva con soltura en estas pericias está en condiciones de entrar en una empresa que monitorice el sector, una de esas empresas verdaderas y serias, las que saben identificar tendencias, fomentar la inteligencia sectorial con el seguimiento de funciones clave y distinguir el conocimiento potencial.

Así de sencillo. ¡Y pensar los esfuerzos y energías que se han empleado durante años en seleccionar a los abogados del Estado y a los cirujanos de la Seguridad social! Unos aprendiendo temas y más temas de derecho hipotecario, de hacienda pública y de derecho civil; los otros metidos en los quirófanos horas y horas, haciendo guardias, ejercitándose en el manejo del bisturí y de los medios técnicos más modernos ... pero ¡qué insensatez! Pues ¿y los catedráticos de Física? las pestañas se han dejado muchos en los laboratorios en condiciones laborales precarias y lo mismo los profesores de instituto ¡que se aprendían -los muy ilusos- la gramática y la historia de España! Y los veterinarios, que han rodado por los pueblos polvorientos, aquí sacando un ternerito del vientre materno, allá recomponiendo la pata de un caballo, o esa pianista abnegada, con dedos como surtidores, todos ellos descubren ahora que son lo más cercano a unas piltrafas porque no son talentos, los talentos que merecen ser cazados son los de los dominios emocionales y los del retorno de la inversión.

Pero ¿cómo hemos vivido en la higuera y no nos hemos dado cuenta? Me incluyo porque yo también he perdido los mejores años de mi vida estudiando el contencioso-administrativo y la expropiación forzosa sin darme cuenta de que, por este camino, jamás llegaría a talento. Y así he venido a parar en esa maldita medianía que no sabe identificar tendencias ni advertir la verdadera inteligencia, la sectorial, que es la buena y la definitva.

Vidas perdidas y me dirijo a tantos y tantos lectores: a ese farmacéutico, a ese notario, a esa magistrada de la Audiencia, a esa fisioterapeuta, a ese fontanero o a ese carpintero, a esa bailarina de ballet, blanca campánula, a todos cuantos saben su oficio pero que, ay, ni son talentos ni se les espera allá donde las empresas “cazatalentos” guardan sus esencias. ¡Y yo que hubiera querido ser cazado como talento y a lo más que he llegado es a ser cazado en una trapacería!


domingo, 20 de enero de 2013

¡Viajeros al tren!

(Mi última Sosería en La Nueva España)


Signo de sabiduría es acomodarse a los tiempos. Los cambios negativos han de aceptarse con la debida resignación pero los positivos deben ser recibidos con alegría.

Entre estos últimos se hallan los acaecidos en los viajes que hacemos en tren. Hace años era difícil llegar al destino sin haber hecho una nueva amistad o incluso varias. Aquellos compartimentos donde cabían seis o siete personas proporcionaban una cercanía que no existe en las modernas salas donde nos amontonamos veinte o treinta viajeros. Y luego estaban las comidas, el intercambio de viandas:

-Pruebe usted este chorizo que es de casa. Curadito y en su punto.

-No le voy a hacer ascos, no. Pero si me acepta este trozo de bizcocho: huevo, harina y azúcar, aquí no hay trucos ni esas cosas nuevas de los estabilizantes. 

A partir de ahí, una vez reconfortados, venían las confidencias sobre los hijos, sobre el embarazo de la nuera, que lo está llevando mal porque tiene pérdidas, sobre el chaval que acaba de sacar plaza en la guardia civil y me lo han enviado al pobre al País Vasco, sobre el asesinato ese que ha salido en la televisión, qué horror, cómo puede hacer eso un padre a una criaturita ... Siempre solía haber una monja, no muy agraciada pero entrañable, que sacaba unas pastas de las hechas a ley en el convento, ay, madre, qué manos tienen ustedes, quite usted, es que el Señor nos ayuda, y por ahí seguido ...

Esta escena es imposible ahora.

Cada quien va con un adminículo metido en el oído y un ordenador o una tableta delante repasando el último partido de balompié o una película de animación, a veces la decoración del viajero se completa con un collarín que le protege las cervicales. Todos muy serios, por supuesto sin decir una palabra al vecino, lo que por otro lado sería inútil ya que no nos oiría, parapetado como se halla tras sus trebejos electrónicos.

Con todo, el mejor de los compañeros de viaje es el que instala su oficina en su asiento del tren. Se sienta, tira de laptop, se enchufa el auricular, saca el móvil y empieza la ronda de llamadas: acuérdate, Concha, de mandar por mensajero la nueva versión de la propuesta que hicimos en el último comité y dile a Vicente que ni se le ocurra llamar a los de Sevilla, que llamen ellos, a ver qué se van a creer, no te olvides de darme el nombre de la última aplicación de comparativas operacionales, y los del pedido de la semana pasada que concreten porque así no se pueden hacer las cosas, esta es una empresa seria, ahora te dicto una carta para Sanahuja, se ha cortado, es que hemos pasado un túnel, te decía que te dicto la carta para Sanahuja, a ver si dispara este hombre que es más lento que el caballo del malo ... Y ahí van la carta, el operacional, los topicazos y la madre que los parió a todos.

Situación deliciosa porque además se produce a voces como si nadie creyera en la eficacia de la telefonía. Pero es un medio infalible para que todo el pasaje se ponga al día sobre los entresijos de Segoviana de Cárnicas S.A. Yo me he enterado en el ave a Sevilla del precio ofertado y del regateo subsiguiente de un novillo para un festejo veraniego.

Cuando los logros de la técnica se juntan a la buena educación del vecino, el resultado es esta delicia ferroviaria. Menos mal que un mensaje de RENFE por el altavoz nos pide que por favor bajemos el volumen de nuestros móviles. Eso sí: difundido a grito pelado.    

martes, 8 de enero de 2013

El galimatías europeo

(Ayer me publicó El Mundo este artículo)



Explicar a los ciudadanos el funcionamiento de las instituciones europeas es tarea espinosa  porque el empeño no es fácil. Y no lo es porque la Unión Europea lleva en su seno dos almas diferenciadas que, a su vez, están obligadas a ser complementarias: el alma europea propiamente dicha, que representan instituciones que acogen los latidos del interés común y que son -entre otras- la Comisión, el Parlamento, los Tribunales de Justicia y Cuentas, más aquellas que llevan a la Unión la voz de los Estados que la componen, fundamentalmente el Consejo europeo y los Consejos europeos de ministros -sectoriales (industria, transportes etc)-. Mover las voluntades de unos y de otros en medio de este abigarrado aparato institucional es anhelo parecido, en dificultad, al que en la mitología griega se conoce bajo el nombre de los trabajos de Heracles o de Hércules (todo aquello del león, la hidra, el jabalí, los establos de Augias etc).


Del esfuerzo que el ciudadano debe hacer para manejarse en este laberinto nace una cierta desesperación a la que sigue en no pocos casos -y esto es lo peor- la descalificación rotunda.
Y así no es infrecuente oír voces despachadas que aseguran ser todo un embrollo que para poco sirve, fuera de alimentar políticos, funcionarios y demás componentes de lo que un autor español que hoy nadie lee -Silverio Lanza- llamaría la vermicracia.


Ahora bien, como el proyecto de construcción europea es el empeño histórico más relevante de los últimos decenios no podemos abandonar la tarea pedagógica por lo que importa mucho enseñarlo desde la escuela a los niños y proporcionar a toda la ciudadanía el hilo de Ariadna educándola en el respeto a sus culturas, a su patrimonio histórico, a sus grandes nombres, a sus símbolos, a sus deslumbrantes inventos ... En tal sentido, tengo presentada, ante la presidencia del Parlamento europeo, una iniciativa destinada a poner en marcha una consulta entre la ciudadanía para seleccionar cincuenta nombres indiscutibles de la cultura europea (Mozart, Goethe, Cervantes, Rubens ...) y confeccionar con ellos una publicación sencilla al alcance de los quinientos millones de europeos. Tengo la esperanza de que el actual presidente del Parlamento, un político alemán cuyo oficio es el de librero, sea sensible a esta petición mía.


Pero precisamente porque creo en estas cosas es por lo que creo a su vez que es urgente acabar con el galimatías que inunda la Unión europea y que en tan gran medida contribuye a alejar a la población de sus proyectos y de sus logros.

En este sentido, la crisis económica está acelerando la descomposición del lenguaje y de los instrumentos jurídicos de una forma que, si no ponemos remedio, va camino de hacerse irreversible. Porque lidiar con veintitantas lenguas ya es enrevesado pero, si a ellas unimos, el artificio tecnocrático, entonces las posibilidades de entendernos acabarán por desvanecerse. Con pérdida cierta para todos.

Los periódicos difunden esta confusión porque les resulta obligado al ser su deber el informar y hacerlo tal como les llegan las noticias desde los centros bruselenses. Lo mismo, y por las mismas razones, hacen las radios o las emisoras de televisión. Todo ello con un efecto multiplicador que resulta sencillamente demoledor.


A organismos como el Banco central europeo, el ECOFIN, el Banco Europeo de Inversiones, el Fondo europeo de Inversiones con los que se desayuna cualquier ciudadano indefenso que acude por las mañanas a su trabajo, hay que unir una serie de siglas y de normas cabalísticas de muy difícil digestión.

Así por ejemplo tenemos la Junta europea de riesgo sistémico que se une a autoridades específicas que se ocupan de los bancos, de los seguros y de los mercados de valores.

Se han creado el Mecanismo europeo de Estabilidad Financiera y el Fondo europeo de Estabilidad financiera que, aunque suenan parecido, son dos objetos diferenciados por la compleja maquinaria discursiva de sus progenitores. Para confundir más el panorama, al segundo se le llama a veces de “facilidad financiera” y además se usan sus acrónimos (unas veces, en inglés, otras en español) MEEF y FEEF que ahora ya -oh, bendición- se han simplificado en el MEF.

Las reformas “estructurales” que se están acometiendo se contienen en el “paquete de reforma de la gobernanza económica de la eurozona” y en dos tratados intergubernamentales, es decir, tramados y trabados fuera del derecho de la Unión europea, y que son el Tratado de Estabilidad y el Tratado por el que se establece el citado Mecanismo de Estabilidad financiera. A ello procede añadir dos “conjuntos normativos”, el que contiene la reforma de la gobernanza económica, descompuesto a su vez en cinco reglamentos y una directiva, y el de refuerzo de la supervisión presupuestaria, integrado por dos reglamentos. ¿Parece poco? Pues incorpórese a la citada enumeración el Pacto por el Euro Plus y el Código de Conducta del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. A esto último se le llama, para que todo el mundo lo entienda, “soft law”.

El procedimiento de coordinación de políticas presupuestarias y de las políticas macroeconómicas ha sido bautizado con el nombre de “Semestre europeo” como si de la “semana de oro” de unos grandes almacenes se tratara. Con la particularidad de que lo que yo acabo de llamar “políticas presupuestarias” normalmente se denominan, por una mala traducción, “políticas fiscales”, lo que coadyuva a que el embrollo tome vuelo y consistencia.

Hay además la Directiva sobre el Marco presupuestario nacional que trata de ajustar este al marco presupuestario plurianual de la Unión europea y donde se crea el Objetivo Presupuestario a Medio Plazo que, a su vez, ha de insertarse en el citado Semestre Europeo.

Sin duda me dejo otros hallazgos en el tintero pues mi capacidad de asimilación de estos engranajes padece lacerantes limitaciones. Últimamente hemos descubierto el “memorandum of understanding” y citarlo me lleva al otro despropósito que trato de denunciar: el manejo desahogado de términos ingleses que contribuyen a hacer el paisaje definitivamente esotérico y al alcance de iniciados cada vez más chiflados.

Tenemos el “bail-out” y el “bail-in”, las “non-standard monetary policy measures”, el “securities markets programme” o su sucesor “outright monetary transactions”, el tablero de indicadores macroeconómicos al que llamamos coloquialmente y con confianza “macroeconomic scoreboard”, el “most likey scenario”, el “Six pack” y el “Two pack” y por ahí seguido que diría el maestro Umbral.

Naturalmente, lo hasta aquí explicado se refiere exclusivamente al ámbito de la economía. Si nos trasladamos al mundo de los transportes, de la investigación o de la energía encontraremos un panorama semejante donde todo aparece nublado en una suerte de confusión “epigramática y ática”.

Resumo: para que Europa sea de los ciudadanos hay que cambiar -ciertamente- muchos de los ladrillos con los que la construimos. Este del lenguaje y de la simplificación de los instrumentos jurídicos es urgente como lo es pedir al toro sagrado que un día la raptó que nos ayude a recuperar la estética y a aventar lo grotesco y desconcertante.    








domingo, 6 de enero de 2013

El fin del mundo

(Hace unos días La Nueva España publicó mi última Sosería).


Recientemente se ha vuelto a suscitar el debate acerca del fin del mundo de la mano de una profecía maya y hay incluso quienes han vivido angustiados el pasado 21 de diciembre temiendo su veracidad. En una emisora de radio oigo una entrevista con un constructor español de refugios nucleares que estaba muy contento porque su cartera se había abultado por los encargos recibidos de personas que pensaban utilizarlos para conjurar la hecatombe anunciada. Al parecer, están ideados para resistir hasta veinte años.

Me di en cavilar qué tipo de sujetos son esos que deciden ponerse a salvo: ellos, es decir, la familia más el gato y un canario en su jaula, mientras el mundo se desconcierta y acaba pereciendo atraído por las fauces hambrientas de la desolación y la ruina. El sujeto que cree estar rodeado de bohemios irrecuperables y piensa ¡allá ellos! ¡que les zurzan! Morirán, padecerán la destrucción de sus bienes, la desaparición de sus seres queridos, mientras que yo, aquí dentro, en mi refugio, con mi María, con mis hijitos Aitor y Eva Luisa, con la perra «Laila» que está en celo... bien calentitos, comiendo fabada y piña en lata. Es cierto que no se pueden comunicar con nadie ni usar internet ni la tableta ni el washapp pues todo se va tornando en el exterior neblinoso, atrapado como ha quedado el Universo en un pantano de olvidos hostiles, de piedras verdinosas, de mármoles aliquebrados, de versos marchitos, de tiempo exhausto, de pasado hecho cenizas.

Y ellos, en su refugio. Todavía con los pagos pendientes de la hipoteca, pero en su pleno y gozoso usufructo.

¡Lo que es no haber leído la buena literatura, y especialmente la española de humor! Porque estas gentes ignoran que todo esto fue tratado por Enrique Jardiel Poncela en su obra «cuatro corazones con freno y marcha atrás» donde aparecen esas entrañables parejas que consideran que «morirse es un error» y deciden confabularse contra la maldita visita de la guadaña y además tomar el elixir de la juventud. A partir de ahí, empiezan una vida pletórica de aventuras, dulce de acontecimientos y deleitosa, llena de anhelos colmados hasta que... advierten lo tedioso de una situación que carece de horizonte porque está vacía de sobresaltos, de amores inesperados, de versos nuevos, de lágrimas, de noticias de la Bolsa y de los familiares, incluida la prima de riesgo, es decir, una existencia que tiene el atrevimiento de ignorar las jugarretas que guarda en su seno el arca misteriosa del Tiempo.

Y eso ni es vida ni es nada pues lo excitante es ver delante de nosotros, como anuncia Kavafis en su poema, «los días venideros como fila de cirios encendidos, cirios ardientes, áureos y vivos». Por eso lo que gusta del fin del mundo es su comienzo. Pero su comienzo explicado por el Yavista en el relato mágico del Génesis con sus jardines, sus serpientes, sus manzanas, sus pecados, su carne tentadora, su Eva hirviente y su Adán cercado por el perfume de los deleites.

¿El fin del mundo? Vendrá, claro que vendrá, pero será cuando ya no suene la música de Mozart ni se pueda avistar el espectáculo de una mujer enfundada en el traje de su voluptuosidad ni se pueda vivir en pecado o cuando perdamos el hilo de nuestras costumbres y extraviemos nuestras manías.

Ahora bien, la espera ha de ser en descampado, bajo la dictadura del sol y de los vientos, tiranizados por los cielos desmayados y sus nubes socarronas, luchando por el aire entre la algarabía de las vidas. No en el refugio nuclear, refugio de certezas secas.