sábado, 25 de mayo de 2013

Blando y duro: a propósito de las nuevas lenguas

(Hace unos días me publicó La Nueva España esta Sosería).



Voces irritadas se han oído estos días por la aparición de dos nuevos idiomas en esa región alicatada de historia que es Aragón donde han descubierto el lapao y el lapapyp. Y
lo han hecho de repente, como quien descubre un nuevo bacilo o una bacteria de prestigio. Hasta ahora los idiomas eran el resultado de la sedimentación del habla de las gentes, de la forma en que estas tenían para expresar por escrito el amor, la cólera, la desesperanza o la alegría y todo ello era en efecto fruto del paso perezoso de los tiempos. Nuestra España actual es sin embargo postmoderna, viva, futbolera, ocurrente, peregrina, chistosa y por eso igual descubre unos idiomas como pone alegremente en circulación una nueva palabra o una expresión. Así por ejemplo desde hace poco “ponemos en valor” todo lo que pillamos a nuestro alcance, que es mucho y de valor.
 
Tal disposición de ánimo, antes que condenarla o ser objeto de burla, debe celebrarse y yo así lo hago en estas líneas.
 
Ahora bien, creo que el descubrimiento de los idiomas lapao y lapapyp tiene más que ver con una exposición fastuosa abierta hace poco en Madrid. Me refiero a la de Salvador Dalí.
Hay en ella un cuadro “emblemático” (este es otro hallazgo reciente), el famoso de los relojes blandos. Según el autor, parece que la idea le vino, una vez acabado un paisaje marino de Cadaqués, de una merienda que hizo a base de queso Camembert y la evocación de su forma, precisamente blanda. Luego se ha ido rellenando el feliz motivo con el tiempo y su fugacidad y con otras recreaciones.
 
Nosotros, con el cuadro y los relojes en la cabeza, hemos empezado a dar vueltas a lo blando y tal parece que estuviéramos descubriendo la riqueza de su contenido y la fertilidad de sus entretelas. Y es por ese camino, bien sembrado de sorpresas, por donde llegamos al lapao y el lapapyp que serían así idiomas blandos, por contraposición a los idiomas rígidos y estrictos, aquellos -como el español- sometidos a las normas severas de la Docta Casa, a los diccionarios, a la sintaxis y a otras pelmadas que solo sirven para suspender a pobres chicos obligados a robar tiempo a la “Champions”. Tenemos así en el solar patrio conviviendo idiomas tiesos y tan endurecidos como las arterias de un valetudinario e idiomas blandos, templados y suaves.
 
¿Quien puede negar que es una muestra más de nuestra riqueza, de nuestra condición de “cráneos privilegiados” como hubiera dicho Valle-Inclán? (por cierto hay que traducir su obra cuanto antes al lapapyp).
 
Creo, sin embargo, que nosotros, antes que el cuadro de Dalí nos lo recordara, ya habíamos dado con lo blando y por eso hablamos desde hace tiempo del “derecho blando” (lo decimos en inglés como políglotas que somos: soft law), del fútbol blando, del tenis blando ...  O describimos el despeje blando de aquel futbolero, y en el ámbito de los toros, decimos que se lidió un sobrero blando o que el encierro en su conjunto fue blando. Y así sucesivamente ...
 
Y es que España, en su conjunto, se nos ha vuelto blanda, esponjosilla, dúctil, un sí es o no fluida. Hoy su imagen, en vez del toro de Domecq, acaso sea la de una botella de gaseosa, blanda por supuesto, de la que se desprende una espuma abatida.

domingo, 12 de mayo de 2013

Tallas femeninas

(Hace unos días me publicó La Nueva España mi última Sosería)


Resulta que se ha gastado un millón y medio de euros y se ha molestado a diez mil mujeres para medirlas con el objeto de ¡unificar las tallas de las españolas!
Más: se ha firmado un convenio entre una comunidad autónoma, otra heterónoma y el Estado menguante que tenemos para ultimar un estudio antropométrico de la población femenina y otro parecido entre la industria de la moda y el (in) competente ministerio para “promover una imagen saludable de la mujer”. Y, por último, se ha reformado el mundo de los maniquíes de los escaparates con no sé qué otro diabólico designio.
 
Y todos: el ministerio y la industria están en trance de absoluta desesperación porque tamaño ajetreo ha resultado un fracaso de dimensiones cósmicas: “no ha servido de nada” se lamenta un portavoz con una voz que no le sale al pobre del cuello de la camisa. Y otro de una organización de consumidores, que halló diferencias de hasta diez centímetros, constataba el muy felón esta realidad como una desgracia.

 
Pues menos mal, señores medidores y uniformadores, les espetamos desde estas Soserías, lugar donde el buen sentido anida sus huevos. Naturalmente que las mujeres españolas no se dejan unificar ¡y a mucha honra! Las mujeres españolas, señores del ministerio y de las fábricas, exhiben una absoluta y ubérrima disparidad, se enorgullecen de sus ricas y proteicas diferencias, no se dejan encasillar en moldes ni en formas homogéneas y exhiben a los cuatro vientos sus hechuras abundantes o moderadas, el caudal de sus encantos y el torrente invadeable de sus atractivos.


¿Hay algo de malo en ello? En su locura, estos uniformadores -que deberían estar en la cárcel uniformando la cadencia de sus días y sus horas- han pretendido clasificar las curvas femeninas en tres tipos: cilindro, campana o diábolo. Es decir, que habría la mujer cilindro, la mujer campana y la mujer diábolo. ¡Y un cuerno, caballeros ...! ¿Cómo no hay voces y ecos y rugidos arremetiendo contra tanto rupestre atropello?
¡La estética sometida a una hoja de contabilidad, a las devastadoras columnas del debe y del haber! Y todo para que a la industria les salga más barata la fabricación de blusas, de sujetadores o de chaquetas. Pues a gastar dinero, señores industriales, y a reconocer que por fortuna se las tienen que haber con personas, no con maniquíes ni monigotes sino con seres humanos que no dejan pasar una porque derrochan singularidad, galanura y majeza. Y gastan la talla de pecho, de cintura y de cadera que les da la real gana y les conviene.
 
Cilindro y campana ... ¿Habráse visto mayor desvergüenza? Estas mediciones son idénticas a las de un orate que tratara de medir la risa o los cantos o las olas o los besos o las esperanzas ... Por favor, señor de nuestros avatares ¡que nuestros ojos cansados no alcancen a ver jamás semejante infortunio!