viernes, 25 de octubre de 2013

domingo, 13 de octubre de 2013

Gesticulando en Bélgica

(Hace unos días me publicó La Nueva España esta Sosería)




Voy a dar ideas renovadas a los inquisidores de la lengua, a quienes hoy tratan de exigir el uso de un idioma en algunas regiones españolas con el mismo talante con el que antaño se trataba de imponer “la lengua del imperio”.

Aclaro de antemano, porque es de justicia, que las aportaciones que dejo en esta Sosería no tienen mérito alguno pues se alimentan de la rica experiencia que vivo en Bélgica, un
país admirable que ha tenido y tiene deslumbrantes cabezas pero que también alberga zoquetes de apreciable envergadura. O, si queremos decirlo de forma más culta, beocios o intonsos que parecen haber seguido cursos especializados para adquirir tal grado.

Allí, en Flandes, en el lugar donde un día se puso el sol (según Marquina), el propietario de una freiduría que lleva el rótulo “Frituur Grand Place” ha recibido la orden de buscar un nombre flamenco para su negocio. Y en un colegio cercano se puede rechazar a los niños que no hablen o no comprendan suficientemente el neerlandés. También hay una campaña abierta que promueve la delación de cualquier ciudadano que se permita utilizar alguna lengua que no sea la neerlandesa.

Pero lo bueno y verdaderamente revolucionario ha ocurrido en Menin, pueblo del Flandes oriental, que comparte su calle principal con el municipio francés fronterizo de Halluin, donde la alcaldesa ha pedido hace poco al personal de su Ayuntamiento que recurra a pictogramas o, en su defecto, al lenguaje de gestos para impedir a los ciudadanos que se acerquen a sus oficinas que utilicen la lengua de Rousseau.

Hay que añadir que, en esta localidad, el neerlandés se habla por más de la mitad de la población pero el francés también se usa cotidianamente por la mitad de sus habitantes y además se considera que al menos un tercio es perfectamente bilingüe.

El problema, realmente arduo, se planteaba cuando un ciudadano se acercaba a una ventanilla y no comprendía una sola palabra de neerlandés. ¿Qué hacer? se preguntaban los funcionarios obligados a aplicar las leyes de lenguas aprobadas en 1966. La respuesta de la alcaldesa ha sido clara: “es preciso pensar una fórmula que impida el uso de la lengua francesa porque hay un riesgo cierto de afrancesamiento de nuestro pueblo”.

Y por ahí hemos llegado al pictograma y al lenguaje de gestos. Que no hay más remedio que usar en estos casos de contumaces ignorantes del neerlandés. Aunque la compasión de la alcaldesa ha venido a solucionar situaciones singulares. Tal por ejemplo la ayuda médica urgente, momento delicado que abre la puerta al uso del francés pero entendiendo “tales excepciones de forma extremadamente limitadas”.

Los superiores de la alcaldesa la han respaldado y así, desde el Gobierno flamenco, el ministro de la Integración (?) ha juzgado la medida como “excelente” y ha aportado un argumento definitivo: en Lille (ciudad cercana francesa) un ciudadano no puede utilizar el neerlandés.

Introducido y aceptado el lenguaje de gestos ¿qué tal si empezamos por dirigirnos a la alcaldesa con ese que destaca el dedo medio y mantiene los demás abatidos, conocido vulgarmente con el nombre de “peineta”?